No era un tipo común. Los otros que se habían sentado en aquel sillón se ponían nerviosos al cabo de un rato. Algunos disimulaban su nerviosismo con una actitud arrogante, y la mayoría miraba a su alrededor, a través de las ventanas, los cuadros que pendían de las paredes y a los otros oficiales que trabajaban en sus despachos, y cambiaban de posición, cruzando y descruzando las piernas. Por primera vez en mucho tiempo, Victor se sintió incomodo y en desventaja. Su rutina le había fallado, su comedia perdió rápidamente eficacia.
El visitante no estaba turbado en absoluto. Miraba a Victor con distraído interés a través de unos ojos verdes opalinos que poseían una cualidad magnética. Parecían pasar a través del detective y, al no encontrar nada de interés, examinar la pintura de la pared de detrás de éste. Después miró el teléfono.
– La mayoría de los departamentos de policía emplean el Sistema de Comunicaciones Horizon -dijo en tono llano-. Si quiere usted hablar con alguien, le sugiero que apriete el botón correspondiente.
Victor miró hacia abajo. Uno de los cuatro botones estaba encendido, pero no apretado.
– Es usted muy astuto, señor…
– Pitt, Dirk Pitt. Si es usted el teniente Victor, teníamos una cita.
– Soy Victor. -Se interrumpió para colgar el teléfono-. Usted fue la primera persona que entró en la cabina de mandos del dirigible Prosperteer, ¿no?
– Cierto.
– Gracias por venir, especialmente tan temprano y en domingo. Agradeceré su colaboración para aclarar unas cuantas cuestiones.
– No hay de qué. ¿Tardaremos mucho?
– Veinte minutos, tal vez media hora. ¿Tiene que ir a alguna parte?
– Tengo que tomar un avión para Washington dentro de dos horas.
Victor asintió con la cabeza.
– Tendrá tiempo de sobra. -Abrió un cajón y sacó un magnetófono portátil-. Vayamos a un sitio más reservado.
Condujo a Pitt por un largo pasillo hacia un pequeño cuarto de interrogatorios. El interior era espartano; solamente una mesa, dos sillas y un cenicero. Victor se sentó e introdujo una cassete nueva en el magnetófono.
– ¿Le importa que registre nuestra conversación? Tomando notas, soy terrible. Ninguna de las secretarias es capaz de descifrar mi escritura.
Pitt se encogió cortésmente de hombros.
Victor puso la máquina en el centro de la mesa y apretó el botón rojo.
– ¿Su nombre?
– Dirk Pitt.
– ¿Inicial intermedia?
– E, de Eric.
– ¿Dirección?
– 266 Airport Place, Washington, D.C. 2001.
– ¿Un teléfono al que pueda llamarle?
Pitt dio a Victor el número de teléfono de su oficina.
– ¿Profesión?
– Director de proyectos especiales de la Agencia Marítima y Submarina Nacional (AMSN).
– ¿Quiere describir lo que ocurrió la tarde del sábado 20 de octubre?
Pitt contó a Victor cómo había visto el dirigible fuera de control durante la regata maratón de windsurfing; la loca carrera aferrado a la cuerda de amarre, y la captura a pocos metros de un posible desastre. Terminó con su entrada en la barquilla.
– ¿Tocó algo?
– Solamente los interruptores de encendido y de las baterías. Y apoyé la mano en el hombro del cadáver sentado a la mesa ante el navegante.
– ¿Nada más?
– El único otro sitio donde pude dejar una huella digital fue la escalerilla de embarque.
– Y en el respaldo del asiento del copiloto -dijo Victor, con una irónica sonrisa-. E, indudablemente, en los interruptores.
– Veo que se han dado prisa. La próxima vez me pondré guantes de cirujano.
– El FBI se mostró muy diligente.
– Admiro su eficacia.
– ¿Se llevó usted algo?
Pitt miró fijamente a Victor.
– No.
– ¿Pudo entrar alguien más y llevarse algún objeto?
Pitt sacudió la cabeza.
– Cuando yo me marché, los guardias de seguridad del hotel cerraron la barquilla. La primera persona que entró después fue un oficial de policía uniformado.
– Y entonces, ¿qué hizo usted?
– Pagué a uno de los empleados del hotel para que fuese a buscar mi tabla a vela. Tenía una pequeña furgoneta y tuvo la amabilidad de llevármela a la casa donde me hospedaba con unos amigos.
– ¿En Miami?
– Coral Gables.
– ¿Puedo preguntarle qué estaban haciendo en la ciudad?
– Terminé un proyecto de exploración en el mar para la AMSN y decidí tomarme una semana de vacaciones.
– ¿Reconoció a alguno de los cadáveres?
– Ni por asomo. No habría podido identificar a mi propio padre en aquellas condiciones.
– ¿Alguna idea de quiénes podían ser?
– Presumo que uno de ellos era Raymond LeBaron.
– ¿Se enteró de la desaparición del Prosperteer?
– Los medios de comunicación se ocuparon de ello en detalle. Solamente un recluso en un lugar remoto pudo no haberse enterado.
– ¿Tiene alguna teoría sobre dónde permanecieron el dirigible y su tripulación ocultos durante diez días?
– No tengo la menor pista.
– ¿Ni siquiera una idea extravagante? -insistió Victor.
– Podría ser un truco colosal de publicidad, una campaña de prensa para promover el imperio editorial de LeBaron.
Victor le miró con interés.
– Prosiga.
– O tal vez un plan ingenioso para jugar con las acciones del conglomerado Raymond LeBaron. Vende grandes paquetes de acciones antes de desaparecer y compra cuando los precios caen en picado. Y vende de nuevo cuando suben al conocerse su resurrección.
– ¿Cómo explica sus muertes?
– La intriga fracasó.
– ¿Por qué?
– Pregúntelo al instructor.
– Se lo pregunto a usted.
– Probablemente comieron pescado en malas condiciones en la isla desierta donde se escondieron -dijo Pitt, cansándose del juego-. ¿Cómo puedo saberlo? Si quiere un argumento, contrate a un guionista.
El interés se extinguió en la mirada de Victor. Se retrepó en su silla y suspiró, desalentado.
– Por un momento pensé que podría decirme algo, alguna sorpresa que pudiese sacarnos, a mí y al departamento, del atolladero. Pero su teoría ha quedado en nada, como todas las demás.
– No me sorprende en absoluto -dijo Pitt, con una sonrisa de indiferencia.
– ¿Cómo pudo parar los motores a los pocos segundos de entrar en la cabina de mandos? -preguntó Victor, recobrando el hilo del interrogatorio.
– Después de pilotar veinte aviones diferentes durante mi servicio en las Fuerzas Aéreas y en la vida civil, sabía dónde tenía que mirar.
Victor pareció satisfecho.
– Otra pregunta, señor Pitt. Cuando vio por primera vez el dirigible, ¿de qué dirección venía?
– Del nordeste, empujado por el viento.
Victor alargó una mano y cerró el magnetófono.
– Creo que esto es suficiente. ¿Podré hablar con usted si le llamo a su oficina durante el día?
– Si no estoy allí, mi secretaria sabrá dónde encontrarme.
– Gracias por su ayuda.
– Temo que le servirá de poco -dijo Pitt.
– Tenemos que tirar de todos los hilos. Las presiones son grandes, ya que LeBaron era un personaje. Y éste es el caso más misterioso con que jamás se haya tropezado el departamento.
– No le envidio su trabajo. -Pitt miró su reloj y se levantó-. Será mejor que vaya en seguida al aeropuerto.