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Peter sintió cómo se extendía una agradable calidez por todo su cuerpo, y una singular y deseada tranquilidad se asentó en lo más profundo de su ser. Aún era necesario, quizá incluso más que antes.

– Quizá necesite apuntar que no me lo puedo permitir -dijo él. Olof sonrió. -Sí, sí puedes.

36

Peter estaba tumbado en la cama y tenía la cartera en su mano izquierda. Eran las ocho y una suave paz se había apoderado de él.

Sintió que estaba preparado.

Desdobló rápidamente la carta mientras el valor aún le asistía.

No alcanzó a leer más que las primeras palabras antes de sentir crecer en su garganta una bola dolorosa y después de un par de frases esta se soltó y se transformó en un torrente de lágrimas liberadoras que se precipitaron por sus mejillas. Leyó la carta cuatro veces e intentó llorar tan silenciosamente como le fue posible. En ese momento no deseaba compañía.

Aturdido guardó la carta de nuevo en la cartera.

Los pensamientos y los recuerdos se entrelazaban en su cabeza e intentaban componer un todo. Había dado el paso hacia el abismo y aún no sabía si volaría o caería.

Toda su vida había resultado estar basada en una mentira, o por lo menos en una verdad omitida. Ahora, cuando por fin había conseguido la clave secreta y la llave para librarse del peso que siempre le había impedido continuar adelante y dejar atrás el pasado, no podía aceptar la explicación. No se sentía ni triste ni enfadado, pero tampoco contento o aliviado.

Estaba completamente vacío.

Pensó en su madre.

Cuando murió el piso ya había sido limpiado y todo lo que había en él había sido empaquetado. Había preparado su partida hasta el más mínimo detalle. Toda la ropa estaba guardada en bolsas negras de plástico y la mayor parte de las cosas de la casa en cajas de cartón. Ella había llamado a Lions y les había pedido que fueran a buscarlo.

Toda la vida de una persona reducida a cajas de cartón cerradas y bolsas negras de plástico.

En cuatro de las cajas estaba escrito el nombre de Peter y Eva; había repartido democráticamente entre ambos todas las cosas de valor y las fotografías. Debajo del todo, en uno de los cartones de Peter, había un montón de libros anuales del Cuerpo de Bomberos, pero no había dejado ningún mensaje personal; solo había una escueta nota sobre la mesa de la cocina en la que les recomendaba la manera más sencilla de deshacerse de los muebles. Junto a la nota había dejado la llave de su caja de seguridad del banco; había dividido su dinero en dos mitades y las había colocado en un sobre para cada uno sin ningún saludo. Él creyó que ella había hecho todo esto en un desafortunado intento por evitarles problemas, pero hubiera estado más que encantado de poder pasar un par de días ordenando y limpiando la casa de sus padres. Se sintió despojado de la oportunidad de, solo y en paz, poder moverse entre las cosas del Tiempo anterior e intentar aliviar su pena.

Ahora comprendía que ella había sentido miedo. Miedo a que él encontrase papeles u otras señales que ella había procurado ocultar toda la vida.

Después de acabar de limpiar y de haber ordenado su vida ella se tumbó en su cama para, finalmente, poder reunirse con su amado.

Durante la autopsia no encontraron ni rastro de somníferos u otras señales de suicidio. Simplemente se había tumbado y había dejado de respirar.

37

Un par de horas más tarde se tomó el Sobril que Olof le había dado y, finalmente, cayó en un sueño liberador.

Cuando se despertó era casi de noche. Necesitó un momento antes de que todas la nuevas experiencias encontraran su lugar y permaneció tumbado con los ojos cerrados intentando ordenar todos los datos en su enorme armario de sentimientos. Deseó no estar tan agotado, pues sabía que eso no mejoraba en nada su capacidad de razonar. Un cerebro tan desconcertado y ofuscado como el suyo en un cuerpo que apenas podía levantarse de la cama no era una buena combinación en una situación como esta. Necesitaba de toda su fuerza y cordura para soportar el examen de su vida que debía realizar, sin rendirse ni entregarse al sentimentalismo o a la autocompasión.

Sería tan sencillo dejarse simplemente arrastrar a la tentadora caída… Salir de la confusión de la forma más sencilla, ahora que había conocido la verdad mientras se encontraba en lo más bajo.

Pero ahora estaba Olof.

Se encontraba en un momento decisivo de su vida. Olof ya había preparado el camino para él. Lo único que necesitaba hacer era seguir respirando, y por primera vez levantar la vista hacia el futuro en lugar de continuar mirando atrás para asegurarse de que los fantasmas le seguían.

Tenía que dejarlos marchar.

Tenía que abandonarlos aquí y, por fin, vivir su propia vida.

Si no estuviera tan cansado.

También tenía sed. Tenía la garganta seca. Giró la cabeza y sonrió al ver que Olof había colocado un recipiente con agua y un vaso en el borde del escritorio junto a la cama.

Decididamente lo olvidaba bien. Alguien había escuchado su plegaria.

Intentó incorporarse sobre un codo y alargó el brazo hacia el vaso.

A mitad de camino dudó y se tumbó inmóvil con el brazo aún estirado.

Había oído un ruido.

Estaba justo a su lado, y en el mismo instante que comprendió lo que era alargó rápidamente la mano y encendió la luz.

Alguien respiraba en la habitación.

Se sentó en la cama y apoyó la espalda contra la pared. Era como si el viento se hubiera llevado todo lo que había pensado y sentido la última hora. Lo único que existía era la enorme amenaza a la que se enfrentaba. El mundo a su alrededor desapareció y la habitación en la que se encontraba se redujo a una diminuta caja.

Volvió cuidadosamente la cabeza y miró de reojo hacia el suelo. La silla del escritorio no estaba fuera en su lugar y de debajo de la mesa donde debería haber estado sobresalían dos pies desnudos.

Dos pies desnudos con las uñas de cada uno de los nueve dedos pintadas de rojo.

38

Estaba sentado en la cama aterrorizado. No podía moverse.

Su cuerpo y su alma le decían que la montaña rusa a la que los había sometido durante estos últimos días era más de lo que podían soportar. Ahora ya era suficiente.

Su respiración se volvió rápida y profunda y supo que si no se controlaba pronto y comenzaba a respirar más pausadamente se vería afectado de hiperventilación. Ya podía sentir los pinchazos en las manos.

Su mirada estaba clavada en los pies. Cuando le pareció que había pasado una eternidad los pies se movieron y un ojo apareció por detrás del borde de la mesa.

No había ninguna duda de a quién pertenecía aquel ojo.

Su cabello rubio tenía un color marrón oxidado a causa de la sangre coagulada y el ojo estaba sanguinolento y rodeado de un profundo moratón negro lila.

Ella se movió un poco y pudo ver su rostro.

Respiraba con pesadas, cansadas inhalaciones. No apartaba la vista de él pero la mirada, con sus párpados pestañeando lentamente, hizo que él por un segundo pensara en una muñeca mecánica a la que se le estaban acabando las pilas.

El rostro de ella mostraba claras huellas del maltrato al que él la había sometido y se contraía con fuertes espasmos a intervalos regulares.

No dijo nada pero siguió observándolo fijamente con la mirada vacía.

Él no podía detener su hiperventilación. El exceso de oxígeno ahora había alcanzado cada parte de su cuerpo, y tenía los brazos y las piernas petrificados en un calambre. Sintió claras señales en la mitad del rostro; como si de pronto tuviese un derrame cerebral, su mejilla colgaba y su boca dejaba correr la saliva por la barbilla. Tenía los brazos paralizados pegados al pecho y los dedos extendidos parecían garras. Había perdido el control y no tenía ninguna posibilidad de influir en su respiración. Comenzó a ver puntos delante de sus ojos, pero en algún lugar tras la membrana gris vio cómo ella intentaba levantarse y comenzaba a acercarse.