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—No soy su hijo. No... —Grant respiró despacio una, dos, tres veces—. No estoy calificado de la misma manera. Mierda, no quería decírtelo. No esta noche.

—Dios. —Justin lo cogió por los hombros y lo abrazó un momento. Lo sintió luchar por recuperar el control, por conseguir respirar.

—Estoy tentado, quisiera decir que quiero cinta —dijo Grant—. Pero una mierda si voy a decirlo. Mierda, mierda. Lo que hacen es jugar a política. Ellos... ellos pueden hacerlo, eso es todo. Tu proyecto funciona. Celebrémoslo. Quiero emborracharme, amigo. Bien borracho. Estaré bien. Es la ventaja de la contradicción, ¿no? Todo es relativo. Tú trabajaste mucho para esto, los dos trabajamos. No me sorprende en absoluto. Sabía que funcionaría. Pero me alegro de que se lo probaras.

—Voy a ir a ver a Denys de nuevo. Dijo... Grant se separó de él, con dulzura.

—Dijo que tal vez. En algún momento. Cuando todo se tranquilizara. «En algún momento» no es ahora, evidentemente.

—A la mierda con esa niña.

Las manos de Grant le lastimaron los brazos.

—No digas eso. Ni siquiera lo pienses.

—Elige muy mal los momentos para hacer las cosas. Muy, muy mal. Por eso están tan nerviosos.

—Eh. Ella no elige los momentos. Ella no elige los momentos, nunca. ¿Recuerdas?

Un rugido de truenos. Los relámpagos incendiaron el oeste, sobre los acantilados. De pronto, sonó la alarma del perímetro. Un gemido en la noche. Llegaba el viento, un viento como para quebrarlo todo.

Justin y Grant se cogieron mutuamente de la manga y corrieron hacia el refugio, hacia la seguridad, donde las luces amarillas de alarma formaban un rayo estable sobre la entrada.

IV

—¿Postre? —preguntó el tío Denys. En Cambios, al mediodía, el lugar en que ella había aceptado verlo. Y Ari negó con un gesto.

—Pero come tú, si quieres. No me importa.

—Puedo saltármelo. Café solamente. —Denys tosió y removió el azúcar que había puesto dentro—. Estoy tratando de comer menos. Quiero adelgazar. Tú eras un buen ejemplo antes.

Quinto y sexto intento de despertar simpatía. Ari lo miró sin parpadear.

Denys sacó un papel del bolsillo y lo puso sobre la mesa.

—Esto es tuyo. Ha pasado. Probablemente mejor sin ti, este año.

—¿Soy una Especial?

—Claro. ¿No te lo dije? Ésa es una razón por la que quería hablar contigo. Esto es un fax solamente. Hubo, hubo un poco de debate al respecto. Deberías saberlo. Catherine Lao será tu amiga pero no puede dominar a la prensa, no en lo que se refiere al nombramiento de un Especial. El último argumento fue tu ventaja. La posibilidad de que pudieras necesitar la protección, antes de la mayoría de edad. Usamos muchos favores políticos para conseguir que pasara. No es que tuviéramos otra alternativa, ni que la quisiéramos, claro.

Séptimo.

Ella se estiró, cogió el fax y lo desdobló. Ariane Emory, decía, y muchas palabras finas y elaboradas con la firma de todo el Concejo.

—Gracias —dijo—. Tal vez me gustaría verlo en las noticias.

—No, imposible.

—Estabas mintiendo cuando me dijiste que odiabas el vídeo. ¿No es cierto? Querías que no tuviera acceso a los informativos. Todavía es así.

—Pedistes una conexión. No la vas a tener. Ya sabes por qué. —El tío Denys aferró la taza entre sus manos grandotas—. Por tu salud. Por tu bienestar. Porque hay cosas que no tienes por qué saber todavía. Sé niña durante un tiempo. Incluso en estas circunstancias.

Ella tomó el papel, y cuidadosa, deliberadamente lo dobló y se lo guardó en el bolso, pensando, en el tono de mamá: Espera y verás, tío Denys.

Quería darte eso —dijo el tío Denys—. No quiero hacerte perder más tiempo. Gracias por almorzar conmigo.

—Esta es la octava.

—¿La octava qué?

—La octava vez que intentas darme pena. Te lo dije. Fue una cosa muy fea, tío Denys.

Cambiar y cambiar de nuevo. El Trabajo funcionaba solamente si uno lo usaba en el momento preciso. No importaba si uno estaba listo o no.

—La cinta. Ya sé. Lo siento. ¿Qué más puedo decir? ¿Que no lo hubiera hecho? Sería una mentira. Me alegro sinceramente de que te vaya bien. Estoy muy orgulloso de ti.

Ella le sonrió con una sonrisa torcida, rápida y después se puso seria y cansada.

—Claro.

—¿«Sé fiel a tu propio yo»? —Con una sonrisa muy suya—. Ya sabes quién planificó todo esto.

Ella lo pensó de nuevo. Era uno de los mejores cambios del tío Denys, directamente desde donde ella no lo esperaba, y la dejó en blanco, sin pensamientos.

Mierda. No había mucha gente que pudiera Atraparla así.

—Me pregunto si puedes imaginarte cómo se siente uno —continuó el tío Denys—. Conocí a tu predecesora, mis primeros recuerdos de ella son los de una joven hermosa, muy hermosa; y después, ver que la misma mujer joven llega lentamente al final de tu vida, cuando ya estás viejo, es una perspectiva increíble.

Trataba de Trabajarla, claro.

—Me alegro de que te guste.

—Me alegro de que aceptaras mi invitación —dijo él y tomó café.

—¿Te gustaría hacer algo que me encantaría de verdad?

—¿Qué?

—Dile a Ivanov que no quiero ir a mi cita.

—No. No voy a decirle eso. Te puedo decir dónde está la respuesta. Está en el material del decimoquinto año.

—Muy gracioso, tío Denys.

—No quería hacerme el gracioso. Es la verdad, nada más. No vayas demasiado rápido, Ari. Pero voy a cambiar una cosa. Voy a dar por terminadas tus clases.

—¿Qué quiere decir eso de dar por terminadas mis clases?

—Más bajo, Ari. Voces. Voces. Estamos en un lugar público. Quiero decir que es una pérdida de tiempo. Verás al doctor Edwards cuando lo necesites. Al doctor Dietrich. Ellos te darán tiempo especial. Tienes acceso a más cintas de las que puedes hacer. Tendrás que seleccionarlas. La respuesta a lo que eres está allí, mucho más que en material biográfico. Elige tú misma. En este momento eres una Especial. Tienes privilegios. Tienes responsabilidades. Así es como funcionan las cosas. —Tomó dos sorbos de café y apoyó la taza—. Voy a poner los cobros de la biblioteca en mi cuenta. Todavía tengo más que tú. Podrás ver a tus amigos de la escuela cuando quieras. Pídeles que vengan a través del sistema. Recibirán el mensaje.

Se levantó de la mesa y se fue. Ella se quedó sentada un momento, pensando, tratando de recuperar el aliento.

Podía ir a clases si quería. Podía pedir tiempo a sus instructores, eso era todo.

Podía hacer lo que quisiera.

Inyecciones, análisis de nuevo. Ari se burló del técnico que le extrajo sangre y le inyectó el medicamento. Ni siquiera vio al doctor Ivanov.

—Hay recetas en la farmacia —dijo el técnico—. Sabemos que ha estado ensayando en su domicilio. Por favor, tenga cuidado. Siga las instrucciones.

El técnico era un azi. No era alguien a quien pudiera gritar. Se levantó, mareada, fue a la farmacia del hospital y retiró las recetas.

Kat. Al menos era útil.

Volvió a casa temprano. Nada de entrevistas con el doctor Ivanov, nada de largas esperas. Colgó el bolso en el recipiente de plástico y leyó la cuenta y vio que habían puesto treinta créditos en su cuenta por las pastillas y probablemente también por las de Florian y Catlin.

—Mierda —maldijo en voz alta—. Cuidador, mensaje a Denys Nye: la farmacia es cosa tuya. Tú la vas a pagar. Yo no la he pedido.

La puso furiosa.

Era la inyección. La inyección le hacía eso. Respiró hondo unas cuantas veces y fue a la biblioteca a poner los frascos en el armario debajo de la máquina.

Mierda.No le tocaba la menstruación. Pero se sentía igual. Se sentía...

Inquieta. Como si deseara tener trabajo para hacer esa noche o algo así. O podía ir a ver a la potranca, tal vez. Había estado trabajando mucho y había ido muy pocas veces. Dejaba la mayor parte de la crianza de la potranca en manos de Florian, pero en realidad tampoco tenía ganas de ir a verla. Las inyecciones la molestaban y le disgustaba perder el control cuando había gente a su alrededor. Ya iba a tener que esforzarse bastante para no mostrarse irritable con Florian y Catlin cuando volvieran a casa, así que ni pensar en andar cerca de Andy, que era demasiado bueno para tener que soportar a una CIUD de mal humor.