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Además, no quería estar sola, no soportaba su propia compañía. Se dirigió al restaurante, confiando en que Shelby y Guy hubieran encargado un gran banquete.

Ambos se alegraron mucho de verla.

– ¿Quieres saber cómo me desengancho de un hombre al que realmente quiero y si no tengo valor para luchar por él? -le preguntó Shelby.

– ¿De qué estás hablando? -dijo Faith entre risas-. Nunca has tenido miedo de luchar por un hombre.

– Tienes razón. Guy, cuéntaselo tú. Dile cómo se desengancha uno de un hombre.

– Eh, yo tampoco tengo que desengancharme nunca de nadie, ¡son ellos los que tienen que desengancharse de mí!

Faith suspiró y se volvió al oír un grito en la mesa contigua a la de ellos.

Una mujer se había retirado de la mesa, tenía la boca abierta y las manos sobre su vientre. Estaba embarazada.

– Oh, cielos -exclamó la mujer.

El marido se acercó a ella con cara de pánico.

– ¿Cariño? ¿Ha sido una contracción?

– ¡Desde luego no ha sido una caricia!

Faith le dio el teléfono móvil a Guy para que llamara a una ambulancia y se arrodilló al lado de la mujer.

– ¿Señora? ¿Está de parto?

– ¡Sí!

Faith le acarició el brazo.

– Tranquila, todo va a salir bien. Me llamo Faith y soy enfermera.

– Gracias a Dios -la mujer agarró con fuerza la mano de Faith-. Siento ganas de empujar.

– Lo sé, pero aún no -Faith le masajeó las manos y los brazos para relajarla-. Respire.

– Oh, cielos, eso ayuda. Siga haciéndolo.

– Lo haré, pero respire.

– ¡Quiero anestesia!

– De acuerdo, relájese un momento -Shelby y ella habían encontrado ciertas zonas del cuerpo donde con masaje y digitopuntura se aliviaba el dolor de las parturientas-. ¿Cómo se llama?

– Susan.

– ¿Cariño? -el marido se arrodilló junto a su esposa-. ¿Quizá deberíamos ir al hospital?

– Vete, Frank, hueles a salsa teriyaki y ¡voy a vomitar!

El pobre Frank retrocedió unos pasos.

– Respira hondo -le recordó Faith-. Muy bien. Respira conmigo, ¿de acuerdo?

– ¡Respirar no sirve de nada!

– Hazme caso un minuto. Dentro, fuera… así, muy bien -Faith le retiró el cabello de la frente-. ¿Cada cuánto tiene contracciones?

– Oh, ha roto aguas -dijo Shelby-. ¿Guy?

– La ambulancia está de camino.

– ¡Aquí viene otra! -gritó Susan, y se bajó al suelo, horrorizando a todos los que estaban cenando alrededor.

El camarero jefe, que era japonés, se acercó entre la multitud.

– ¡Aquí bebé no! ¡Aquí bebé no! ¡Gente comiendo! -dijo el hombre.

– ¿Tiene alguna habitación donde pueda estar hasta que llegue la ambulancia? – le preguntó Guy.

– Sí, sígame -a modo de disculpa, hizo una reverencia a los clientes de las otras mesas.

Guy levantó a Susan y todos se dirigieron al comedor principal. El camarero los guió hasta una habitación que estaba tras una cortina. Susan se sentó sobre un almohadón.

– ¡Tengo que empujar! -dijo entre gritos mientras Faith trataba de que siguiera con las respiraciones.

La exploró y vio que el bebé estaba a punto de nacer. La ambulancia no llegaría a tiempo.

El bebé nació en menos de cuatro minutos.

Los médicos llegaron en seis.

Guy llevó a Frank al hospital, Shelby fue con Susan en la ambulancia, y con toda la excitación, Faith acabó sola en el aparcamiento, bajo la lluvia y muerta de hambre.

Le dolía la cabeza y le flaqueaban las piernas. Sabía que le estaba dando una bajada de azúcar, pero no quería entrar y cenar sola. Podía llegar a casa.

Además, tenía que acostumbrarse a estar sola otra vez.

Salió del aparcamiento y se quedó asombrada por lo resbaladiza que estaba la carretera.

«Despacio», se dijo, y se alegró al ver que había poco tráfico. Más adelante, el semáforo se puso en verde y ella mantuvo el pie en el acelerador. Entonces, de pronto, volvió a ponerse en rojo. Cuando pisó el freno, el coche deslizó y a ella le dio un vuelco el corazón.

No le pasó nada.

Excepto que estaba temblando y le dolía la cabeza. El hecho de no haber cenado, combinado con la chocolatina que se había tomado la noche anterior la había afectado. Debería haberse tomado la pastilla que llevaba en el bolso para los días en que le bajaba el azúcar. Si pudiera metérsela en la boca, en menos de un minuto se sentiría mejor, lo justo para marcharse a casa y cenar algo. Y si consiguiera llegar sana y salva, prometería que nunca más se saltaría la dieta. Buscó el bolso sobre el asiento del copiloto.

No estaba allí. Se lo había dejado en el restaurante.

Decidió que estaba más cerca de casa, y que llamaría al restaurante cuando llegara para decirles que se había dejado el bolso. Llovía con tanta fuerza, que apenas podía concentrarse.

Estaba muy cansada pero, por fin, consiguió llegar hasta su calle. Estaba casi en casa, sana y salva, pero lo único que pudo hacer fue aparcar el coche.

Temblando, apagó el motor y apoyó la frente en el volante. Estaba tan cansada…

Capítulo 13

Luke condujo hasta su casa con el piloto automático. Cuando paró frente al edificio con el motor encendido y la lluvia golpeando contra los cristales, miró la casa.

Estaba oscura. Y probablemente fría. Sin duda, Carmen habría limpiado de arriba abajo, pero no habría nada que la hiciera parecer un hogar. Nunca lo había habido. No había flores en la mesa, ni hierbas recién cortadas del jardín. Tampoco ninguna infusión en el fuego con fines antibióticos o relajantes.

Hipnotizado por el movimiento de los limpiaparabrisas, Luke suspiró.

Se sentía… extraño. Como si buscara algo en la vida, algo que estaba fuera de su alcance. No podía continuar así, y tampoco conseguía descubrir qué era lo que necesitaba.

No, no era cierto. No era una cosa lo que echaba en falta, sino a una persona. Una persona pelirroja tan cabezota como él.

Faith.

Se había enamorado de ella. Y maldita sea, en lugar de decírselo, había intentado ignorarlo. Después de todo, tenía trabajo, una reunión… nada, nada era tan importante como ella.

Metió marcha atrás y regresó a la carretera a pesar de la tormenta.

Aquello no podía esperar y aunque era casi la una de la mañana y la carretera estaba hecha un desastre, condujo hasta casa de Faith. Para no asustarla cuando llamara a la puerta, decidió llamarla primero desde el móvil. Iba a ir a verla y tenían que solucionar aquello.

Pero, increíblemente, ella no contestó. ¿Dónde estaría? Habría ido alguien a la clínica a última hora para pedirle ayuda. Sí, era lo más probable. Luke aceleró al pensar que podía estar sola con alguien desconocido. Ella creía que era invencible, y que puesto que lo único que quería hacer era ayudar a la gente, nadie le haría daño.

Nervioso, aparcó justo detrás del coche de ella. Se fijó en que se había dejado las luces puestas, y los limpiaparabrisas. El coche estaba arrancado y mal aparcado, como si hubiera llegado tan cansada que…

Entonces vio una silueta desplomada sobre el volante y sintió que se le detenía el corazón. Corriendo bajo la lluvia, abrió la puerta del coche.

– Faith -dijo él, y se arrodilló junto a ella.

La movió y, al ver que no respondía, sacó el teléfono y llamó a una ambulancia.

Al momento, ella levantó la cabeza y lo miró:

– ¿Luke?

– Soy yo -dijo él, guardó el teléfono y respiró hondo para tranquilizarse. Era médico. Un buen médico, así que no había motivo para que todo su conocimiento se evaporara sólo porque la mujer de la que se había enamorado estuviera en su coche semiinconsciente y confusa-. Te has desmayado, ¿lo recuerdas?

Ella cerró los ojos y se tocó la cabeza.

– Ahora estoy bien. Si te quitas, podré salir.