Выбрать главу

Aún le dolía un poco el pie, pero lo había sentido menos estos últimos días. Hacía mucho tiempo que había aprendido a soportar el dolor, pero el deseo de compartirlo se había vuelto más y más fuerte y ahora la inundaba de tal manera que estaba a punto de explotar.

Pronto.

Pronto sería su turno.

Siguió deslizándose alrededor de la casa. Era un tigre acorralando a su presa y pronto, pronto lo tendría de rodillas pidiendo compasión y perdón, lo tendría totalmente en su poder y dejaría que él experimentase todo el dolor que ella había padecido.

Pagaría por cada minuto.

Apenas podía contenerse.

Avanzó a hurtadillas hasta la ventana encendida. Si se ponía de puntillas podría mirar entre el marco de la ventana y el borde de la cortina.

Ahí estaba, tumbado.

Dormía con la boca abierta y un pequeño hilo de saliva le corría por la mejilla. Lo observó con asco.

Sintió todo el odio que llevaba dentro. Él estaba ahí, tumbado, completamente indefenso, y tuvo que contenerse para no romper la ventana y atraparlo inmediatamente.

Pero no tendría tanta suerte.

Primero tenía que sufrir. Luego lo destruiría.

Él se giró en sueños y el rostro desapareció de su vista. Continuó observando su espalda que siguiendo el ritmo de su respiración subía y bajaba a intervalos regulares.

Pronto, pensó ella. Pronto serás mío. Pronto será mi turno.

Después de un rato se alejó de la ventana y comenzó a ejecutar la labor que había venido a realizar.

19

Peter se despertó temprano. Por una vez permaneció tumbado en la cama un rato y pensó. La radio despertador marcaba las 6.52. Puso la P1 y permaneció tumbado escuchando las noticias de las siete.

Comenzó a planificar el día. Había tres direcciones que debían ser comprobadas antes de que su descabellada intentona resultase inútil.

Se metió en el cuarto de baño a las siete y media, se afeitó y después regresó a su habitación y se vistió. Fuera aún era de noche. Su radio despertador marcaba las 7.49. Debería haber más claridad. Se dirigió a la cocina para comprobar la hora en el microondas por si el despertador se había estropeado.

En el vestíbulo recordó que acababa de escuchar las noticias de las siete; evidentemente algo iba mal.

Toda la casa estaba negra como el carbón menos el vestíbulo donde aún brillaba la lámpara encendida.

Se acercó a la ventana panorámica y juntando las manos formó como un embudo alrededor de los ojos. Fuera no se veía ninguna luz. Estaba oscuro como boca de lobo. Fuera no había ni un punto de luz.

El corazón comenzó a latir desbocado. ¿Estaría aún soñando?

Salió al recibidor, marcó el código para desconectar la alarma y abrió la puerta de la calle.

La luz de fuera le golpeó como una lámpara solar y lo cegó por completo.

Primero no comprendió nada. Se dio media vuelta y miró dentro de la casa, oscura como la tinta. Aún descalzo dio un par de pasos hacia la escalera.

No pudo creer lo que veían sus ojos.

Todas las ventanas de la casa estaban cubiertas de pintura. Alguien había pintado concienzudamente todas las ventanas del edificio de negro y así había impedido que los rayos de luz penetraran a través del cristal.

Miró rápidamente a su alrededor. El jardín estaba vacío. Junto a la puerta de la calle había un sobre rosa metido entre la pared y el marco de la puerta. Tiró de él, volvió a entrar y cerró inmediatamente la puerta. De camino a la habitación de Olof encendió todos los interruptores que vio.

Llamó a la puerta cerrada.

Casi inmediatamente oyó la voz de Olof:

– Sí, ¿qué pasa?

Peter abrió y entró.

– Ha ocurrido algo. Tienes que venir a verlo.

Olof se levantó rápidamente y se puso el albornoz que colgaba de una percha junto a la puerta.

– ¿Qué hora es? -preguntó al salir al pasillo.

– Casi las ocho -contestó Peter-. Alguien ha pintado todas las ventanas de negro. Esa es la razón de que esté tan oscuro.

– ¡Qué cojones! -exclamó Olof consternado.

Acababa de despertarse y no parecía comprender del todo lo que Peter decía.

– Esta carta estaba ahí fuera.

Peter le alargó el sobre rosa.

Olof aún miraba a su alrededor desconcertado. Finalmente entró en el salón y se sentó en el sofá, Peter encendió la lámpara de pie que tenía detrás. Había un par de gafas para leer de Lundberg sobre la mesa y se las puso. Peter leyó la carta por encima de su hombro.

BUSCA EL AMOR – Y NUNCA LO ENCONTRARAS.

HUYE DEL AMOR – Y TE PERSEGUIRÁ

Las palabras estaban seguidas de las iniciales EG.

Peter corrió a su habitación y cogió la lista de Solveig Gran del laboratorio de Beckomberga. Recordaba algo. La miró apresuradamente y luego regresó junto a Olof en el salón.

– ¡Creo que la tenemos! Elisabet Gustavsson. Falugatan 11. ¡Está en la lista!

Le mostró el papel a Olof.

– ¡Voy ahora mismo para allá!

Peter, que al final había conseguido despertarse, estaba exultante. Su apuesta había resultado.

– Espera -replicó Olof-. Voy contigo. Quizá sea una trampa.

– ¿Por qué iba a serlo? Ella no tiene ni idea de que tenemos esta lista. Quizá simplemente sea como dice la policía. Se siente cada vez más atrevida y comienza a desear que tú la encuentres. Le debe de parecer completamente inofensivo revelar sus iniciales. ¿Cuántas EG crees que hay en Estocolmo? Seguramente más de cien mil.

– ¡Joder! Tengo una reunión esta mañana. No puedo aplazarla.

Olof parecía pensar.

– Me tienes que prometer que no te pondrás en contacto ni te acercarás a ella. Solo observa si es ella y luego vamos ahí juntos -dijo.

Peter dudó pero finalmente se sintió obligado a preguntar.

– Quizá deberíamos llamar a Bodil Andersson.

– ¡Bah! -repuso Olof-. ¡No podrá encontrar sitio en su agenda antes de julio! No, nosotros mismos nos encargaremos de esto. Pero no intentes hacerte el héroe sin mí.

Peter sonrió.

Olof salió a la escalera y observó el destrozo.

– Puta de mierda -fue su único comentario.

También la fachada alrededor de las ventanas estaba manchada de pintura negra; estaba claro que habría que pintar de nuevo toda la casa.

– Llamaré a Bodil Andersson y denunciaré esto cuando le hayamos echado una ojeada a Elisabet Gustavsson.

Lundberg ya había tomado su decisión.

20

Una hora y media después Peter se apeaba de un taxi en St Eriksgatan justo al comienzo de Falugatan. Había casas a ambos lados pero ningún portal abovedado. No había ningún escondite natural donde ocultarse.

Se acercó al portal número 11. Los nombres no figuraban junto a la puerta, solo había un portero automático sin telefonillo. De la pared, dentro del portal, colgaba un tabla de fieltro azul con apellidos y pudo ver que Elisabet Gustavsson vivía en el tercer piso.

Miró a su alrededor. Al otro lado de la calle había un estanco. Sacó la cartera y buscó su viejo carnet del SL. Luego cruzó la calle.

El hombre detrás del mostrador era extranjero, le preguntó qué deseaba.

– Necesito que me ayude un momento -dijo Peter-. Soy policía del distrito de Norrmalm. Inspector Per Wilander.

Agitó su carnet ante el hombre y después lo guardó de nuevo en el bolsillo.

El hombre no parecía especialmente preocupado sino sorprendido y curioso.

– Estoy vigilando a una persona que con toda seguridad se esconde en un piso de ese edificio. Necesitaría estar aquí un rato y controlar quién entra y sale.

– De acuerdo. Puede ser divertido tener un poco de compañía.

El hombre pasó una silla por encima del mostrador, la colocó junto a la ventana y le invitó a sentarse.