– Hola. ¡Qué raro! Justamente estaba pensando en llamarte y contarte que ayer me encontré con una conocida tuya. Pillín. ¿Por qué no me habías dicho nada?
– ¿Decirte qué?
– Que por fin has encontrado una mujer. Pero estás perdonado, es realmente encantadora. Por cierto, le dije que tenéis pendiente una invitación para venir a cenar a casa, pero me alegro de que ahora ya lo sepas.
Lundberg cerró los ojos.
Peter regresó a la sala de conferencias. Buscó el número de Andersson y respiró hondo.
– Inspectora Bodil Andersson.
Su confianza en sí mismo había comenzado a decrecer. Solo estaba provisionalmente anclada y algo había hecho que una de las sujeciones se soltara.
– Soy Peter Brolin. El ayudante de Olof Lundberg.
El auricular permaneció en silencio.
– Ha recibido una llamada amenazadora aquí, en su oficina, y desearía que de ahora en adelante su teléfono estuviera intervenido.
– Vaya, ¿es eso?
– Sí, si ella volviera a llamar quizá podrían localizar la llamada. Yo intenté llamar a la policía pero no me dio tiempo.
Comprendió que ella resoplaba.
– ¿Qué clase de amenaza? -preguntó ella.
– Ha amenazado con matar a su cuñada e insinuó que Lundberg había asesinado a su esposa -dijo Peter.
– Puedo comprender que se sienta preocupado por lo primero, pero espero que lo otro no le preocupe demasiado. En ese caso, sería una reacción interesante.
A él no se le ocurrió nada que decir antes de que ella prosiguiera:
– Sé por experiencia que estas amenazas rara vez se llevan a cabo. Es solo una manera de hacerse respetar y captar la atención de la víctima, pero dé por hecho que protegeremos a la cuñada de Lundberg y sobre todo la pondremos sobre aviso. Me imagino que ya habrán hecho eso…
– Olof está hablando con ella en este momento. ¿Puede ella contar con algún tipo de protección policial? -preguntó.
Ella resopló esta vez con más claridad.
– Desgraciadamente aquella época en la que se podía ofrecer protección a diestro y siniestro se ha acabado. Pero en las novelas policíacas que al parecer son las que le proporcionan sus primitivas formas de investigación quizá aún existan. Además, tampoco disponemos de los suficientes aparatos para intervenir todos los teléfonos y tenemos muchas más investigaciones que están antes que la suya.
Hizo una pausa como si esperara su reacción. Él no se dejó engañar.
– Le puedo asegurar que Lundberg no es la única persona aterrorizada por otro ser humano. Solo aquí sobre mi mesa tengo una docena de casos parecidos. Y además, en el caso de Lundberg todavía nadie ha sido herido.
Peter sintió su corazón latir desbocado en el pecho. Reprimió la tentación de colgar el teléfono y de esa manera dejar bien claro para ambos que ella era superior a él. Que ni siquiera era lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a ella por teléfono.
Tragó saliva y se decidió.
– ¿Por qué le caigo tan mal? ¿Qué he hecho para merecer que me trate así?
El auricular permaneció en silencio. Luego ella respondió:
– No me gusta la gente que cree que puede hacer nuestro trabajo tan bien como nosotros. Ineptos que se creen algo. Es así de simple.
Se preguntó cómo le contaría esta conversación a Lundberg sin que al mismo tiempo le diera un ataque al corazón. Sintió un fuerte deseo de intentar mejorar su relación con Bodil Andersson, ya que veía cada vez más claro que ella por puro orgullo dejaría que la diabla se escapara antes de dejar que él la encontrara. Podía dejar que ella creyera que lo había derrotado con tal de que él sintiera que controlaba la situación.
Su cerebro comenzó a trabajar a toda máquina. No formaba parte de sus conocimientos cómo aplacar a una mujer, pero sabía cómo funcionaba con los hombres.
– Lamento si de alguna manera he parecido irrespetuoso con sus conocimientos y su experiencia. Me doy realmente cuenta de lo mucho que podría enseñarme. Ahora, después de todo, comprendo que fue una tontería dar su nombre en mi conversación con Beckomberga, pero simplemente no lo pensé y le pido disculpas.
Había cruzado automáticamente los dedos de la mano derecha bajo la mesa. No había hecho eso desde que le mintió a su madre, pero los reflejos al parecer seguían ahí.
Se hizo un silencio sepulcral.
– He estado revisando su lista -dijo ella finalmente-. Comprobaré los datos tan pronto como pueda.
Peter se abstuvo de contarle que dos de los seis nombres ya estaban comprobados; decidió mencionarlo en otra ocasión.
Ella continuó:
– Le puede decir a Lundberg que se compre un identificador de llamadas. No cuesta mucho y así tendrá un control total sobre quien le llama. Por lo demás, ya llamaré si encuentro algo interesante.
Peter oyó que sonaba un teléfono cerca de ella.
– Me llaman por el otro teléfono. Supongo que nos volveremos a ver -dijo ella y colgó.
Peter no sabía si realmente había podido controlarla o si, a pesar de sus esfuerzos ella le había vencido.
Colgó el teléfono y decidió que de ahora en adelante tendría el menor contacto posible con ella. Cada vez que la había visto o había hablado con ella tardaba unas cuantas horas en dejar de sentirse desanimado.
Se dirigió al despacho de Lundberg que justo entonces terminaba la conversación con su cuñada. Se puso de pie, irritado, fue hacia la pared de cristal y miró fijamente a sus empleados.
– ¡Ahora la policía tiene que hacer que suceda algo! Ahora también se está metiendo con mis conocidos. ¡Al principio Kerstin no me creyó! La tía se le había acercado en la biblioteca de Sveavägen y se había presentado como Marie Larsson. ¡Aseguró que había reconocido a Kerstin por uno de mis álbumes de fotos y le contó que teníamos una relación secreta desde hacía un año! Kerstin, por supuesto, se sorprendió muchísimo pero estaba contenta de que yo, por fin, me hubiera atrevido a tener de nuevo una relación. ¡Me voy a volver loco! ¡Dentro de poco también acosará a mis clientes!
– ¿Le hablaste sobre la amenaza?
Lundberg se giró hacia él.
– Me prometió que tendría cuidado. Kerstin no es miedosa, pero me prometió que llamaría directamente a la policía si ocurría la más mínima cosa. ¿Qué dijo Andersson?
Peter tragó.
– Dijo que ahora mismo no tenían ningún aparato disponible para intervenir la línea, pero que de momento, podías comprarte un identificador de llamadas. Por lo demás, comenzaría, tan pronto como tuviera tiempo, a analizar los nombres de la lista de Beckomberga.
Lundberg agitó la cabeza.
– Sería una pena que se agotaran trabajando -dijo irónicamente y suspiró-. Está perfectamente claro que tú debes ocuparte personalmente de esto, Peter. Para empezar te agradecería que compraras uno de esos aparatos. Mejor dos. También quiero uno para casa. ¿Necesitas dinero?
Peter estuvo contento de que lo preguntara. Él mismo había pensado sacar el tema en cuanto pudiera.
– Sí, no estaría mal. La cartera empieza a estar algo vacía -contestó.
Lundberg escribió en silencio un cheque y luego se lo tendió.
Peter lo guardó en su cartera sin mirar la suma. Lundberg respiró hondo.
– Creo que hoy me iré pronto a casa. Me siento cansado. Es lunes, de modo que Katerina seguramente ahora estará ahí limpiando pero suele acabar alrededor de las dos. ¿Quieres ir ahora o lo harás más tarde?
Peter tenía otros planes.
– Me parece que daré una vuelta para ver a Karin Södergren de camino a casa.
Lundberg arqueó las cejas interrogante.
– Es uno de los nombres de la lista -explicó-. Hablé con ella por teléfono hace un rato y después sentí algo de curiosidad. Vive en Bergsgatan 35.
– Ten cuidado -dijo Lundberg-. No hagas nada precipitado. Llama a nuestra amiga la policía si resulta ser ella. Toma, coge mi móvil.
Peter cogió el teléfono y Lundberg le dio los datos necesarios.