Cogió una tarjeta en blanco y escribió: «Gracias por su ayuda. Su aportación es mayor de lo que imagina. Saludos, profesor Per Wilander».
Pagó el ramo y con eso su cartera quedó vacía.
La inspectora Bodil Andersson ya estaba en el vestíbulo de Lundberg & Co. cuando Peter entró por la puerta. Comprendió inmediatamente que Olof la había hecho esperar para irritarla. Tan pronto como Lotta vio a Peter informó que Olof Lundberg ya podía recibirlos y se giró hacia Andersson para pedirle disculpas por la espera.
Apenas habían cerrado la puerta tras ellos cuando Bodil se volvió hacia Peter.
– ¿Cómo se atreve a utilizar mi nombre en sus métodos seudo-criminales de investigación? -explotó ella-. ¿Cree que soy tonta del culo? ¿Qué coño piensa que ocurriría si mi nombre se relacionara con llamadas telefónicas falsas en las que se engaña a la gente para que entreguen información confidencial de buena fe? Le podría encarcelar para que no saliera de la comisaría de policía que al parecer le asusta tanto visitar. La única razón de que no lo haga es que espero que esto nunca salga a la luz y, por lo tanto, yo y mi inmaculado curriculum ganamos manteniendo la boca cerrada, ¡pero que le quede claro que como vuelva a ocurrir esto le enchirono!
Olof les miró a ella y a Peter y de nuevo a ambos. Peter estaba absolutamente tranquilo. Ahora no podía destruirlo. Él había logrado algo que ella no hubiera podido conseguir; sabía que ella lo sabía y disfrutaba por ello.
– De lo único que me alegro es de que no encontrara ningún nombre que coincidiera -prosiguió Bodil Andersson con la misma voz de enfado.
Peter la miró.
– Es extraño -anunció él y sacó el papel del bolsillo interior-. Yo recibí el nombre de seis posibles candidatas.
Ella permaneció completamente quieta durante algunos segundos y lo miró con algo que parecía odio. A continuación dio un paso hacia él y le arrancó el papel de la mano. Lo leyó ansiosamente y su rostro adquirió un tono aún más rojo.
Peter miró a Olof. Este le devolvió la mirada, sonrió y le guiñó un ojo.
La habitación quedó en silencio. Se podría oír caer una bacteria al suelo. Peter estaba completamente tranquilo.
– Me llevaré esta lista para ver qué puedo sacar de ella -dijo ella y dio media vuelta hacia la puerta.
– Si no le importa me gustaría sacar antes una fotocopia. Olof, ¿tenéis una fotocopiadora por aquí?
Olof Lundberg sonrió con todo el rostro y le quitó al pasar el papel de la mano a Bodil Andersson.
– Enseguida jefe -dijo él-. A sus órdenes.
17
La inspectora Bodil Andersson había salido de la oficina hecha una furia y Peter se había encerrado en la sala de reuniones para continuar la investigación con renovadas fuerzas.
Disfrutaba enormemente del valor que había comenzado a crecer en su interior y casi podía sentir cómo se ramificaba para llegar a cada rincón de su cuerpo.
Ya casi había olvidado que su nueva pista era solo una conjetura.
Poder ver la expresión del rostro de Bodil Andersson ya había valido la pena.
Olof entró y cerró la puerta.
– Acaban de telefonear de la clínica Sophiahemmet. No tengo sífilis.
– Vaya. Enhorabuena -dijo Peter y le sonrió.
– Eso, por lo menos, debería significar que no he estado con ella, si es cierto que tiene la enfermedad desde hace tiempo. Te aseguro que eso me tranquiliza. Al parecer, a pesar de todo tuve suficiente lucidez durante aquel tiempo.
Peter continuó leyendo su lista.
– He hecho unas llamadas y he averiguado algunas cosas. Margareta Lundgren está muerta, de modo que podemos tacharla -informó.
Olof resopló.
– ¿Estás seguro de que eso es una garantía?
Peter levantó la mirada y se dio cuenta de que bromeaba.
– Lena Ljunggren se trasladó a Malmö hace ocho meses. Así que nos quedan cuatro nombres. Todas parecen vivir en la dirección indicada.
– Buen trabajo -dijo Olof-. ¿Qué te había dicho?
Le guiñó un ojo, Peter se sonrojó por el cumplido e intentó ocultarlo cogiendo el teléfono. Marcó un número de la lista.
– ¿Karin Södergren?
– Sí -respondió una voz indecisa.
– Llamo del departamento de suscripciones del Dagens Nyheters. Solo deseaba comprobar que ha recibido el periódico de hoy.
Olof arqueó las cejas, movió la cabeza sonriendo y salió de la habitación.
– ¿Qué? -respondió la mujer al otro lado de la línea.
No estaba seguro de si reconocía la voz.
– ¿Ha recibido el periódico hoy? ¿Qué parte le gustó más?
Deseaba que ella hablara más.
– No estoy suscrita a ningún periódico y quienquiera que sea no se meta en esto. ¡Hay gente que me protege y si no tiene cuidado puedo enviar a alguien para que le haga una cara nueva!
– Bueno, entonces no la molesto más -dijo Peter y colgó.
Era imposible determinar si era la voz de la diabla pero lo que había dicho la colocaba sin duda como la primera en la lista de sospechosas.
Se abstuvo de realizar más llamadas de momento.
Se levantó y se dirigió al despacho de Olof para contarle su conversación. Llamó a la puerta y entró. Lundberg levantó la mano como para detenerlo y él reaccionó inmediatamente como un perro apaleado, retrocedió encogido para salir de la habitación.
Lundberg tenía el auricular pegado al oído. Arqueó las cejas irritado y agitó la cabeza para que Peter comprendiera que lo había malinterpretado. Le indicó con la mano que entrara y cerrara la puerta. Señaló el auricular.
Peter comprendió que tenía a la diabla en la línea.
Reaccionó de inmediato. Abrió la puerta y la cerró tan silenciosamente como le permitieron las prisas. Corrió hacia el teléfono del mostrador de recepción y marcó el 90 000.
Había visto alguna que otra película policíaca en la televisión.
– El número marcado no existe. El nuevo número es el 112.
Cortó la comunicación apretando en el botón y, mientras marcaba el nuevo número, se preguntó cuántos moribundos debían de haber conseguido marcar el 90 000 con sus últimas fuerzas y luego habían muerto oyendo esa información.
– Policía, dígame.
– Necesito ayuda para localizar una llamada. ¡Es urgente!
– ¿Con quién hablo?
– Me llamo Per Wilan…
Lundberg salió por la puerta de su despacho.
Peter dudó un segundo y a continuación colgó el teléfono.
Entraron en el despacho y dieron un portazo. Lundberg asintió.
– Era ella.
Estaba visiblemente afectado y hablaba en voz baja.
– Susurraba, de modo que tuve que esforzarme para oír lo que decía.
Peter esperaba impaciente a que continuara.
– Dijo que pronto tendría la oportunidad de enviar a mi chico de los recados de nuevo a la floristería Löwstedt para encargar una corona de flores para la cerda de mi cuñada. Luego insinuó entrever algo sobre que yo había matado a mi esposa y que sabía cómo lo había hecho. Pensaba utilizar a mi cuñada para ver si funcionaba.
Lundberg agitó la cabeza acongojado.
Peter sintió llegar el terror de nuevo solapadamente. No importaba lo que hiciera, ella siempre llevaba la delantera. Era como perseguir hojas secas en una tormenta de otoño. No importaba cuánto se esforzara, nunca conseguía alcanzarla. Cuando por fin creía que había conseguido acercarse todo se agitaba de nuevo al viento.
– Tengo que hablar con Kerstin -dijo Lundberg y comenzó a hojear su agenda.
Encontró el número y alargó la mano para descolgar el teléfono.
– Peter, ¿podrías llamar a Bodil Andersson? Quiero que intervengan mi teléfono.
Lundberg apagó el botón del altavoz y comenzó a marcar el número. Después de dos señales alguien cogió el auricular.
– Kerstin Tillberg.
– Hola, soy Olof. ¿Cómo estás?