– ¿Le segunda señora LeBaron?
– Una persona encantadora e inteligente.
– ¿Cómo puede estar casada con él, si usted sigue con vida?
Ella sonrió animadamente.
– Fue la única vez que Ray hizo un mal negocio. Los médicos le dijeron que sólo me quedaban unos meses de vida. Pero les engañé a todos y he vivido siete años desde entonces.
– Esto hace que sea bigamo, además de asesino y ladrón.
Hilda no lo discutió.
– Ray es un hombre complicado. Toma más de lo que da.
– Si yo estuviese en su lugar, lo clavaría en la cruz más próxima.
– Demasiado tarde para mí, señor Pitt. -Le miró, con un súbito brillo en los ojos-. Pero usted podría hacer algo en mi lugar.
– Dígame qué.
– Encuentre La Dorada -dijo fervientemente ella-. Encuentre la estatua y désela al mundo. Haga que sea mostrada al público. Esto dolería más a Ray que perder su revista. Pero, sobre todo, es lo que habría querido Hans.
Pitt le tomó una mano y la estrechó.
– Hilda -dijo suavemente-. Haré todo lo que pueda para que sea así.
46
Hudson ajustó la luminosidad de la imagen y saludó con la cabeza a la cara que le estaba mirando en la pantalla.
– Eli, aquí hay alguien que quiere hablar contigo.
– Siempre encantado de ver una cara nueva -respondió alegremente Steinmetz.
Otro hombre ocupó el lugar de Hudson debajo de la cámara y monitor de vídeo. Miró fascinado unos momentos antes de hablar.
– ¿Está usted realmente en la Luna? -preguntó al fin.
– Ahora se lo mostraré -dijo Steinmetz con una agradable sonrisa. Salió de la pantalla, levantó la cámara portátil de su trípode y enfocó el paisaje lunar a través de una ventanilla de cuarzo… Lamento no poder mostrarle la Tierra, pero estamos en el lado oculto de la bola.
– Le creo.
Steinmetz volvió a colocar la cámara y se colocó de nuevo delante de ella. Se inclinó hacia delante y miró fijamente. Su sonrisa se extinguió poco a poco y sus ojos adoptaron una expresión interrogadora.
– ¿Es usted realmente quien creo que es?
– ¿Me reconoce?
– Tiene el aspecto y la voz del presidente.
Ahora fue el presidente quien sonrió.
– No estaba seguro de que lo supiese, ya que yo era senador cuando ustedes abandonaron la Tierra, y no creo que lleguen los periódicos al lugar donde reside.
– Cuando la órbita de la Luna alrededor de la Tierra está en la posición adecuada, podemos conectar con la mayoría de los satélites de comunicaciones. Nuestro personal tuvo ocasión de ver, en su período de descanso, la última película de Paul Newman. También devoramos como perros hambrientos los programas de la Red de Noticias por Cable.
– La Jersey Colony es una hazaña increíble. La nación agradecida estará siempre en deuda con ustedes.
– Gracias, señor presidente, aunque ha sido una sorpresa que Leo se fuese de la lengua y anunciase el éxito del proyecto antes de nuestro regreso a la Tierra. No era lo previsto.
– No se ha anunciado públicamente -dijo el presidente, poniéndose serio-. Aparte de usted y de la gente de su colonia, yo soy el único de fuera del «círculo privado» que está enterado de su existencia. Salvo, tal vez, los rusos.
Steinmetz le miró fijamente a través de trescientos mil kilómetros de espacio.
– ¿Cómo pueden saber ellos algo de la Jersey Colony?
El presidente hizo una pausa para mirar a Hudson, que estaba de pie fuera del alcance de la cámara. Hudson sacudió la cabeza.
– Las sondas lunares Selenos -respondió el presidente, omitiendo toda referencia a que estuviesen tripuladas-. Una consiguió enviar sus fotos a la Unión Soviética. Creemos que en ellas aparecía la Jersey Colony. También tenemos motivos para pensar que los rusos sospechan que ustedes destruyeron las sondas desde la superficie lunar.
Una expresión inquieta se pintó en los ojos de Steinmetz.
– ¿Cree usted que piensan atacarnos?
– Sí, Eli -dijo el presidente-. Selenos 8, la estación lunar soviética, entró en órbita alrededor de la Luna hace tres horas. Los ordenadores de la NASA indican que pasará por alto un lugar seguro de alunizaje en la cara visible del satélite y se posará en el lado oscuro de la Luna cerca de donde están ustedes. Una operación arriesgada, a menos que tengan un objetivo definido.
– La Jersey Colony.
– En su vehículo de alunizaje viajan siete hombres -siguió diciendo el presidente-. Sólo se requieren dos ingenieros pilotos para dirigir su vuelo. Quedan, pues, cinco para el combate.
– Nosotros somos diez -dijo Steinmetz-. Una proporción de dos a uno no está mal.
– Pero ellos tienen armas poderosas y una buena instrucción. Estos hombres constituyen el equipo más mortífero que han podido enviar los rusos.
– Según usted, un panorama muy negro, señor presidente. ¿Qué quiere que hagamos?
– Han hecho ustedes mucho más de lo que cualquiera de nosotros tenía derecho a esperar. Pero la suerte les ha vuelto la espalda. Destruyan la colonia y salgan de ahí antes de que se derrame sangre. Quiero que usted y su gente regresen sanos y salvos a la Tierra para recibir los honores que se merecen.
– Creo que no se da usted cuenta de todo lo que hemos tenido que hacer para construir esto.
– Por mucho que hayan hecho, sus vidas valen más.
– Hemos vivido seis años jugando con la muerte -dijo lentamente Steinmetz-. Unas cuantas horas más importan poco.
– No lo echen todo a perder en una lucha imposible -argüyó el presidente.
– Disculpe, señor presidente, pero está usted hablando con un hombre que perdió a su padre en un pequeño banco de arena llamado Wake Island. Lo someteré a votación, pero ya sé cuál será el resultado. Mis compañeros tampoco se rajarán y echarán a correr. Nos quedaremos y lucharemos.
El presidente se sintió orgulloso y derrotado al mismo tiempo.
– ¿Qué armas tienen ustedes? -preguntó con voz cansada.
– Nuestro arsenal se compone de un lanzador de cohetes usado y al que sólo le queda un proyectil, un fusil M-14 National Match, y una pistola de tiro al blanco del calibre veintidós. Los trajimos para una serie de experimentos sobre la gravedad.
– Están en una enorme inferioridad de condiciones, Eli -dijo apesadumbrado el presidente-. ¿No se da cuenta?
– No, señor. Me niego a abandonar, fundándome en un detalle técnico.
– ¿Qué detalle técnico?
– Los rusos son los visitantes.
– ¿Y bien?
– Esto hace que nosotros seamos el equipo de casa -dijo humorísticamente Steinmetz-. Y jugar en casa tiene siempre sus ventajas.
– ¡Han alunizado! -exclamó Sérgei Kornilov, golpeando con un puño la palma de la otra mano-. ¡Selenos 8 está en la Luna!
Debajo de la sala de observación de los altos personajes, en la planta baja del Centro de Control soviético, los ingenieros y los científicos espaciales estallaron en furiosos aplausos y aclamaciones.
El presidente Antonov levantó una copa de champaña.
– Por la gloria de la Unión Soviética y del Partido.
El brindis fue repetido por las autoridades del Kremlin y por los militares de alta graduación que llenaban la sala.
– Por nuestro primer trampolín en la conquista de Marte -brindó el general Yasenin.
– ¡Bravo, bravo! -respondió un coro de voces-. ¡A Marte!
Antonov dejó su copa vacía en una bandeja y se volvió a Yasenin, serio de pronto eí semblante.
– ¿Cuánto tiempo tardará el comandante Leuchenko en establecer contacto con la base lunar? -preguntó.