De acuerdo, sí lo sabía. Faith. Ella era el motivo por el que había ido allí.
Puesto que ella permanecía al otro lado de la puerta, bajo la luz de la lámpara, mirándolo como si fuera un corderito asustado, pensó que había cambiado de opinión. Estupendo. Al menos uno de ellos había recuperado el juicio. Pero no había hecho más que bajar dos escalones del porche, hacia su coche, cuando se abrió la puerta.
– Hola -dijo ella, retirándose el cabello de la cara.
– Hola.
– Llegas justo a tiempo. No puedo alcanzar la caja de cheques, ¿te importaría…?
Entonces, él se quedó mirándole el trasero porque Faith lo agarró de la mano y lo guió hasta el cuarto de almacén donde habían estado a punto de perder la cabeza por la mañana.
– He de decirte que éste se está convirtiendo en mi cuarto favorito, Faith.
– Ahí -dijo ella, soltándole la mano y señalando una estantería-. ¿Podrías…?
Pero Luke tenía clavada la mirada en ella, pendiente de la ropa que llevaba. O de lo que no llevaba.
– Um… ¿Eh?
– No importa -y delante de sus ojos, comenzó a trepar por la estantería.
Luke tardó un momento en detenerla, porque estaba demasiado ocupado observando la fina camiseta que apenas le cubría la parte superior de los muslos. Después, el trasero de Faith quedó a la altura de sus ojos y pudo ver que llevaba unas bragas con corazones de color rosa.
– Olvídate de lo que has visto -dijo ella, y siguió subiendo.
– ¿Las zapatillas de conejo o los corazones?
– Maldita sea. ¡Cierra los ojos!
Sí, claro. Los tenía bien abiertos. Nunca había conocido a una mujer como ella, tan adorable que deseaba devorarla, y tan natural y sensual al mismo tiempo.
– Faith, baja de ahí. Yo puedo…
– Ya casi los tengo -se estiró, y entonces su mano comenzó a temblar al mismo tiempo que desaparecía el color de su rostro-. Maldita sea -susurró de nuevo.
– Faith… -pero no lo estaba escuchando y estaba a punto de caerse, así que hizo lo que hubiera hecho cualquier hombre, agarrarla por los muslos, presionar el rostro contra su trasero y alejarla de la estantería.
La caja de cheques cayó de golpe.
Igual que ellos, aunque Luke consiguió amortiguar la caída de Faith.
– ¡Ay! -dijo él tumbado boca arriba y con Faith encima.
Ella se volvió para mirarlo.
– No tenías que hacer de héroe. Te dije que casi los tenía.
– Ibas a caerte.
– No. Al menos, no hasta que me recordaste que llevaba las zapatillas de conejo.
– Y ropa interior con corazones -señaló.
Faith ignoró su comentario y se preguntó por qué se sentiría tan bien estando encima de él.
– Tenía que haber buscado la escalera. Y haberme puesto tacones. Entonces, habría podido bajar los cheques.
– ¿Y si hubieras sabido que venía? ¿Qué te habrías puesto? -la imaginó vestida de seda y encajes.
– Una armadura.
Cara con cara, cuerpo con cuerpo, él alzó la cabeza del suelo y buscó una pista en la expresión del rostro de Faith. Algo que le indicara cuáles eran sus pensamientos.
– Los conejitos son igual de excitantes que los tacones.
Faith lo miró como si fuera un extraterrestre.
– De veras -le dijo sujetándola por la cintura.
– Eres un hombre enfermo, Luke Walker.
– ¿Lo decías en serio, Faith? -le dijo inhalando el aroma de su cabello.
– ¿El qué?
– Lo de estar juntos -contestó él sujetándole la cara para mirarla a los ojos.
– Yo… um… en su momento sí.
– ¿En su momento?
– Sí -ella se retiró de encima de Luke y se sentó con las piernas cruzadas en el suelo-. Desde que lo dije, no hago más que recordarme que fue una estupidez, que no es posible que me desees. Que había sido demasiado directa, que te asusté. Que tenías miedo de mí. O que no supiste cómo rechazarme con amabilidad. O quizá que…
Él la calló con su boca.
Tras un pequeño gemido de sorpresa, Faith le rodeó el cuello con los brazos y lo besó también.
– ¿Estamos locos? -le preguntó.
– Sin duda -le aseguró, y continuó besándola.
Sólo para detenerse al oír que golpeaban la puerta de la clínica.
– Iré yo -dijo Luke-. Tú quédate aquí.
– No seas ridículo. Esta es mí clínica, voy yo.
– Es peligroso -dijo él, pensando en el hospital y recordando cómo a veces trataban de robarles medicamentos-. Deja que vaya a ver…
– No -Faith agarró una bata de médico y se la puso. Le cubría todo el cuerpo menos las zapatillas-. Di otra palabra sobre las zapatillas y eres hombre muerto.
Y con eso, salió de allí.
Cuando Faith vio quién estaba en la puerta de la clínica, se apresuró a abrir. Una de sus pacientes, Ally Freestead, se lanzó a sus brazos llorando de alivio.
– ¡Menos mal! Necesito sentarme.
No era de extrañar. Estaba embarazada de nueve meses. Faith miró a su alrededor para buscar una silla, pero Luke ya estaba allí sujetando a Ally mientras jadeaba.
– ¿Hace cuánto tiempo que tienes dolores? -preguntó él.
Colocó la mano sobre su vientre y miró el reloj.
– Desde el día que me acosté con el canalla que me hizo esto -Ally hizo un gesto de dolor.
– ¿Al hospital? -le preguntó Luke a Faith, sentando a Ally en una silla.
– ¡No! Quiero que mi hijo nazca aquí. ¡Maldita sea! ¡Cómo duele! ¡Ponedme una inyección o algo!
Faith le agarró la mano.
– ¿Recuerdas los ejercicios de respiración que practicamos?
– Déjate de ejercicios. ¡Quiero drogas! ¡Ahora! ¡Cielos! Ahora también tengo calambres en las piernas.
Faith se arrodilló junto a ella y comenzó a darle masajes.
– ¿Eso son zapatillas con forma de conejo? -resopló Ally.
– Estás alucinando. Sigue respirando -dijo Faith.
– ¡Dadme algo! -gritó Ally.
– Ally, querías parir de forma natural, ¿recuerdas? Si respiramos juntas…
– Faith -Ally esperó a que se le pasara la contracción-. No quiero ser maleducada, pero esto duele más de lo que me dijiste.
– Lo sé, pero podemos hacerlo…
– Oh, cielos… ¡Aquí viene otra!
– Tenemos que llevarla a una habitación -dijo Luke.
– No. ¡No me mováis!
– Ally…
– ¡Tengo que empujar!
Una hora más tarde, Ally dormía plácidamente y Luke tenía en sus brazos a un niño furioso que había llegado al mundo en menos de quince minutos y con sólo dos empujones.
«Un milagro», pensó mientras el pequeño lloraba a pleno pulmón.
– ¿Se puede saber con quién estás tan enfadado? -murmuró entre risas.
– ¿Estás bien?
Luke se volvió y vio que Faith estaba observándolo desde la puerta. ¿Que si estaba bien? Él la había observado hacer su trabajo, había respirado, sudado, reído y llorado al mismo tiempo que Ally. Y por supuesto, se había entregado a ella al cien por cien.
– ¿Quieres que lo sujete yo? -preguntó ella estirando los brazos.
– Estoy bien. Sólo ha nacido hambriento.
– Ally quiere intentar ponérselo en el pecho. Le dije que primero iba a cambiarle el pañal.
– Ya lo he hecho.
– ¿De veras?
– Bueno, sí, pero… -Luke acarició la cabeza del bebé, quien empezaba con otra rabieta-. Porque, por si no te has dado cuenta, este paciente y yo estamos teniendo una profunda discusión sobre el sentido de la vida.
Ella se rió.
– Es sólo que los doctores no soléis… -al ver que arqueaba las cejas, se calló--. De acuerdo, tengo que admitirlo, no eres el típico doctor.
– ¿Es que hay un típico doctor?
– Sí, al menos desde el punto de vista de las enfermeras. Son engreídos, arrogantes, maleducados… sólo por mencionar algunos fallos.