Выбрать главу

– Virus -dijo él al mismo tiempo que ella. Se acercó a la puerta y la cerró. Se acercó a Faith y, al tocarla, sintió que se le aceleraba el pulso. A ella también-. ¿Es cierto que no te encuentras bien o ha sido el shock de la atracción que sientes cuando te toco?

Ella tensó los labios y permaneció en silencio.

– Sí -dijo él-. Lo suponía.

– Eres el hombre más engreído que he conocido en mi vida.

– ¿Engreído? -soltó una carcajada-. Faith, te he tocado sin ninguna connotación sexual y me he estremecido de pies a cabeza. ¿Es engreído admitir que eso me aterra?

Ella se mordió el labio inferior.

– De acuerdo, quizá yo también lo he sentido. Un poquito.

– Un poquito -repitió él, y le acarició la barbilla-. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

– Nada. Nada de nada. Estoy demasiado ocupada, y tú… tú has regresado a tu vida de antes, doctor Universo. Gracias por la ayuda prestada los dos fines de semana anteriores, pero ya no necesitamos tus servicios.

– Bien. De acuerdo -se puso tenso-. ¿De veras te sientes mejor?

– Claro.

– ¿Cuándo has comido por última vez?

– Almorcé una buena ensalada de pasta y un aperitivo de zanahoria…

– ¿Y no has cenado nada?

– A la hora de la cena estaba enferma. No me apetecía comer nada.

– ¿Sabes qué? Necesitas a alguien que te cuide.

– Llevo mucho tiempo sola. Desde siempre. Soy mi única cuidadora.

– Pues haz mejor trabajo, maldita sea. ¿Dónde está tu familia?

– En África. Son misioneros. Y antes de que me lo preguntes, tengo una hermana, pero está en Europa. Trabaja como matrona ambulante.

Así que ella estaba tan sola como él.

– Están tan dedicados a su profesión como tú.

– Más. Ellos entregan todo lo que tienen al trabajo, por encima de todo lo demás. Al menos, yo me las arreglo para tener vida propia.

– ¿En serio? ¿Cuándo?

Ella miró a otro lado.

– A veces.

A Luke no le gustó la tristeza que vio en su mirada, ni saber que sus padres le habían dado prioridad al trabajo y no a los hijos, igual que habían hecho los suyos.

– Así que estás completamente sola -como él estaba. Maldita sea. ¿Por qué había iniciado esa conversación?

– Tengo la clínica.

– Dime por qué me has liberado de mis deberes.

– Eres un hombre inteligente -susurró ella, y dio un paso atrás para alejarse de su roce-. Imagínatelo.

– Pero…

– Buenas noches, Luke -le dio un empujoncito y lo echó de la casa.

La puerta se cerró tras él, pero cuando se volvió, vio que había un espacio entre la madera y la jamba.

– Pon una silla detrás del pomo -dijo él-. Y te mandaré a alguien para que lo arregle mañana.

– Buenas noches, Luke.

– Una silla -repitió él, y se quedó allí de pie hasta oír que lo había obedecido. Después, se marchó a casa.

«Eres un hombre inteligente. Imagínatelo».

Pero no lo hizo. No hasta muchas horas después, durante las que estuvo dando vueltas en la cama, observando la sombra de la luna en el techo.

Finalmente, cuando comenzó a salir el sol, lo comprendió todo. Ella lo había echado por el mismo motivo por el que él tenía miedo de regresar.

Era evidente que entre ellos había algo que ninguno podía ignorar.

Él la necesitaba.

Él, Luke Walker, que siempre hacía todo lo posible para no necesitar a nadie, la necesitaba.

Tras unas noches sin dormir, Luke se sentó frente al televisor sin saber lo que le sucedía. Le dolía la cabeza y no dejaba de pensar en todo lo que había pasado en el hospital durante la semana, y en la boda de su hermano, que iba a celebrarse en el verano.

Él sería el padrino de Matt, lo que estaba bien, a pesar de que todavía dudaba de que su hermano quisiera acostarse con la misma mujer durante el resto de su vida.

Necesitaba ibuprofeno, pero no tenía. Un doctor que no podía curar su propio dolor de cabeza. Qué tristeza.

Al día siguiente era sábado. Un día que debía haber dedicado a una pelirroja, bella y con carácter que se llamaba Faith McDowell.

Pero ella lo había liberado.

Algo que debería haber provocado que diera saltos de alegría. Y de haber sido así, no le dolería la cabeza como si le fuera a estallar.

Al oír que llamaban a su puerta, apagó el televisor. Quizá si permanecía en silencio, fuera quien fuera, se marcharía.

Cuando llamaron de nuevo y con insistencia, se levantó. La última persona que esperaba estaba allí, vestida con un traje de flores y unas sandalias.

Faith McDowell llevaba las uñas de los pies pintadas de rosa y un pequeño anillo en uno de los dedos.

– Hola -dijo ella, esbozando una sonrisa-. ¿Interrumpo algo?

– Nada más que un tremendo dolor de cabeza.

– ¿De veras? -lo miró con lástima-. Yo puedo aliviártelo.

– ¿Tienes ibuprofeno? Se me ha terminado y no tengo fuerza para ir a la tienda.

– No necesito pastillas.

– Hmm -la miró-. ¿Tienes polvos mágicos?

– Puede -le agarró la mano-. Deja que te quite el dolor de cabeza, Luke.

Al sentir el roce de sus dedos pensó que era como recibir una fuerte descarga eléctrica. Se preguntaba si ella también lo habría notado. Mientras la seguía, la observó mover las caderas e inhaló el aroma que despedía su cabello.

Al sentir que aminoraba el paso, Faith se volvió para mirarlo.

– ¿Algún problema?

«Sí», pensó él, pero contestó:

– No, ninguno.

– Entonces, ¿por qué vas tan despacio? ¿Tienes miedo?

– Sí, tengo miedo -dijo él en tono de broma-. Soy un gallina.

– Sólo tardaré un minuto en hacerte sentir mejor, te lo prometo -lo hizo sentar en el sofá y se colocó frente a él con las manos en las caderas.

Él la miró de arriba abajo.

– ¿Vas a hacerme daño?

– No si confías en mí.

Al ver que se arrodillaba frente a él, con la cabeza a la altura de la parte más alterada de su cuerpo, trató de mantener la compostura.

Para complicar las cosas, ella le colocó la mano sobre el muslo.

Desde su postura inocente, pero insoportablemente erótica, con el cabello rozando la rodilla de Luke, ella sonrió.

– Pon la mano sobre tu muslo -dijo ella-. Con la palma hacia arriba.

– Uh…

– Inténtalo -dijo ella, con una voz que le hizo pensar en sexo salvaje sobre sábanas de seda.

«Inténtalo», repitió él para sus adentros, y obedeció.

– Cierra los ojos.

– Faith…

– Cierra los ojos, doctor.

Al menos, ya no lo llamaba «doctor Universo».

Despacio, Luke cerró los ojos.

– Bien -susurró ella-. Relájate.

Su voz era hipnótica y él se relajó aún más. De pronto, sintió un fuerte pinchazo entre los dedos pulgar e índice de la mano y abrió los ojos.

– ¡Ay!

Faith lo miró y se rió.

– Por favor. Apenas te he apretado -mantuvo la presión de sus dedos-. Respira. No dejes de respirar… ¿Qué sientes?

Sentía las manos de ella en su cuerpo, su cálida respiración sobre el brazo, sus pechos contra la pierna y, de pronto, no recordaba lo que le había preguntado, aunque era evidente que Faith esperaba una respuesta.

– Um… ¿qué?

– ¿Se te ha quitado el dolor?

Al ver que el dolor de cabeza se le había aliviado, pestañeó confuso.

Faith se rió. Sólo echó la cabeza hacia atrás y se rió, con una risa tan sexy, que él sintió ganas de tirarse al suelo junto a ella.

– Ay, Luke si hubieras visto la cara que has puesto. Vaya susto. ¿Cuál es el problema? ¿Nunca has aliviado un dolor sin una pastilla?

– Lo único que has hecho es presionar un punto concreto.

– Bueno, te pondremos un sobresaliente. Y bienvenido a la digitopuntura, una manera eficaz y alternativa para curar -se movió para ponerse en pie pero, por un instante, permaneció de rodillas con la mano en la rodilla de Luke.