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Un médico lo había visto. Estaba desequilibrado, igual que Catlin. Y les habían pasado cintas, a los dos. Consiguió los números de esas cintas.

Buscó el caso a través de los archivos durante una hora y rastreó las órdenes de mudanza y la reunión del consejo de Familia en la que el personal superior, sabiendo lo que había pasado, había concedido a Ari senior un apartamento propio con una llave exclusiva, porque ella lo había pedido y amenazaba con acudir a las agencias de noticias, y Geoffrey Carnath era demasiado problema para que toda la Familia peleara contra él por el asunto de su tutoría.

Verdadero. Todo era verdadero para Base Uno. Todo aquello le había sucedido a la primera Ari.

Se hablan llevado a mamá. Pero el tío Denys y el tío Giraud no habían hecho lo mismo que Geoffrey Carnath. Se quedó sentada allí mucho rato, observando la pantalla, y después empezó a buscar algunas de las palabras que aparecían en el informe.

Se sintió muy aliviada cuando Florian la llamó por el Cuidador y le dijo que estaba despierto y bien, que solamente tenía un poco de sueño.

—Estoy aquí —murmuró Catlin después, un poco confusa; pero Catlin llegó al salón antes que Ari. Se apoyó en la pared—. ¿Algún problema?

—No —respondió Ari—. Nada por ahora. Duerme tranquila, Catlin. Todo está bien. Voy a hacerme la cena sola. Te llamaré si te necesito.

Catlin asintió y volvió a su habitación.

Había muchas cosas en el apartamento. Lo descubrieron cuando empezaron a registrarlo, mucha ropa de Ari senior que era muy bonita pero demasiado grande todavía.

Ari senior había sido, un poco más grande arriba. Y más alta. Eso también era extraño, calcular frente al espejo la altura que tendría más adelante. Algún día.

Había joyas. Cosas carísimas. Mucho más que las de mamá, sobre todo oro, algunos eran rubíes, ahí sobre la cómoda, todos estos años, pero ¿quién iba a robarlos en la Casa?

Para guardar el vino había un sitio más alto de lo que ella podía alcanzar, vino que seguramente no se había echado a perder, ella lo sabía, y que probablemente sería muy bueno ahora; y había whisky y otras cosas en el bar, cosas que no debían de haberse estropeado por todos esos años de espera.

Había una gran biblioteca de cintas. Muchas hablaban de la Tierra y de Pell. Muchas eran de cosas técnicas. Muchas, de entretenimiento. Y muchas de ésas tenían un rótulo que indicaba: «Para mayores de veinte años.» Y títulos que la pusieron nerviosa y la avergonzaron.

Cosas sexuales. Muchas.

Sintió lo mismo al mirar los cajones de Ari senior en el dormitorio, porque era algo privado, y a ella le molestaría mucho que se lo hicieran si fuera mayor y hubiera muerto; no le habría gustado que una niña de doce años registrara los cajones y descubriera que tenía esas cosas en la biblioteca, pero al mismo tiempo era interesante y la asustaba. La primera Ari había dicho que no había nada malo en los pensamientos que tenía, que era solamente porque era muy joven y que debía ir con cuidado para no portarse como una tonta.

Pero que estaba bien cuando una era mayor.

Ella recordaba cómo se sentía con lo de la primera cinta. Cerró la puerta y se preguntó qué habría en estas cintas, y si serían como aquella otra. Eran cintas E, sólo eso. No eran profundas ni nada por el estilo. No podían hacerle daño.

Si eran suyas, como todo lo que había en el apartamento, entonces podía hacer lo que quisiera con ellas, cuando se instalara, cuando estuviera segura de que estaba a salvo allí.

No era como ser estúpida con la gente,porque con la gente el sexo podía lastimarla.

Se suponía que los niños eran curiosos. Y no había forma de que nadie averiguara que las estaba usando. Sólo Catlin y Florian, y ellos no iban a tocar sus cosas. Ahora podía tener intimidad, auténtica intimidad, y el tío Denys no sabría nada al respecto.

Cuando se instalara. No había que usar cintas de entretenimiento cada vez que uno tenía ganas, como no había que comer todo lo que uno quería. Primero había que hacer el trabajo.

Incluso si uno se ponía a pensar en lo interesante que sería y en lo que había que descubrir, y en cómo se había sentido con la cinta de aprendizaje.

Mientras tanto, iba a mantener el armario cerrado.

—Está bien, adelante —dijo, y pasó a Amy y a Maddy por los guardias de Seguridad y las llevó en el ascensor. Usó su tarjeta en la puerta y las dejó entrar. El Cuidador le dijo que Florian y Catlin no estaban, que habían ido a las clases para aprender a arreglarse y a disfrazarse, como ella les había ordenado.

Vio que Amy y Maddy se miraban y observaban la gran habitación de enfrente, realmente impresionadas.

Algo le dijo que no debía dejar que nadie viera todo el apartamento donde vivía o cómo estaban diseñadas las cosas. Sabía que Catlin se preocuparía por eso. Pero les enseñó la mitad, que era la habitación grande de enfrente, la cocina y el comedor con el jardín de invierno, donde todavía no crecía nada, y otra vez la habitación delantera y la otra ala, donde estaba la gran sala de estudio hundida y el bar y después su oficina y su dormitorio y los dormitorios que habían sido de Florian y de Catlin (y que ahora eran de ellos otra vez).

Ellas se impresionaron mucho por todo al principio y cuando ella dijo que había habitaciones al otro lado de la cocina, sobre todo oficinas y todo eso. Y más sobre el jardín. Pero sólo recorrieron esa parte, otro salón con más habitaciones más adelante. Lo miraron y a ella le pareció que estaban muy raras.

Eso la molestó. Estaba acostumbrada a entender a la gente, y ahora no alcanzaba a captar lo que estaban pensando, excepto tal vez que estaban preocupadas porque podía haber algo peligroso en todo eso, o en ella, o en el tío Denys.

—Ya no tenemos por qué encontrarnos en los túneles —dijo ella—. Podemos hacerlo aquí y no hay forma de que averigüen lo que hacemos porque Florian y Catlin registraron todo el apartamento para que nadie nos pueda espiar. Ni siquiera el tío Denys.

—Pero pueden averiguar quiénes somos —objetó Amy—. Quiero decir, que me conocen a mí y a Maddy, tal vez a Sam, pero no a todos.

Así que era eso. Se preguntó de nuevo cuánto debía decirles, sobre todo a Maddy. Eso la preocupaba. Pero había algunas cosas que sí debían saber, porque ella no quería que tuvieran ideas equivocadas.

—Está bien —les dijo y después respiró hondo y decidió confiarles un gran secreto—. Mirad, he arreglado las cosas para que si Seguridad hace algo contra alguno de vosotros o vuestras familias, yo lo sepa en cuanto suceda.

—¿Cómo puedes hacer eso? —preguntó Maddy.

—Por mi ordenador. La Base que tengo. Mi nivel de acceso es mayor que el vuestro, tal vez no mayor que cualquiera que pueda poner una marca e impedir que sepa algo, pero he arreglado mi Base para que cuando haya información a la que no tengo acceso, me diga lo que está pasando.

—¿Cómo? —preguntó Maddy.

—Porque estoy en el Sistema de la Casa. Porque tengo una Base altísima y una serie de accesos que en general los niños no tienen. Las tengo con este lugar. Muchas cosas. No os preocupéis. Los tengo muy controlados. Si algo entra en el sistema, algo que se refiera a vosotros, el sistema me lo dirá enseguida.

—¿Cualquier cosa?

—No los asuntos privados. Todo lo relacionado con Seguridad. Y os voy a decir otra cosa. —Otro suspiro. Ari metió las manos debajo del cinturón y pensó con mucho cuidado en lo que estaba diciendo y en lo que dejaba traslucir; pero Amy y Maddy eran las jefas de la banda—. Si contáis esto a alguien, os mato. Pero vosotras dos no tenéis por qué preocuparos. Ninguno de mis amigos tiene por qué preocuparse. Sé por qué pasaron las Desapariciones y no creo que vuelvan a ocurrir. Excepto en el caso de que yo lo pida. Si hubiera alguien a quien yo realmente quisiera perder de vista... Y eso no me va a pasar con ninguno de vosotros, siempre que seáis mis amigos.

—¿Por qué hubo Desapariciones? —preguntó Amy.

—Porque... (Porque esas cosas tenían que pasarme. Como a Ari senior. Eso explica la mayor parte de mi vida. La mayor parte.) —Se encogió de hombros—. Porque se suponía que yo no debía saber ciertas cosas y mis tíos pensaban que esa gente me las diría.