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La verdad era sin duda poco satisfactoria.

Tomó dos resoluciones. La primera fue que nunca en la vida reconocería que Olof había estado con él en el piso y la segunda fue ir a ver a Eva a Goteborg.

Intentó calmarse.

– Todo se arreglará de alguna manera -le dijo a Olof pero él mismo se dio cuenta de que no sonaba especialmente tranquilizador.

Solo sentía deseos de quitarle un peso de encima. De no cargar a Olof con sus problemas. Sin duda no se lo merecía. Ya había hecho más de lo que se podía pedir.

– Si vuelve a llamar, di simplemente que no hemos estado en contacto y que no sabes dónde estoy. Deja que ella misma me busque. Me voy a Goteborg. Viviré en casa de mi hermana durante unos días.

Peter se dio media vuelta y miró a Olof. Durante unos minutos la habitación permaneció en completo silencio.

Olof se puso de pie.

– Cuídate, Peter -dijo al fin-. Llámame cuando regreses.

Sonó tanto como una orden como un deseo. Parecía triste. Como si supiera que no podía hacer nada por arreglar la situación y esa certeza le dejara compungido. Se acercó los pocos pasos que le separaban de Peter y lo abrazó.

No dijo nada más.

A Peter se le hizo un nudo en la garganta.

Salió de la oficina y cerró la puerta.

27

Caminó el corto trecho hasta Humlegården y se sentó en un banco. Ahora la nieve había desaparecido por completo y el gorjeo de los pájaros recordaba que la primavera se acercaba. La primavera. Era entonces cuando se esperaba que todas las personas se llenaran de confianza y seguridad en el futuro. Era entonces cuando se acercaba la recta final hacia el verano y las vacaciones y nadie podía poner la radio o la televisión sin ser informado sobre cuántas personas precisamente ese día se habían sentado en las escaleras del Konserthus y habían saboreado su primer helado del año. Era entonces cuando las esperanzas renacían y la oscuridad del invierno se sentía muy lejana, aunque hasta hacía poco todos estaban envueltos en ella.

Había escogido un banco al sol. Se recostó y cerró los ojos. La luz era lo suficientemente fuerte para hacer sentir su calor.

Reflexionó sobre su situación.

Una semana y media atrás todo era diferente. Desde entonces habían ocurrido más cosas que en los últimos diez años. De ser un aburrido endeudado, al borde de la bancarrota y paralizado, había pasado a ser un hombre sin deudas sospechoso de asesinato; pero seguía estando paralizado y no estaba muy seguro de si en realidad había mejorado algo.

Un sonido justo a su lado le hizo abrir los ojos. Descubrió que un perro se había acercado sigilosamente y agitaba su rabo justo delante de su rodilla. Alargó la mano y le acarició la cabeza. Un silbido a lo lejos hizo que el perro reaccionara inmediatamente y saliera corriendo por la hierba. Lo observó a contraluz y se colocó la mano haciendo visera sobre los ojos para ver mejor. No fue de mucha ayuda.

Pero vio una cosa.

Había alguien en la esquina de la Kungliga Bibliotek y miraba hacia él. La figura estaba lo suficientemente lejos para que no pudiera distinguir algún detalle pero un movimiento con las manos que bajaron lentamente del rostro hizo que pareciera que la persona miraba a través de unos prismáticos.

Se quedó helado. La persona dio unos pasos y desapareció tras una esquina; no podía creer lo que había visto.

Podría jurar que era la diabla.

Se levantó sin dudarlo, corrió por la hierba cerca de cien metros y dio la vuelta a la esquina por donde había desaparecido la figura.

Ahí no había ni un alma.

Siguió corriendo cuesta abajo hacia Humlegårdsgatan y luego por Birger Jarlsgatan.

Había desaparecido.

Dio media vuelta y atajó por la hierba hasta la entrada de la biblioteca pero allí se encontró con un cartel que informaba que estaba cerrada por obras.

Había un albañil algo más allá y Peter se apresuró hacia él.

– Perdone -dijo jadeando-, ¿por casualidad no habrá visto pasar por aquí hace un momento a una mujer de pelo negro?

– No, no me he fijado -respondió-. Tengo otras cosas que hacer.

Peter dio media vuelta y se marchó.

Estaba de nuevo en Humlegårdsgatan. Lleno de malos presentimientos intentó convencerse a sí mismo de que un efecto de la luz y su preocupación le habían gastado un jugarreta.

Fue andando hasta su casa, en Åsögatan. Cuanto más caminaba más seguro estaba de que había visto mal. Simplemente no podía ser ella. Él mismo la había podido ver de cerca colgando muerta del techo del cuarto de baño.

Intentó sacudirse la sensación de desagrado.

Al llegar a casa llamó a SJ para informarse de los horarios de los trenes a Goteborg. A continuación telefoneó a su hermana.

– Había pensado ir a pasar contigo un par de días, si no te viene mal -dijo.

– ¡Qué bien! -respondió ella-. ¡Puedes venir cuando quieras! Los niños casi no se acuerdan de ti. Llama y dime cuándo quieres que te recoja en la estación.

Cuando acabaron la conversación Peter cogió su maleta que estaba junto a la puerta de la calle y empezó a hacer el equipaje.

Seguía dándole vueltas en la cabeza a lo que había visto en Humlegården, así que finalmente se sentó en la cama y cogió el teléfono. Marcó el número de Lundberg. Fue Lotta quien respondió.

– No, ha salido a hacer un encargo -gorgojeó-. Esa mujer policía telefoneó y un rato después él salió. Por cierto, ella dejó un mensaje para usted.

Peter tragó saliva. Lotta prosiguió.

– Me pidió que te dijera que le debe una taza de silverte.

Primero Peter no comprendió nada. Las piezas no encajaban. De repente lo entendió todo. La reacción fue tan brusca que se le cayó el teléfono. Cuando finalmente consiguió atraparlo de nuevo la línea se había cortado.

Comenzó a pasear de un lado a otro entre las paredes del piso. El cerebro trabajaba a toda máquina y como en una película de cine mudo todos los acontecimientos de los últimos días pasaron frente a sus ojos.

Nadie más, aparte de él y la diabla, sabían que ella había pedido silverte en la pastelería Nylén.

No podía creer lo que su cerebro le decía.

Era ella.

Bodil Andersson.

La diabla era Bodil Andersson.

Ella le había elegido desde el principio y le había enviado a Olof para que picara el anzuelo. Luego le había hecho correr como un perro faldero por donde ella quería. Había seguido como un cordero confiado el claro rastro que iba dejando tras de sí y tan pronto como se apartaba, ella se enteraba por él y de esa manera podía cambiar sus planes. Los ojos que durante un segundo lo miraron en la pastelería Nylén. ¿Cómo fue posible que no la reconociera?

Marcó el número del móvil de Olof pero el abonado no estaba disponible en ese momento.

Colgó y llamó a Información, pidió el número de la comisaría de Norrmalm. En un desesperado intento se agarraba a un clavo ardiendo para comprobar que su última corazonada no era una equivocación.

– Busco a la inspectora Bodil Andersson -dijo.

El mismo oyó lo estresado que sonaba.

– Un momento -respondió la voz al otro lado de la línea y luego quedó en silencio.

Esperó conteniendo la respiración.

– ¿Trabaja aquí? -preguntó la voz.

– Sí, eso espero -contestó Peter.

– Aquí no trabaja nadie con ese nombre, pero puedo mirar en el ordenador y ver dónde trabaja.

La línea quedó de nuevo en silencio.

– Lo siento, pero no encuentro a nadie con ese nombre en ninguna parte. ¿Desea hablar con otra persona?

Peter colgó.

Sin duda ella había jugado un juego peligroso. Había tenido la suerte increíble de que nadie comprobara su número de teléfono y de que Peter no la reconociera de la pastelería Nylén. Solo una persona enferma de verdad tomaba esos riesgos. Alguien que no tuviera nada que perder.