La yegua tiraba y ellos dejaron que se detuviera y asomara la cabeza por encima de la puerta del establo. Ella olfateó el aire y era un sonido interesante, extraño.
La potranca levantó las orejas y se quedó quieta y hacía el mismo sonido con la nariz.
—Poned a la yegua en el establo de al lado —ordenó Andy a los técnicos—. Veamos lo que pasa durante un rato.
Así trabajaba Andy. A veces no sabía lo que iba a pasar. A veces nadie lo sabía, porque nadie en el mundo lo había intentado nunca. Pero Andy no dejaba que sus animales se hicieran daño y tenía una forma de adivinar lo que iban a hacer a pesar de que no había leído ni un libro en su vida.
—Le está hablando —exclamó sera—, eso es lo que hace.
—Seguro que se están diciendo cosas —dijo Andy—. Los animales hacen algo parecido a darse cinta unos a otros.
—Es que son animales de grupo —dijo sera—. Tiene que ver con todo su comportamiento. Quieren estar juntas, me parece.
—Bueno, la pequeña va a querer a la gente. Son así cuando nacen de los tanques —dijo Andy—. Pero la yegua podría ayudar a este caballito. Ya tiene leche. Y la leche de un animal sano es mucho más beneficiosa que la fórmula. Lo único que me preocupa es cómo actuara la yegua cuando nazca el suyo.
—Política —suspiró sera—. Siempre la política, ¿no es cierto? —Sera estaba divertida y miró a la yegua que asomaba la cabeza sobre la cerca del otro establo—. Miradla. Ah, quiere entrar.
—Alguien tiene que permanecer toda la noche con la yegua —dijo Andy—. Cuando tenemos algo de lo que no sabemos nada, hay que seguir esperando. Pero tal vez la yegua acepte a esta potranca. Y si lo hace, será la mejor ayuda que podamos tener.
Volvieron muy tarde por la colina. Florian no hubiese deseado cambiar ese tiempo con sera y la potranca por el suyo, pero estaba muy preocupado cuando volvió a la habitación, en un apartamento tranquilo y oscuro, y dijo a Catlin:
—Soy yo —cuando abrió la puerta.
—Ummm —murmuró Catlin, desde su sitio y empezó a levantarse apoyada en el brazo—. ¿Problemas?
—Todo está bien. El bebé va muy bien. Hacía mucho que no veía a sera tan contenta.
—Me alegro —dijo Catlin, tan aliviada, así que Florian comprendió que Catlin había estado preocupada por eso todo el día.
—Lo siento, Catlin.
—No te preocupes. Dúchate. Yo te diré cuanto necesitas saber.
Él cerró la puerta, pidió la luz del baño al Cuidador y empezó a desnudarse en el camino al baño mientras Catlin se despertaba un poco. Apenas si se pasó un poco de agua, se puso ropa interior limpia y salió de nuevo, apagó la luz y se sentó en la cama mientras Catlin le explicaba cómo iban a resolver un problema muy difícil al día siguiente. Iban a tener que pasar por un Cuidador y conseguir un Rehén vivo; se lo dijo todo desde la cama, con la voz calmada, coherente, tranquila, que salía de la oscuridad.
Decían que iba a haber tres Enemigos, pero nunca podía estar seguro.
Uno no podía saber lo que controlaba el Cuidador, o si no había algo como un alambre simple, básico, en la puerta, el tipo de trampa en la que se caía cuando uno se concentraba demasiado en los aspectos técnicos.
Tenían que ir a la cocina a las 0400. Así que era cuestión de tragarse el informe, planificar lo que pudieran y dormir el tiempo que les quedara sin tener que salir sin aliento, porque nunca se podía estar seguro, a veces arrojaban algo de lo que no habían hablado y había que hacer frente a un ataque Enemigo antes de haber empezado el Ejercicio.
Catlin nunca perdía el tiempo con los qué y los dónde. En todos los años en que habían trabajado juntos, ella le había enseñado cómo centrar el problema y pensar sólo en eso, calcular rápido, y él estaba ocupado en analizar la cuestión con todos los datos que tenía; así aprendió la geografía del lugar a la luz de la linterna para no molestar a Catlin y estudió cuántos escalones había en ese vestíbulo, cuál era la distancia y cuáles eran los ángulos y la línea de visión en un momento dado.
Uno esperaba que el Servicio de Inteligencia tuviera razón, eso era todo.
Eran ochenta puntos por el Rehén, no decían nada más. En una escala de cien puntos eso significaba que podían perder a uno de los dos. Podían hacerlo si les era necesario, y eso quería decir que tenía que ser él, si se llegaba a este caso: Catlin tenía el mapa mejor guardado en la mente y podría pasar mejor por la última puerta, si él la abría para ella. Pero no se ganaba nada planificando lo que podía ocurrir. Era mejor pensar en cómo conseguir que fuera el Enemigo el que tuviera que ceder.
Él hacía lo que podía, eso era todo.
VIII
Era Catlin al teléfono. Catlin hablando por teléfono. Ari salió volando de la clase del doctor Edwards por el pasillo hacia la oficina. Tan rápido como pudo.
—Sera —dijo Catlin—, vamos a llegar tarde. Florian está en el hospital.
—¿Qué ha pasado? —gritó Ari.
—Se cayó la pared o algo así —respondió ella—. El hospital dijo que tenía que llamarla, sera, él está muy preocupado.
—Dios —suspiró ella—. Catlin, mierda, ¿cómo está?
—Regular. No seenfade, sera.
—Catlin, mierda, quiero un informe ahora mismo. ¿Qué ha pasado?
—El Enemigo tenía un Rehén, teníamos que pasar por un Cuidador y lo hicimos; entramos hasta el fondo, pero el Rehén empezó una maniobra de distracción mientras ellos trataban de poner una Trampa en la puerta. El instructor todavía está tratando de descubrir qué pasó, pero la carga que tenían estalló. Se derrumbó la pared. Toda. En realidad no tenía que hacer eso, tenía que estallar pero era decorado, no un edificio real, debe de haber tocado más de una carga.
—¿No saben lo que pasó?
—Bueno, es que están muertos, sera.
—Ya voy. Voy para el hospital ahora mismo. Espérame en la puerta principal. —Ari se volvió y vio que el doctor Edwards estaba allí. Así que se lo contó. Rápido. Y le pidió que llamara al tío Denys. Y corrió.
—Florian cree que fue culpa suya —dijo Catlin cuando ella llegó a la puerta principal, jadeando, con el estómago revuelto.
—No me dijo que teníais un Ejercicio hoy —protestó Ari. Aquel pensamiento la había rondado durante todo el camino hacia el hospital—. ¡No me lo dijo!
—Estuvo muy bien —explicó Catlin—. No cometió ni un sólo error. No deberían haber estado allí, eso para empezar. —Señaló el pasillo, donde había un hombre de negro hablando con los médicos—. Ese es el instructor. Ha estado haciendo preguntas. El Rehén... tiene trece años, es el único que quedó con vida. Es un lío. Un lío muy gordo. Están preguntando para ver si alguien entendió mal las instrucciones, dónde estaba el equipo de explosivos; creen que estaba contra la pared, justo donde estaban ellos trabajando y no habían montado todas las Trampas que podían haber instalado, así que les quedaban dos cargas más que estaban usando en la puerta. Todo el escenario se vino abajo. Florian se tiró hacia atrás y se cubrió, si no lo hubiera hecho, habría muerto. Por suerte se le cayó la puerta encima antes que los bloques.
Ari pasó por el mostrador con Catlin en dirección a los doctores que estaban hablando con el instructor y más allá, donde estaba Florian, en el salón, sobre una de las camillas. Tenía mal aspecto, blanco y magullado, y sangraba en el hombro, las manos y los brazos, pero le habían limpiado las heridas y le habían puesto un ungüento encima.
—¿Por qué está en el pasillo? —le inquirió Ari al médico que estaba de pie al lado.
—Espera para ir a rayos X, sera. Hay un problema interno.
—Estoy bien —murmuró Florian, los ojos entornados—. Estoy bien, sera.
—Tú... — Estúpido,casi dijo ella. Pero una supervisora no podía decirle eso a un azi que estaba bajo los efectos del trank. Se mordió el labio hasta que le dolió. Le acarició la mano—. Florian, no es culpa tuya.
—Ni suya, sera. Yo quería ir. Con la potranca. Podría habérselo dicho.