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Amy dudó un poco frente a la cajita, como si pensara que una cajita tan pequeña no iba a ser tan espléndida como un regalo grande, hasta que la abrió.

—Es verdadero —le comentó Ari, sobre el broche. Y la cara de Amy se iluminó toda. Amy no era bonita. Iba a ser alta y delgada y de cara larga, y tenía que tomar cinta para no encorvarse, pero por un instante pareció hermosa. Y se sintió hermosa, supuso Ari, y eso provocaba la diferencia.

Deseó que Amy tuviera la misma asignación que ella para comprar cosas bonitas.

Después, tuvo una idea.

E hizo una nota para pedirle al tío Denys que Amy se ocupara del proyecto de los guppies, Amy lo conocía bien y era muy inteligente para decidir lo que se debía criar y se le daban muy bien los números.

Ella ya tenía demasiado trabajo con la potranca y quería volver a tener sólo unos pocos peces en una pecera de su habitación, y no tener que hacer nada con los feos.

III

Justin soltó las maletas en el dormitorio y se tiró boca abajo sobre la cama. Perdió la noción de todo hasta que se dio cuenta de que tenía una manta encima y de que alguien estaba intentando que se metiera en la cama.

—Vamos. —Era la voz de Grant—. Te vas a congelar. Vamos.

Entonces se despertó a medias y buscó la almohada y se la colocó bajo la cabeza.

—¿Un mal vuelo? —preguntó Grant, sentado en el borde de la cama.

—Maldito avioncito; tenían una tormenta terrible sobre Tethys y tuvimos que pasar por debajo de las nubes, y estuvimos saltando sin parar.

—¿Tienes hambre?

—Mierda, no. Lo que quiero es dormir.

Grant se fue, apagó las luces y lo dejó en paz.

Recordaba eso vagamente por la mañana, cuando oyó ruido en la cocina. Se descubrió en ropa de calle, sin afeitar.

Y el reloj marcaba las 0820.

—Dios —murmuró. Apartó la manta y a tientas buscó el baño y la cocina, en este orden.

Justin se pasó una mano por el cabello y buscó una taza en el armario, tratando de no dejarla caer.

Grant le sirvió la mitad de la taza que se había preparado.

—Puedo hacérmela solo —protestó Justin.

—Claro que sí —dijo Grant, siguiéndole la corriente, y empujó la silla—. Siéntate. No creo que vayas a trabajar hoy. ¿Cómo está Jordan?

—Bien —murmuró—. Bien. Muy bien, de verdad. —Se sentó y apoyó los codos sobre la mesa para asegurarse de que la taza estaba donde creía antes de tomar un sorbo, porque sus ojos se negaban a trabajar—. Tiene muy buen aspecto. Y Paul también. Tuvimos una sesión detrabajo grandiosa, lo de siempre, hablamos mucho, no dormimos casi nada. Fue maravilloso.

No mentía. Los ojos de Grant se enturbiaron y se sintió realmente aliviado por un momento. Grant había sabido algo la noche anterior, en el aeropuerto, pero parecía que sólo ahora lo creía realmente; como siempre, habían dudado el uno del otro, habían dudado de cada palabra hasta que descubrieron las pequeñas señales que les confirmaban que las cosas eran tal como parecían.

Y después Grant miró el reloj e hizo una mueca.

—Mierda. Uno de nosotros tiene que ir. Yanni está cazando cabezas esta semana.

—Iré yo —dijo Justin.

—Tú no sirves para nada. Quédate. Descansa. Justin meneó la cabeza.

—Tengo que entregar un informe. —Se tragó el resto del café de golpe—. ¡Señor! Ve tú primero. Voy a reunir los documentos y después iré para allá. Envía un mensaje a Yanni. Dile que voy. Tengo que arreglarlo todo, me revolvieron todos los papeles en Descon.

—Ya voy. —Grant dejó caer lo que le quedaba del café en la taza de Justin—. Tú lo necesitas más. Parece que es un alimento indispensable para los CIUD.

Mierda. Se había negado a hablar la noche anterior, mientras Grant se desesperaba por conseguir noticias, y ahora le robaba el café del desayuno.

—Te compensaré de algún modo —dijo a Grant que ya estaba en la otra habitación—. Consigue una reserva en Cambios para esta noche.

Grant sacó la cabeza por la puerta.

—¿Tan bueno fue?

—Sociología desplazó el diseño TR hasta diez generaciones y todavía estaba limpio. Jordan dijo que estaba claro como el agua.

Grant golpeó el marco de la puerta y sonrió.

—¡Pequeño bastardo! ¡Podrías habérmelo dicho! Justin levantó una ceja.

—Tal vez sea un hijo de puta, amigo mío, pero te aseguro que no soy un bastardo. Y ahora hasta Giraud va a tener que reconocerlo.

Grant se arrojó a la sala de nuevo, gritando:

—¡Es tarde, mierda! ¡No hay derecho! Un momento después, se abrió la puerta de entrada y se cerró inmediatamente después.

No había tiempo para repasar las cosas esa mañana, ni siquiera trabajando los dos hombro con hombro en la misma oficina. Grant escribía en el teclado y de vez en cuando dictaba algo al Anotador, un murmullo de fondo constante, mientras Justin pasaba el escánerde fax sobre sus notas y las de Jordan y la transcripción de las sesiones de toda la semana, pulsaba las teclas cuando era más rápido, para seleccionar, editar y manejar casi catorce horas de transcripción constante que terminaron transformadas en cinco temas principales con el rastreador de palabras clave del ordenador. Y eso todavía podía dejar de lado cosas o colocarlas en ficheros equivocados, así que no se podía tirar nada: Justin creó un sexto tema para lo No Clasificado y mantuvo la máquina en Tabulación Automática, para que archivara las direcciones originales de la información.

Ya tenía listos dos trabajos preliminares y un informe cerca de la última lectura cuando Grant lo sacó de su profunda concentración y le dijo que tenían diez minutos para ir al restaurante.

Justin se frotó los ojos con las manos, archivó el trabajo, se estiró y flexionó los hombros que había tenido rígidos durante más tiempo de lo que había creído.

—Lo de Rubin está casi listo —dijo.

Pero ése no fue el tema de la conversación con Grant durante el camino a través del Ala Norte hasta la puerta de Cambios, y siguieron hablando mientras se sentaban a la mesa, un pequeño respiro para encargar las bebidas y después más charla, otro descanso para pedir el almuerzo y de nuevo a lo mismo.

—Lo próximo —dijo él— es conseguir que Yanni acepte el plan.

—Yo puedo hacer la prueba —sugirió Grant.

—A la mierda con eso. Por supuesto que no. Grant levantó una ceja.

—No me preocuparía en absoluto. En realidad, sería un excelente sujeto, ya que no podrían actuar sobre mí sin que yo lo detectara, comprendo muy bien los principios del asunto, mucho mejor que la División de Prueba.

—Pero eres totalmente subjetivo al respecto. Grant suspiró.

—Siento curiosidad. Me gustaría saber qué se siente. No entiendes a los CIUD. Es bastante... bastante atractivo.

—Seductor, dirás y eso me preocupa. Tú no necesitas motivación, amigo mío, unas vacaciones, tal vez.

—Un paseo por Novgorod —suspiró Grant—. Claro. Pero todavía quiero ver eso cuando lo termines.

Justin frunció el ceño, un gesto significativo, calculado. Todavía había que preocuparse por los errores; y hablar con Seguridad de la habilidad de Grant para absorber un programa era algo que ninguno de los dos quería hacer.

La mirada decía: Claro que quieres y si lo interiorizas, compañero, te voy a romper los dientes.

Grant le sonrió, una sonrisa amplia y lenta, que quería decir: Maldito bastardo CIUD, yo me puedo cuidar solo.

Los labios más tensos: Mierda, Grant.

Una sonrisa más amplia, los ojos entornados: Lo discutiremos más tarde.

—Hola —dijo una voz joven y el corazón de Justin le saltó en el pecho.

Miró a la jovencita que se había detenido junto a la mesa, una jovencita lujosamente vestida, con ropa que de alguna forma, de un día para otro, parecían haberle desarrollado la sombra de una cintura; olió un perfume que hizo que el corazón le diera un brinco con pánico recordado, y miró una cara que era la de una niña seria, tímida, una niña a la que ya se le marcan los pómulos; ojos oscuros y sombríos y acentuados por una leve sombra color violeta.