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Le pidió al taxista que le llevase a Saltsjö-Duvnäs. Olof debería de estar en casa a esta hora del día y si por alguna razón no estuviera, aún tenía la llave de Lotta en el bolsillo.

Cuando llegó a la puerta dudó. El reloj en el salpicadero del taxi marcaba las seis menos diez. ¿Debía llamar al timbre o simplemente abrir con su propia llave? La solución fue un compromiso entre ambas. Sacó su llave y abrió la puerta al mismo tiempo que gritaba tanto como le permitía su voz que era él quien entraba. La luz roja de la alarma parpadeaba enfadada y marcaba en la pequeña pantalla que pronto pensaba ponerse en marcha si alguien, inmediatamente, no pulsaba la clave correcta. Aún la recordaba y la luz dejó de parpadear.

No le dio ni siquiera tiempo a quitarse los zapatos antes de que Olof apareciera en el recibidor. Llevaba la bata sin abrochar y parecía tan cansado que era sorprendente que pudiera mantenerse de pie.

– ¿Qué haces aquí? ¿No estabas en el hospital?

Parecía tanto enfadado como sorprendido.

– No aguantaba más. ¿Puedo entrar?

Peter bajó la vista al darse cuenta de que él mismo ya se había permitido entrar. Eso apenas le dejaba a Olof la posibilidad de decidir por sí mismo.

– ¡Pasa y siéntate! Pareces más muerto que vivo.

Él podía decir lo mismo de Olof pero se abstuvo. Olof le condujo hasta el sofá, buscó una colcha y se la pasó por los hombros.

– Dios mío, te tiembla todo el cuerpo. ¿Quieres algo?

Peter asintió.

– Me sentaría bien un poco de té.

Olof se fue a la cocina y él se reclinó y cerró los ojos. Se preguntó cuánto podía uno abusar de su cuerpo antes de que este simplemente decidiese tumbarse y morir.

Olof regresó con una taza de té y le ayudó a llevársela a la boca. El cerebro aún estaba perfectamente claro, pero sentía el cuerpo completamente extenuado.

– Tienes que intentar beber, eso dijeron en el Karolinska. ¿Sabe alguien que estás aquí?

Negó con la cabeza.

– Quizá deberíamos llamar y comunicárselo para que no te pongan en busca y captura.

Se suponía que era una broma pero él no tenía ni fuerzas para reír. Olof fue a buscar el teléfono y llamó a información. Le pasaron con la centralita del Karolinska.

– Desearía hablar con alguien de la planta cincuenta y tres. Gracias.

Peter volvió a cerrar los ojos.

– Me llamo Olof Lundberg y solo deseaba notificarles que el paciente Peter Brolin que ha desaparecido esta noche está en mi casa.

Silencio.

– Sí está muy cansado y estoy procurando que beba algo. ¿Hay algo más que pueda hacer?

Silencio de nuevo.

– Vale. No, se quedará aquí. No soporta los hospitales. ¿Sería posible que venga alguien a casa para atenderle durante el día?

Olof dio su dirección y colgó.

– Gracias -susurró Peter.

– Ahora tranquilízate, te sentirás mejor si consigues dormir de verdad. Dijeron que tenías que beber mucho, pero sobre todo descansar. Aseguraron que estabas extenuado. ¿Es eso cierto?

Peter lo miró. Olof sonrió y esta vez le devolvió la sonrisa.

– ¿Qué fue lo que ocurrió en el piso realmente? -preguntó Olof seriamente-. ¿Tienes fuerzas para contármelo?

– Mañana -contestó él.

Olof asintió.

– ¿Deseas acostarte o prefieres que estemos sentados aquí un rato? Tus sábanas aún están en la cama.

Peter no deseaba estar solo. Ahora había luz fuera y se sentía menos amenazado pero sabía que no podría dormirse si se quedaba solo en el cuarto de invitados.

– ¿Tienes fuerzas para quedarte aquí un rato? -preguntó Peter-. Tú tampoco has dormido mucho esta noche.

– Sí, hombre, unas tres horas.

Olof se había sentado en el sillón frente a él y ahora se recostó.

Peter le miró interrogante. Olof dejó que las yemas de los dedos repiquetearan por el reposabrazos del sillón.

– He tomado una gran decisión estos últimos días.

Tomó un trago de té.

– Lo he estado pensando algún tiempo, pero finalmente me he decidido durante esta última semana. Voy a vender la agencia.

La habitación quedó en silencio.

– Creía que era importante para ti -dijo Peter al cabo de un rato.

Olof dejó descansar sus dedos.

– Sí lo ha sido, pero el tiempo pasa. Hace un mes cumplí cincuenta y siete años y el tiempo no avanzará más despacio por eso. Durante treinta y siete años no he hecho otra cosa que trabajar y durante estos últimos diez años la agencia ha estado en la cima, de modo que no es fácil encontrar una buena razón para continuar.

He ganado ya tanto dinero que tendré que esforzarme si quiero gastármelo antes de morirme, y por eso he pensado empezar a hacerlo ahora.

De pronto se sentía completamente despejado, se inclinó hacia delante y continuó como si quisiera convencer tanto a Peter como a sí mismo.

– No tengo ni hijos ni familia. Ni siquiera tengo hermanos, y te aseguro que el dinero que he ganado en mi vida no va a ir a parar a Hacienda. He soñado hacer miles de cosas. Senderismo por el Himalaya, bucear en la Gran Barrera de Coral en Australia, ir de safari a África, y entonces me pregunto ¿por qué no lo hago? Pues porque cada día voy a mi oficina y me siento a pensar cómo poder convencer a la gente para que compre Via en lugar de Ariel y de que no pueden vivir un día más si no se compran rápidamente una antena parabólica que les proporcionará cuatrocientos dieciocho canales de televisión.

Resopló y se volvió a recostar.

– Sencillamente, soy demasiado viejo para eso. Ya no encuentro motivación. Lo único que deseo es algo de paz y tranquilidad.

La habitación quedó en silencio. Una bandada de gaviotas voló por delante de la ventana panorámica.

– Pero me he dado cuenta, y por fin lo he reconocido, de que lo que me ha impedido vender hasta ahora es que me asusta la soledad.

Miró a Peter que escuchaba atento. Olof cruzó los brazos.

– Si quisiera podría hacer un par de llamadas y llenar la casa con cien invitados, pero ¿quiénes serían? Sí, noventa sonrientes personas del mundo de la publicidad que saben que les interesa estar a bien con Olof Lundberg, y una decena de personas a las que quizá podría llamar mis amigos pero con las que desde luego no me gustaría hacer senderismo por el Himalaya. Todas tienen sus cosas y sus familias en las que pensar.

Bajó la mirada como si de repente se sintiese ruborizado. Peter se llenó de ternura.

– Ésa es la pura verdad, la gente olvida que una persona de éxito pueda estar sola. Yo mismo casi lo había olvidado. Pero lo cierto es que si lo analizas estoy completamente solo y la oficina funciona como un sustitutivo. Voy ahí cada mañana para tener la confirmación de que aún soy necesario, pero en realidad no tengo ni idea de quién soy fuera de mi mundo profesional. Ahora he decidido descubrirlo.

Permaneció un rato en silencio, luego alzó la vista y miró a Peter.

– Pero al mismo tiempo siento miedo e inseguridad y aquí es donde tú entras en acción, Peter.

Ambos permanecieron en silencio.

– Tengo una propuesta -continuó Olof-. ¡Que ahora no te dé un ataque, eh! Me pregunto si te gustaría vivir aquí en la casa conmigo. Sencillamente la dividiríamos por la mitad y compartiríamos cocina y salón. Si uno desea estar en paz o tiene una visita solo tiene que irse a su lado.

Peter no podía creer lo que oía. ¿Era posible que después de treinta y dos años color verde oliva ahora tuviera una oportunidad?

Miró a Olof y sonrió. Olof lo observó impaciente, como si deseara oír rápidamente su reacción.

– ¿Te estás declarando? -sonrió Peter.

Olof comenzó a reír.

– Sí, quizá sea una forma de decirlo. Pero -sonrió y levantó el dedo índice- tengo que aclarar que no hay obligaciones matrimoniales de por medio, espero que eso quede perfectamente claro. Ésas te las tienes que buscar tú mismo. Si te apetece acompañarme, me voy a Nepal dentro de tres semanas. Quizá allí encuentres a alguien.