– Y nosotros estaremos ya en la primera base.
– Algo así.
– ¿Y qué tiene que ver el Cyclops con esto?
– Ella me dijo que LeBaron lo estaba buscando cuando desapareció.
Yaeger se levantó de su silla.
– Está bien, pongamos manos a la obra. Mientras yo trazo un programa de investigación, estudia tú lo que tenemos sobre el barco en nuestros archivos.
Condujo a Pitt a un pequeño salón de proyecciones, con un gran monitor montado en la pared del fondo, y le hizo señas para que se sentase detrás de una consola donde había un teclado de ordenador. Después se inclinó sobre Pitt y pulsó una serie de teclas.
– Instalamos un nuevo sistema la semana pasada. La terminal está conectada con un sintetizador de voces.
– ¿Un ordenador parlante? -dijo Pitt.
– Sí, puede asimilar más de diez mil órdenes verbales, dar la respuesta adecuada y, en realidad, seguir una conversación. La voz suena un poco extraña, parecida a la de Hal, el ordenador gigante de la película 2001. Pero uno se acostumbra a ello. Le llamamos «Esperanza».
– ¿«Esperanza»?
– Sí, porque esperamos que nos dé las respuestas adecuadas.
– Es curioso.
– Si necesitas ayuda, estaré en la terminal principal. No tienes más que descolgar el teléfono y marcar cuatro-siete.
Pitt miró la pantalla. Era de un gris azulado. Tomó cautelosamente un micrófono y habló por él.
– Esperanza, me llamo Dirk. ¿Estás dispuesta a realizar una búsqueda para mí?
Se sintió como un idiota. Aquello era como hablar a un árbol y esperar que respondiese.
– Hola, Dirk -respondió una voz vagamente femenina que sonó como si saliese de una armónica-. Estoy a su disposición.
Pitt respiró hondo y se lanzó de cabeza.
– Esperanza, quisiera que me hablases de un barco llamado Cyclops.
Hubo una pausa de cinco segundos; después, dijo el ordenador:
– Tendrá que concretar más. Mis discos de memoria contienen datos referentes a cinco barcos diferentes llamados Cyclops.
– Es el único que llevaba un tesoro a bordo.
– Lo siento, pero no consta ningún tesoro en sus manifiestos.
¿Lo siento? Pitt todavía no podía creer que estaba conversando con una máquina.
– Si puedo hacer una breve digresión, Esperanza, te diré que eres un ordenador muy inteligente y muy simpático.
– Gracias por el cumplido, Dirk. Por si le interesa, también puedo producir efectos de sonido, imitar anímales, cantar, aunque no demasiado bien, y pronunciar «supercalifragilísticoexpialidoso», aunque no he sido programada para dar su definición exacta. ¿Quiere que la pronuncie al revés?
Pitt se echó a reír.
– Otro día. Volviendo al Cyclops, el que me interesa se hundió probablemente en el Caribe.
– Esto reduce el número a dos. Un pequeño vapor que encalló en Montego Bay, Jamaica, el 5 de mayo de 1968, y un carbonero de la Marina de los Estados Unidos, que se perdió sin dejar rastro, entre el 5 y el 10 de marzo de 1918.
Raymond LeBaron no hubiese volado en busca de un barco encallado, sólo veinte años atrás, en un puerto de mucho tráfico, razonó Pitt. Entonces recordó el carbonero de la Marina. Su pérdida fue considerada como uno de los grandes misterios del mítico Triángulo de las Bermudas.
– Hablemos del barco carbonero -dijo Pitt.
– Si quiere que imprima los datos para usted, Dirk, pulse el botón de control de su teclado y las letras PT. También, si observa la pantalla, puedo proyectar todas las fotos disponibles.
Pitt siguió las instrucciones y la máquina empezó a funcionar. Fiel a su palabra, Esperanza proyectó una imagen del Cyclops anclado en un puerto anónimo.
Aunque el casco era estrecho, con su anticuada proa recta y su popa en graciosa curva de copa de champaña, su superestructura tenía el aspecto de un juego de construcción de un niño que se hubiese vuelto loco. Un laberinto de grúas, unidas por una telaraña de cables y sujetas con altos soportes, se alzaba en mitad de la cubierta como un bosque muerto. Una larga camareta se alzaba en la parte de popa del barco, sobre la sala de máquinas, rematado el techo por dos chimeneas gemelas y varios altos ventiladores. En la parte de proa, la caseta del timón se levantaba sobre la cubierta como un tocador de cuatro patas, perforada por una hilera de ojos de buey y abierta por debajo. Dos altos mástiles con un travesaño surgían de un puente que habría podido pasar por una meta de rugby. En conjunto, parecía un barco tosco, un patito feo que no había llegado a convertirse en cisne.
También había en él algo misterioso. Al principio, Pitt no pudo dar con ello, pero después lo comprendió de pronto: extrañamente, no se veía ningún tripulante sobre cubierta. Era como si el barco hubiese sido abandonado.
Pitt se volvió y observó la impresión de los datos de la nave:
Botadura: 7 mayo 1910 por William Cramp amp; Sons Shipbuilders, Filadelfia.
Tonelaje: 19.360 de desplazamiento. Eslora: 180 metros (en realidad más largo que los buques de guerra de su tiempo). Manga: 20 metros. Calado: 9 metros 30 centímetros.
Velocidad: 15 nudos (3 nudos más veloz que los barcos Liberty de la Segunda Guerra Mundial). Armamento: Cuatro cañones de 4 pulgadas. Tripulación: 246. Capitán: G. W. Worley, Servicio Auxiliar Naval.
Pitt observó que Worley había sido capitán del Cyclops desde que entró en servicio hasta que desapareció. Se retrepó en su silla, reflexionando mientras estudiaba la imagen del barco.
– ¿Tienes otras fotografías de él? -preguntó a Esperanza.
– Tres desde el mismo ángulo, una de la popa y cuatro de la tripulación.
– Echemos un vistazo a la tripulación.
La pantalla se oscureció un momento y pronto apareció la imagen de un hombre, de pie junto a la barandilla de un barco y asiendo de la mano a una niña pequeña.
– El capitán Worley con su hija -explicó Esperanza.
Era un hombrón de cabellos ralos, bigote recortado y manos grandes, que llevaba traje oscuro, corbata casualmente torcida y zapatos relucientes, y miraba fijamente a la cámara que congeló su imagen setenta y cinco años atrás. La niña que estaba a su lado era rubia, llevaba un vestido hasta las rodillas y un sombrerito, y sujetaba lo que parecía ser una muñeca muy rígida y en forma de botella.
– Su verdadero nombre era Johann Wichman -dijo Esperanza sin que nadie se lo preguntase-. Nació en Alemania y entró ilegalmente en los Estados Unidos saltando de un barco mercante en San Francisco durante el año 1878. Se ignora cómo falsificó sus documentos. Mientras estuvo al mando del Cyclops, vivió en Norfolk, Virginia, con su esposa y su hija.
– ¿Alguna posibilidad de que trabajase para los alemanes en 1918?
– No se demostró nada. ¿Quiere ver los informes de la investigación naval sobre la tragedia?
– Imprímelos. Los estudiaré más tarde.
– La foto siguiente es la del teniente David Forbes, segundo comandante -dijo Esperanza.
La cámara había captado a Forbes en uniforme de gala, de pie junto a lo que Pitt presumió que era un turismo Cadillac de 1916. Tenía cara de galgo, nariz larga y estrecha, y los ojos pálidos, aunque no podía determinarse su color en la fotografía en blanco y negro. Iba pulcramente afeitado y tenía las cejas arqueadas y los dientes ligeramente salientes.
– ¿Qué clase de hombre era? -preguntó Pitt.
– Su historial en la Marina era intachable hasta que Worley le arrestó por insubordinación.
– ¿Motivo?