—Lo siento mucho —dijo Yanni—. Hijo, es cuestión de tiempo. Mira, ¿quieres una fecha? Conseguiré el permiso. Eso va a llegar.
—Claro que sí —masculló Justin con suavidad—. Claro que sí. Todo llegará. Conozco el juego, maldita sea. Ya me he cansado, Yanni. Estoy fuera. Estoy cansado, Grant está cansado. Sé que Jordan se está cansando. —Estaba al borde de las lágrimas. Dejó de hablar y se quedó así, mirando adelante, a la pared y el rincón donde empezaban los estantes. Un bastón ritual de espíritus de los downers, en una vitrina. Yanni tenía sentido estético. O era un regalo de alguien. Ya se lo había preguntado antes. Envidiaba esa pieza.
—Hijo.
—¡No me llame así! —Volvió a fijar los ojos en Yanni, con dificultad, el aliento trabado en el pecho—. No... me llame así. No quiero oír esta palabra.
Yanni lo miró un largo rato. Yanni podía partirlo en dos porque lo conocía bien. Y él le había dado todas las claves, durante todos esos años. Acababa de darle una importante ahora, con esta reacción.
Pero incluso eso le era indiferente.
—Morley envió un excelente informe sobre tu trabajo con el joven Benjamín —dijo Yanni—. Dice... dice que tus argumentos son muy convincentes. Va a ir al comité con eso.
El bebé Rubin. Ya no era un bebé. Seis años, un niño flaco, dulce, de ojos grandes, con muchos problemas de salud y un profundo afecto por Alley Morley. Y en cierta medida, su paciente.
Así que Yanni empezaba a atacarlo por los puntos más sensibles. Era de esperar. No iba a salir entero de la oficina. Había sabido eso cuando Yanni lo dejó pasar.
Miró el bastón sagrado en la vitrina.
No era humano. Un pueblo amable que los humanos no tenían derecho a llamar primitivo. Así los llamaban, por supuesto. Y los metían en un protectorado.
—Hijo... Justin. Te aseguro que es un retraso temporal. Le dije lo mismo a Grant. Tal vez seis meses. Nada más.
—Si... —Justin estaba sereno ahora, al menos lo suficiente para poder hablar sin derrumbarse—. Si acepto que me detengan... si acepto cooperar en un psicotest, sobre todo lo que pasó entre Jordan y yo, durante estos años, ¿sería suficiente para conseguir el permiso para Grant?
Un largo silencio.
—No voy a darles esa oportunidad —dijo Yanni—. Mierda, no.
Él cambió la dirección de los ojos y miró a Yanni.
—No tengo nada que esconder. No hay nada ahí dentro, Yanni. Ni siquiera un pensamiento pecaminoso, a menos que les sorprenda saber que me gustaría ver a la Administración de Reseune en el infierno. Pero no movería un dedo para mandarlos allá. Tengo mucho que perder. Demasiada gente perdería demasiadas cosas.
—Yo tengo algo que perder —objetó Yanni—. Tengo a un joven que no es un Especial porque Reseune no se atrevería a enviar un proyecto de ley como ése, no se atrevería a darte esta protección.
—Eso es basura.
—Te di una oportunidad. Me arriesgué contigo. No he dicho que Will tenga un problema. Digo que probar tus rutinas tal vez implique absorber a sujetos de Prueba. Por su propia naturaleza. Una vez que hacen el programa, hay que lavarles el cerebro para sacarlos. Eso no quiere decir que no sean útiles.
Departamento de Defensa.
Programas de prueba con lavados de cerebro entre una pasada del programa y otra...
—¿Justin?
—Dios. Dios. Trato de ayudar a los azi, y he creado una monstruosidad para Defensa. Dios mío. Yanni...
—Cálmate. Cálmate. No estamos hablando del Departamento de Defensa.
—Pero será así. En cuanto se enteren...
—Están muy lejos de todo esto. Cálmate. Es mi trabajo. Sin mí, no pueden. Si algo me pasara, no podrían... no durante mucho tiempo. Mierda, mis documentos, mis notas. Grant.
—Reseune no revela sus procesos —lo tranquilizó Yanni, en tono razonable—. Eso ni se discute.
—Reseune tiene acuerdos con Defensa. Hace mucho. Desde que Giraud tiene su puesto en el Concejo.
Desde que murió Ari. Desde que sus sucesores vendieron... vendieron todo lo que ella significaba.
Dios, quisiera... quisiera que estuviera viva de nuevo.
La niña, no tiene ninguna oportunidad.
—Hijo... disculpa, Justin. Es la costumbre. Escúchame. Me doy cuenta de lo que quieres decir. Lo veo muy claramente. A mí también me preocupa.
—¿Nos están grabando, Yanni? Yanni se mordió el labio y pulsó un botón sobre el escritorio.
—Ahora no.
—¿Dónde está la cinta?
—Yo me ocupo de eso.
—¿Dónde está la cinta, mierda?
—Cálmate y escúchame. Quiero trabajar contigo. En lo que sea. Con un cheque en blanco. Déjame preguntarte una cosa. Tu perfil psíquico dice que el suicidio no es probable. Pero contéstame sinceramente: ¿piensas en eso alguna vez?
—No. —Le latía el corazón y el ritmo era tan rápido que le dolía. Era mentira. Y no lo era. Pensó en eso por un momento. Y le faltaba lo que hay que tener para hacerlo. Y no tenía razones suficientes..., todavía. Dios, ¿qué me hace falta? ¿Tengo que ver a los chicos caminando sobre el fuego antes de sentirme culpable? ¿Qué clase de monstruo soy?
—Déjame recordarte que matarías a Grant. Y a tu padre. O peor todavía, vivirían con eso el resto de sus vidas.
—Váyase a la mierda.
—¿Piensas que otros investigadores no se hicieron las mismas preguntas?
—¡Carnath y Emory construyeron Reseune! ¿Cree que la ética les importaba algo?
—¿Crees que la ética no le importaba a Ari?
—Claro. Como en lo de Gehenna.
—La colonia sobrevivió. Sobrevivió después de que murieran todos los CIUD. Es trabajo de Emory, claro que sí. Los azi sobrevivieron.
—En medio de la suciedad. En condiciones abominables, como primitivos, maldita sea.
—Atravesando la suciedad. Atravesando catástrofes que les arrancaron las ventajas que tenían. La cultura de ese planeta es azi. Y son únicos. Te olvidas del cerebro humano, Justin. De la ingenuidad humana. La voluntad de vivir. Puedes mandar a un soldado azi al fuego, pero un azi es más apto que su contrapartida CIUD para darse la vuelta y preguntar a su sargento qué va a ganar su grupo si se mete ahí. Y mejor será que el sargento disponga de una respuesta que tenga sentido para el azi. Deberías aprender un poco de los militares, Justin. Tienes una fobia contra ellos, perdón por la palabra psicológica. Y ellos se desenvuelven en situaciones verdaderamente límites. Los grupos militares pueden caminar en medio del fuego. Pero un azi que quiera hacer eso representa un problema, y un azi que disfrute de la muerte de otros constituye un problema todavía peor. Piensa en la realidad antes de aterrorizarte tanto. Piensa en los militares ahí abajo. Son muy buenos. Muy amables, muy competentes, muy impacientes con las estupideces, muy fáciles de supervisar mientras crean que estás capacitado, pueden relajarse cuando no están en el trabajo, a diferencia de algunos de nuestros obreros de las líneas de montaje. Piensa en la realidad antes de preocuparte. Piensa en los tipos específicos.
—Ésos también son supervivientes —objetó Justin—. Los que sobrevivieron a la Guerra.
—La tasa de supervivencia de los azi es mayor que la de los CIUD, en un quince por ciento más o menos. No tengo remordimientos personales con respecto a los azi. Están bien. Se sienten bien con ellos mismos. Tu trabajo tal vez tenga una gran importancia en el campo de la psique CIUD, en cuanto a los problemas de comportamiento. Tal vez tenga muchas aplicaciones, si funciona. Estamos trabajando con la humanidad. Y con herramientas. Puedes matar a un hombre con un láser. Puedes salvarle la vida también. No quiere decir que no debamos tener láser. O filos en los cuchillos. O martillos. O lo que sea. Pero me alegro mucho de que tengamos láser, porque si no habría perdido la visión del ojo derecho. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
—Esto no es nada nuevo, Yanni.
—Quiero decir, ¿entiendes lo que te estoy diciendo? ¿En tu interior?