– Voy arriba -elijo él-. A ducharme y a vestirme.
– ¿Eso va a llevarte más de cinco minutos? -su nueva jefa miró el reloj con impaciencia.
– Diez -dijo él-. ¿Te parece bien?
– Sólo recuerda que los pacientes cuentan contigo -dijo con frialdad.
Al llegar una ráfaga de aire, se echó la melena hacia atrás. El jersey que llevaba era fino y poco efectivo contra el frío. Al moverse, uno de los lados del jersey se desplazó hacia abajo y dejó su hombro al descubierto.
Luke sintió una extraña reacción física al verlo.
«Falta de sueño», se recordó. Algo peligroso.
Faith se colocó el suéter y se cruzó de brazos.
– Yo te ayudaré.
– ¿Cómo es eso posible?
– Tú practicarás y, con un poco de suerte, mejoraras tu trato con la gente.
Una cosa era estar tan cansado como para admirar a una mujer que lo consideraba un idiota insensible, y otra muy diferente permitir que ella creyera que él la necesitaba de alguna manera. Él no necesitaba a nadie y, desde luego, no necesitaba ayuda en el trato con la gente.
– Puede que no te des cuenta de eso, pero una de las cosas básicas en el trato con la gente es el encanto. Yo puedo ayudarte en eso.
Carmen soltó una carcajada, pero cuando él le echó una mirada fulminante, se metió en la cocina.
– Tienes que estimular a la gente de tu alrededor -dijo Faith-. ¿Puedes hacerlo?
Él pensó en la inexplicable manera en que había reaccionado su cuerpo al verla.
– La estimulación no es un problema -dijo con seriedad.
– Bien, porque es muy importante. La clínica es muy importante, y tenemos mucho que hacer. Hoy sólo tenemos partos, alergias y sinusitis, fracturas y… -Luke no podía dejar de mirarla. ¿Cómo podía estar tan atractiva con esos pantalones?-. ¿Doctor Walker? -lo llamó con las manos en las caderas-. ¿Me estás escuchando?
– Estimulación -dijo él.
Ella dio un paso atrás con precaución. «Sí, pelirroja, te advierto que salgas corriendo».
– Bueno, te dejaré que vayas a prepararte -se mordió el labio y lo miró de arriba abajo una vez más. Y esa vez, el cuerpo de Luke reaccionó del todo.
Ella salió de la casa y bajó los escalones del porche.
– Estaré… estaré esperándote.
Luke recibió la amenaza como si fuera una promesa.
– De acuerdo -dijo él, y se preguntó por qué tenía ganas de que lo esperara.
Faith rodeó el edificio de Healing Waters Clinic y aparcó. Entonces, miró por el retrovisor.
Sí, el doctor Luke la había seguido en su elegante coche. Ella había oído hablar mucho de él, pero nadie le había mencionado cómo eran sus ojos azules, su expresión feroz, ni su cuerpo musculoso que la hacía pensar en muchas cosas que nada tenían que ver con la medicina.
Agarró el bolso con fuerza y respiró hondo, pero no le sirvió de nada.
Maldita la hora en la que había decidido abandonar el vicio del chocolate. Cuando estaba a punto de sacar la caja de chocolatinas de la guantera, oyó que Luke cerraba la puerta de su coche y salió a recibirlo con una sonrisa fría y distante que esperaba ocultara lo que sentía. Tanto su desesperada necesidad de comer chocolate como la atracción que sentía por el hombre que tenía delante. Porque lo que estaba claro era que bajo esa piel bronceada y ese destacable talento, latía el corazón frío de un hombre que había despreciado su clínica.
El éxito era muy importante para ella. Al fin y al cabo, todos los miembros de su familia lo habían alcanzado. Era una especie de requisito para los McDowell. Pero sobre todo lo deseaba para ayudar a aquella gente a la que ella estaba convencida de poder ayudar y a la que la medicina convencional no podía.
Y deseaba que Luke admitiera que, quizá, él no fuera el único que podía marcar la diferencia en la vida de los demás. Ella también podía hacerlo. Y se lo demostraría mostrándole lo importante que podía ser la clínica.
Luke se acercó a ella sin sonreír, pero tampoco de manera distante. Todavía estaba enfadado, pero Faith tenía que admitir que estar enfadado le quedaba bien.
Por suerte, ella no tenía tiempo para los hombres.
Juntos, se dirigieron hasta el edificio. Como todos los edificios de South Village, aquel databa del año 1900, pero estaba bien conservado. Estaba rodeado de arbustos, flores y hierbas que Faith cultivaba para utilizar en la clínica. El cartel que colgaba sobre la puerta decía: Healing Waters.
La clínica era el resultado de largas noches de trabajo como enfermera. En los días en los que la medicina convencional era lo único que existía. La manera correcta. Los días en los que sus ideas de curar en profundidad, no sólo el cuerpo, sino también el corazón y el alma, habían sido malinterpretadas y atacadas por el personal del área de urgencias en el que trabajaba en San Diego.
Faith se había preparado para trabajar de esa manera y había estudiado diferentes aspectos de la naturopatía. Podía hacer diagnósticos, poner vacunas, asistir partos naturales e incluso preparar algunas recetas.
Sí, todavía trabajaba largas horas, pero esos días de duro trabajo la dejaban satisfecha porque estaba realizando su sueño, curando a la gente de cosas en las que la medicina convencional había fallado.
Pero lo único que Luke sabía era que ella le fastidiaba los fines de semana.
– ¿Preparado? -preguntó ella, y cuando él asintió, lo guió al interior.
La sala del personal estaba organizada. Contenía archivos, las pertenencias personales de los empleados e incluso un pequeño semillero que ella cuidaba. A medida que avanzaban por el interior de la clínica, Faith le presentaba a todos los trabajadores con los que se encontraban, mientras ella intentaba ver la clínica con los ojos de él.
La fuente que había en la zona de la recepción estaba encendida, el sonido del agua cayendo sobre unas rocas, la música suave y la iluminación tenue tranquilizaban a los pacientes que estaban esperando en confortables sillas ergonómicas.
Sin duda, un mundo completamente diferente al del área de urgencias.
– ¿Qué te parece?
– Bueno, no hay nadie gritando en la sala de espera -dijo Luke-. Supongo que es una buena señal. Hum. Imagino que puedo pasar por alto las cortinas de cuentas que hay detrás de la recepcionista. ¿A quién tienes trabajando?
«Es un hombre acostumbrado a hacerse cargo de todo -recordó ella. No podía culparlo por ello. Tenía un talento increíble, y ese era el motivo por el que había aceptado que trabajara allí».
– Hoy tenemos a dos naturópatas, Shelby Dodd y yo, y también un fisioterapeuta.
Pero añadir a Luke al equipo, un doctor con prestigio e increíble reputación, haría que aumentara la clientela.
Y los ingresos. Odiaba tener que pensar siempre en eso, pero estaba al borde de los números rojos y no le quedaba más remedio.
– Antes de que comencemos -dijo él en voz baja-. Quiero que sepas que nunca dije que la clínica no mereciera la pena.
Ella lo miró y sintió que se perdía en la inmensidad de sus ojos azules.
– En el periódico ponía…
– Exageraron -al ver que arqueaba una ceja, él continuó-. El hospital echó a veinticinco personas de mantenimiento. Eran empleados que estaban obligados a trabajar cuatro horas semanales, menos de las horas necesarias para conseguir todas las prestaciones. El hospital insistió en ello para así ahorrarse dinero, y después los echaron, alegando problemas de presupuesto. Al día siguiente, destinaron una buena suma para tu clínica.
– Y tú te quejaste por ello.
– Sí -apretó la mandíbula-. Me quejé por ello.
– Yo también me habría quejado -dijo ella.
Él la miró sorprendido, pero antes de que pudiera decir nada, Shelby apareció llamando a Faith.
– Acabo de llamarte por el busca. Tenemos a una mujer de parto en la sala cuatro. Ha dilatado por completo, está asustada, no empuja y no nos permite que la volvamos a explorar.