Nunca había conseguido romper las ligaduras. Como una cinta elástica estirada al máximo, se mantenía aferrado al pasado. Entonces nada precisaba explicaciones. Cuando el paso del tiempo era una obviedad y no una amenaza. Cuando todavía había esperanza.
El Tiempo anterior y el Tiempo posterior.
Podía señalar en el calendario la fecha en la que había traspasado la frontera, pero en su interior la transición era más difusa y prolongada y abarcaba un largo período de tiempo. Un tiempo en el que el valor, poco a poco, día a día, gota a gota, le había ido abandonando y había sido reemplazado por la certeza de que todo estaba perdido. Que nunca nada sería lo suficientemente importante como para que él estuviera dispuesto a desafiar a su destino. Dispuesto a luchar por algo, ya que sabía que era demasiado tarde.
Y lo peor, lo que convertía a todo lo demás en insuperable, era que el Tiempo anterior solo había dejado vagos recuerdos en él, mientras que el Tiempo posterior había dedicado toda su energía a intentar que la falta de esos recuerdos no tuviera importancia.
Ya ni siquiera sabía qué era lo que echaba de menos.
Veía su vida en colores. El Tiempo anterior era amarillo claro y naranja, y envuelto en constante luz solar. Todos los escollos y las nubes de preocupación que con toda seguridad hubo incluso entonces, habían sido limados y ahuyentados con los años. En el Tiempo anterior todo era obvio y despreocupado y olía a cuero curtido y a 4711. Cuando se hizo mayor descubrió el perfume, por casualidad, entre una fila de botellas en PUB y la sensación de la fragancia casi lo embriagó. Al principio, a menudo desenroscaba solemnemente el tapón de la botella y se permitía viajar en el tiempo. Si cerraba los ojos casi podía oír el sonido de las voces en la cocina de Faktorigatan y las voces de la radio de los Gustavsson en el piso de arriba. La fragancia se había convertido en su máquina secreta del tiempo, y la añoranza, durante un tiempo, fue más fácil de soportar.
Pero resultó que el mágico contenido de la botella no fue duradero. Cada vez la sensación era menor y, finalmente, desapareció por completo. La fragancia se había aclimatado al Tiempo posterior. Cuando descubrió que había perdido su eslabón mágico con el pasado quedó completamente destrozado; desilusionado y con una enorme sensación de pérdida y tristeza, tiró la botella a la basura.
Un paso más.
El Tiempo posterior no olía a nada, era verde oliva y se había descolorido con los años, a excepción de un par de cortos períodos de tiempo.
En el Tiempo anterior él vivía en una casa de tres pisos en Faktorigatan en Huskvarna.
Su padre era bombero; sufrió un accidente durante un incendio en 1965.
Ahí comenzó el punto de inflexión que nunca se pudo borrar. Era ahí donde estaba la línea divisoria en el calendario. Pero él solo tenía siete años. ¿Qué sabía él del vacío que le acompañaría el resto de su vida? ¿Algo que era tan obvio podía dejar de existir así de repente? ¿Como si nunca hubiese existido? Los zapatos de papá aún estaban donde los había dejado, en el suelo del vestíbulo. Su cepillo de dientes esperaba en el cuarto de baño. El libro que habían comenzado a leer juntos estaba abierto sobre la mesilla de noche. Claro que tenía que seguir viviendo. Solo estaba muerto ahora, pero luego volvería.
Pero los años pasaron y ya era demasiado tarde.
Pero el niño pequeño aún existía.
Esperaba en vano a que todo fuese como antes.
Su madre había sido ama de casa y hasta que murió, de eso hacía seis años, había esperado que Peter retomara la aureola de héroe de su padre.
En un intento por satisfacer sus sueños, él, después de acabar la educación básica, siguió estudiando la rama técnica para poder acceder a la Escuela de Formación Profesional de Protección Civil en Rosersberg.
No quisieron aceptarle.
Su «condición física» fue considerada mala.
La humillación fue total.
Para no desilusionar a su madre nunca le dijo nada. Durante doce años trabajó como conductor de autobús en Estocolmo; telefoneaba a Huskvarna y contaba las historias más sensacionales sobre su trabajo en el Cuerpo de Bomberos. Su hermana dos años mayor que él lo descubrió inmediatamente, pero por respeto a su madre, por suerte, apoyó su historia.
Eva, su hermana mayor, se marchó de casa con solo 17 años. Llena de resolución había hecho un cursillo intensivo y se convirtió en guía turística en Gran Canaria. Durante los siete años que trabajó allí su orgullosa madre colgó todas sus postales en la pared de la cocina. Peter aún vivía en casa, y cinco años después de que ella se fuera seguían ahí como un constante recuerdo de su gran iniciativa y de la mediocridad de él.
Finalmente se cansó de su trabajo y empezó a echar de menos Suecia, pero en lugar de regresar a su ciudad natal eligió Goteborg. Ella lo llamaba de vez en cuando e intentaba atraerlo allí, pero él nunca estuvo interesado.
Luego su hermana, para gran alegría de su madre, se casó de repente con un médico, jefe de planta del hospital Sahlgrenska, y tuvieron tres niños en tres años. Peter rara vez llamaba y ella ya tenía suficiente que hacer con sus tres hijos. Cuando estos fueron lo bastante mayores como para ir a la guardería ella comenzó inmediatamente, siguiendo su costumbre, a hacer cosas; estudió para ser ayudante de laboratorio y desde entonces tenía un trabajo fijo en Hässle.
A él nunca había dejado de sorprenderle que dos hermanos pudieran ser tan distintos como lo eran Eva y él.
No podía recordar que hubieran hablado ni una sola vez sobre su padre. Ni siquiera al principio. No hablar de él se había convertido en una norma en la familia. Las pocas veces que él lo había intentado su madre se había cerrado como una almeja, había comenzado a llorar y le había pedido que se fuera a su habitación.
Detestaba ver llorar a su madre. Cuando ella perdía el control desaparecía el último muro defensivo contra el mundo y él quedaba totalmente desprotegido. Deseaba poder consolarla pero no tenía ni idea de cómo se debía comportar. La entereza de su madre era tanta que parecía una membrana a su alrededor y cuando lloraba era tan patente que casi era visible. La envolvía como una armadura y señalaba claramente que ahí dentro nadie era bienvenido. De modo que para evitar verla llorar, y para evitar ser rechazado, él había dejado de hablar de su padre. Por lo tanto, él no tenía ni idea de qué había sentido Eva, o cómo había conseguido romper con el pasado y construirse una nueva existencia. Algo que él no había conseguido.
Hasta donde él podía recordar siempre había sentido un gran temor a los cambios y a las despedidas; siempre se había sorprendido de la constante ambición humana por renovarse y progresar. Desde hacía tiempo se había atrincherado en la certidumbre de que la existencia que había adoptado el mundo animal, en la que los años pasaban uno tras otro sin exigencias ni deseos de progreso ni cambios, era también, en realidad, la pensada para el ser humano. Bastaba contar el número de suicidios entre los seres humanos y compararlo con el del reino animal para confirmar la teoría. Pero ahora, en esta sociedad, todos estaban obligados, una y otra vez, a acostumbrarse a las nuevas técnicas y a las nuevas rutinas, aunque solo fuera para sacar un libro de la biblioteca o ir al banco. Toda la información sobre la pobreza y la miseria del mundo caía sobre cada uno sin hacer mella, buscaba los lugares más recónditos y llenaba a todo el mundo de más angustia y desesperación. En ninguna parte podía estar uno en paz. Todo lo que había sido válido durante cientos de años estaba ahora patas arriba y él se preguntaba si, en realidad, había alguien que tuviese el control y supiese adónde nos dirigíamos. Se preguntaba si había alguien más que, como él, sintiera a veces unos intensos deseos de abandonar.