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– Recuerdas la palabra sexual, ¿verdad? -Shelby arqueó las cejas-. Aunque no hayas tenido relaciones sexuales desde los noventa.

– No seas ridícula -Faith forzó una carcajada. Por desgracia, Shelby tenía razón-. Claro que lo recuerdo… Pero no hay nada entre nosotros, ni sexual ni de otro tipo.

– ¿De veras? Porque podría haber calentado el burrito que me comí al mediodía con el calor que se formaba entre vosotros -Guy se miró las uñas. Se había pintado la de los dedos meñiques de color morado, a juego con el mechón de pelo-. Probablemente lo habría quemado.

– ¿Te has comido un burrito? -preguntó Faith al sentir que le rugía el estómago.

– Concéntrate, cariño -Shelby se atusó el cabello-. El doctor es un espécimen asombroso. Sabemos que te has dado cuenta. Toda esa virilidad combinada con la actitud de «acéptame tal como soy». ¡Guau! – Shelby se dio aire con la mano-. Y su manera de comportarse con los pacientes… Consiguió que me temblaran las piernas.

– A mí también -dijo Guy, abanicándose.

– Entonces, ¿vas a hacértelo con él?

Faith estuvo a punto de atragantarse con el último pedazo de granola.

– No todo el mundo está dispuesto a hacérselo con un hombre demasiado atractivo y seguro de sí mismo.

– Habla por ti misma -murmuró Guy.

Shelby miró el reloj.

– Mira, el sexo se supone que es divertido. Comprendo que quizá lo hayas olvidado, pero…

No, Faith recordaba cómo era eso del sexo. Más o menos.

– Lo recuerdo, pero en estos momentos tengo que ir a hablar con una chica de diecisiete años que quiere tomar la píldora.

– Pues no le cuentes lo divertido que es -dijo Shelby-. Los jóvenes no deberían saberlo.

Faith se alejó por el pasillo practicando su discurso sobre abstinencia en la cabeza, pero le parecía demasiado anticuado, a pesar de que le parecía el adecuado para una joven de diecisiete años. Pero tenía que ser más realista y tener algún consejo más aparte del de mirar pero no tocar.

Resultó que, en la sala siete, además de Elizabeth Stone, la chica de diecisiete años, también estaba su novio. Ambos estaban agarrados de la mano y conversaban con el doctor Luke Walker que estaba sentado frente a ellos. Elizabeth y el chico sonreían, y Luke también. Él estaba apoyado en el respaldo de la silla, con las piernas cruzadas, hablando con facilidad sobre la ventaja de los preservativos a la hora de mantener relaciones sexuales.

Los tres la miraron al verla entrar, y Luke le entregó el informe de Liz.

– Gracias por atendernos -le dijo Elizabeth al doctor Walker. Sonrió a Faith y se marchó con su novio.

Faith miró a Luke.

– ¿Qué estás haciendo?

– Tu recepcionista me pidió que atendiera a algunos de tus pacientes. Vais retrasadas.

«Vais retrasadas», Nada de «vamos retrasados». Por supuesto que no, él no formaba parte del equipo, simplemente cumplía con lo que consideraba un castigo por parte del hospital.

– ¿Qué ha dicho Elizabeth?

– Se negaba a hablar de abstinencia, así que hemos hablado de las enfermedades de transmisión sexual hasta aburrir. Después estuvimos hablando de los preservativos.

Faith le habría dado la misma charla sobre las enfermedades de transmisión sexual, así que no sabía por qué sentía ganas de discutir con él. ¿Habría preferido que la decepcionara?

Él bostezó y miró el reloj.

– ¿Un día largo?

Ambos estaban de pie, tan cerca que ella podía ver que los ojos de Luke no tenían el color azul casi transparente de siempre, sino que tenían algunas manchitas oscuras en ellos. Eso, combinado con la sombra de la barba incipiente y la cara de sueño, lo hacían parecer tremendamente… sexy. Maldito sea.

Y seguía oliendo a jabón mezclado con aroma varonil. Algo curioso cuando ella sabía que sólo olía a jabón desinfectante.

– He tenido un par de noches muy largas admitió él, y algo en su voz la hizo sospechar que estaba en un momento de vulnerabilidad que no solía mostrar a los mortales como ella.

En esos momentos, Shelby asomó la cabeza por la esquina.

– Aquí estás. Amy Sinclair, en la sala tres con otra migraña. Estamos haciéndole el tratamiento con aromaterapia y digitopuntura, pero ha preguntado por ti, Faith.

Cuando se marchó, Faith sintió que Luke estaba tenso y se abrazó a sí misiva.

– Aromaterapia -dijo él-. ¿Son velas?

– Sí, con aceites esenciales.

– ¿Para una migraña?

– O para cientos de otras cosas. Con esencias se puede tratar una sinusitis o utilizarlas como sedante. Incluso estimular la regeneración celular. También se utilizan como antisépticos…

– Sabrás que hay medicamentos convencionales para esa clase de cosas.

– La medicina convencional no ha funcionado con esta paciente.

– ¿Has probado…?

– Sí.

– Ni siquiera sabes lo que iba a decir

– Está harta de tomar medicinas, Luke -y ella estaba harta de aquella discusión-. Tiene mucho dolor y nuestros métodos le están dando resultado. Eso es lo que quiere de nosotros, doctor Universo, ¿te enteras o no?

– ¿Doctor Universo? ¿Qué diablos significa eso?

– Significa que tú, como la mayor parte de los médicos, te crees Dios.

Walker se quedó boquiabierto. Después, sin decir palabra, se volvió y se marchó. Faith esperaba sentirse triunfal. Había ganado una ronda.

Pero ese sentimiento nunca llegó.

Faith se dirigió a su despacho cuando se marchó el último paciente. Llevaba un rato sin ver a Luke, desde que se enfrentaron por última vez a la hora de tratar a un paciente que se había partido la espalda el año anterior en un accidente de coche. Luke quería darle relajantes musculares, pero el paciente estaba harto de tomar medicinas y prefería que lo trataran con digitopuntura.

Luke se había comportado de manera correcta y no había mostrado ni una pizca de la frustración que sentía. Excepto con ella, por supuesto, a quien nunca trataba de ocultarle nada.

Lo más probable era que estuviera en la sala de personal, esperándola, inquieto y enfurruñado, así que ella pasó de largo. Lo único que deseaba era tumbarse cinco minutos en el sofá con la luz apagada. Lo necesitaba más que una chocolatina. Le dolía la cabeza, le temblaba el cuerpo y sentía ganas de llorar al pensar que estaba poniéndose enferma.

Abrió la puerta del despacho y se encaminó hacia el sofá. Estaba tan ansiosa por tumbarse que le costó un momento darse cuenta de que el sofá estaba ocupado.

Luke estaba tumbado boca arriba, profundamente dormido. Le colgaban los pies y un brazo. Parecía incómodo, pero ahí estaba, ajeno a lo que lo rodeaba.

Al menos no roncaba. Ella observó su cuerpo musculoso cubierto por los pantalones de flores que le había dado y soltó una risita. Estaba gracioso. Hacía que muchas cosas parecieran graciosas. Sobre todo, poniéndose en el punto de vista de los pacientes. Tenía que admitirlo, aquel hombre sabía tratar a la gente.

«A los pacientes», se corrigió ella. El hombre sabía tratar a los pacientes. No a la gente.

Y menos a ella.

Él suspiró en sueños y subió el brazo al sofá. La expresión de su rostro, que habitualmente era dura, estaba relajada como la de un niño.

El brazo se le cayó de nuevo. «Qué pérdida de masculinidad divina», pensó ella, a la vez que le sacudía los pies.

– ¿Qué? -Luke se sentó de golpe y abrió los ojos. Alerta, como la mayor parte de los médicos que acostumbraban a estar de guardia-. ¿Qué pasa? -preguntó.

– Estás en mi sofá.

– Lo siento -se puso en pie y se desperezó-. ¿Hay más pacientes?

– No, sólo necesito el sofá.

– Entonces, ¿hemos acabado por hoy?

– Sí. Gracias -añadió ella-. Sé que hemos tenido algunas diferencias de opinión… -él se rió y ella lo miró-. Trataba de ser amable.