Se había preguntado como iba a arreglárselas él para sobrellevar los días de trabajo que le quedaban en la clínica, pero al verlo alejarse, se preguntó… «¿Cómo voy a arreglármelas yo?».
Varias horas más tarde, una conocida sensación de mareo le recordó a Faith que no era invencible. Que estaba un poco cansada y que tenía muchas posibilidades de ponerse enferma. Pero no podía permitir que el virus la afectara en esos momentos. Paró en la sala de personal y sacó el sándwich de pavo que se había preparado para la comida. A pesar de que su estómago le pedía un dulce después del sándwich, lo ignoró. Era una profesional del área de la salud y comería como uno de ellos. Aunque eso acabara con ella.
Se dirigía hacia la sala donde atendería al siguiente paciente cuando oyó una risita de niño. Algo irresistible.
Al ver que provenía de la sala tres, se asomó por la puerta entreabierta. Sobre la camilla, y jugando con una máscara de oxígeno, estaba Billy Herndon, un niño de unos cinco años que había acudido al centro más veces. Junto a él, y también tumbado boca arriba, estaba el doctor Luke Walker. También tenía una máscara de oxígeno en la mano.
Faith oyó que Billy respiraba con dificultad. Le había dado otro ataque de asma.
– Bueno, ¿crees que ya estás preparado para sentarte con Cat? -le preguntó Luke.
– Si tú vienes.
– Sólo es un tratamiento de hierbas -dijo Luke con normalidad, pero Faith pudo ver lo que sentía en su mirada. El concepto de tratamiento de hierbas le resultaba extraño.
– ¿Qué tal si lo haces tú primero? Después puedes hacérmelo tú a mí.
– Ese es el trabajo de Cat -dijo Luke-. No quiero herir sus sentimientos.
– Pero yo quiero que sea tu trabajo -dijo Billy, se quitó la mascarilla de oxígeno y comenzó a respirar otra vez con dificultad.
Con cuidado, Luke se la colocó de nuevo.
– ¿Qué tal si te acompaño y me quedo contigo? ¿De acuerdo?
– ¿Tú lo harás primero? Sólo tienes que respirar flores y otras cosas. Y Cat te sujeta la mano y canta mientras lo haces. Son canciones divertidas, de vacas y abejas.
Luke arqueó una ceja.
– Así que ya sabes que no duele.
Él niño sonrió con cara de culpabilidad.
– Más o menos.
– Más o menos -Luke le acarició el cabello-. ¿Intentas engañarme, Billy?
– Más o menos.
Luke sonrió.
– Casi lo consigues.
– Pero sigo queriendo que lo hagas primero. ¿Lo harás, doctor Walker? -pestañeó-. Por favor.
– Sí, doctor Walker -dijo Faith desde la puerta-. ¿Por favor?
– Pero si es la enfermera McDowell. Me pregunto si conoce las técnicas modernas que hay para tratar el asma y cómo podrías beneficiarte de las numerosos medicamentos que hay en el mercado.
– Sí, pero soy alérgico -dijo el niño.
– Lo eres -dijo Faith-. Muy alérgico. Y por eso utilizamos otras técnicas.
Luke suspiró y se sentó. Tenía el pelo revuelto y ojos de sueño por haber estado tumbado tanto rato. Al verlo, Faith sintió que algo se removía en su interior.
¿Cómo era posible que deseara a ese hombre?
«Aunque sea cabezota y engreído, es sorprendente con los pacientes», pensó Faith. Luke agarró la mano de Billy.
– Supongo que sí puedo hacerlo primero.
– ¡Yupi! -gritó Billy, y juntos pasaron por delante de Faith, despidiéndose de ella con la mano.
Luke la miró arqueando las cejas, como diciéndole que aquello no había terminado, y Billy, sonreía por primera vez en mucho tiempo.
Faith se sentó un instante. No estaba segura de si le temblaban las piernas porque no se encontraba bien o porque había visto a Luke. Ese mismo día, él había conseguido que una paciente con cáncer terminal y un niño con asma sonrieran.
Y que a ella le diera un vuelco el corazón.
No estaba mal para ser su segunda semana en la clínica.
Todos los pacientes se habían marchado. Faith estaba sentada en el centro de la cama, tomándose un té y revisando algunas facturas. Estar sola era su situación habitual por las noches y, aunque a veces se sentía un poco sola y se preguntaba si no estaría dejando pasar la vida frente a ella, la mayor parte del tiempo se encontraba a gusto. Después de todo, estaba muy acostumbrada a estar sola.
Sus padres misioneros, a pesar de que eran encantadores, destinaban casi toda su energía a la gente a la que ayudaban. Su hermana, Michelle, había elegido el mismo camino, y trabajaba como matrona itinerante en Europa.
Faith solía quejarse de cómo se entregaban a todos menos a su familia y, sin embargo, allí estaba, haciendo algo muy similar.
Pero si algún día tuviera que sacrificar su independencia por una familia o una relación personal, podría hacerlo. Había elegido esa vida porque era lo que deseaba.
Aunque lo que más deseaba en esos momentos era estar tumbada. Lo único que tenia que hacer era ordenar las facturas y, después, podría acostarse. Había sido un día duro y estaba contenta con todo lo que habían conseguido. Necesitaba dormir para combatir la infección vírica que empezaba a apoderarse de ella. Pero, esa vez, no se lo permitiría.
Tenía muchas cosas que hacer.
Abajo, todo estaba en silencio. Los empleados se habían marchado hacía mucho rato. Ella no había visto marcharse a Luke, pero suponía que no se habría entretenido.
Acababa de organizar las facturas cuando oyó un ruido en el piso de abajo. Aunque no era asustadiza, tampoco era estúpida. Y a pesar de que Luke se mofara de ello, en la clínica había medicinas. Agarró el teléfono portátil y colocó el dedo en la tecla de emergencias. Después, agarró el bate de béisbol con la otra mano y bajó por las escaleras.
La luz de la sala del personal estaba encendida, así que alguien no se había marchado todavía. Esperó allí de pie y, al instante, Luke salió del baño.
– Todavía estás aquí -dijo ella.
– Ya me iba -se acercó a ella y la sujetó por la barbilla-. Tienes ojeras.
– ¿Sí?
– Parece que estás destrozada.
– Bueno, ¿y por qué no dices todo lo que se te pasa por la cabeza? -dijo ella con una risita, y trató de volverse para que no viera que le había dado vergüenza.
Él no se lo permitió.
– De acuerdo. Pareces cansada. No te estás cuidando bien.
– Sí. Como bien y me cuido religiosamente.
– ¿Sí?-le acarició la piel con el pulgar.
Faith se quedó de piedra. Él la acarició de nuevo y se acercó más a ella.
– Esto es una mala idea -dijo ella con voz temblorosa.
– Sin duda -dijo él, pero le acarició el cabello.
Ella se apoyó en él.
– Deberíamos irnos cada uno en una dirección.
– Otra vez, sin duda -sus bocas estaban muy cerca y Luke no dejaba de mirarla.
Fue ella la que se puso de puntillas para besarlo. Sus labios se encontraron durante un instante, hasta que ambos se retiraron y se miraron.
Al oír que alguien llamaba a la puerta trasera, Faith se sobresaltó.
– ¿Esperas a alguien? -preguntó él.
A quien no esperaba era a él. Cuando negó con la cabeza, él se acercó a la puerta y miró por la mirilla. Se apresuró a abrir y agarró a una mujer que tenía la mano protegida contra su pecho.
Faith reconoció a la mujer que trabajaba en la casa de Luke porque la había visto la semana anterior.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó él.
Carmen comenzó a hablar en español.
– En inglés, en inglés -dijo Luke.
Le agarró la mano y vio que estaba sangrando.
– ¿En inglés? ¿Cómo quieres que hable en inglés? La maldita ventana de tu salón estaba abierta y parecía que iba a llover, así que tuve que subirme a… -tomó aire-. No me aprietes, ¡idiota!
Luke la rodeó con un brazo y la llevó dentro.
– Deja que te mire la mano.
– Deberías haber impedido que esa ventana se abriera -dijo Carmen-. ¿Vaya sorpresa, eh? ¿Un célebre doctor que no es capaz ni de clavar un clavo? El viento comenzó a meter porquería…