—¡Mierda! —Algo astrigente le mordió la herida de la cabeza . Ya le habían extraído un ancho pedazo de plástico del hombro. Florian estaba mucho peor porque había recibido varios en el cuerpo y había sangrado mucho, no estaba en condiciones de llevar a cabo el control, pero Florian estaba en una puerta y un guardia de confianza en otra, controlando la identificación de la gente que entraba y viendo cómo se justificaba el personal de Reseune.
Abban y los dos que estaban a su lado habían muerto. No sé si estaban con él, había dicho Catlin. No hubo tiempo de preguntar.
Una ambulancia que llegaba subió a la vereda y Justin retrocedió, tropezó y se recuperó en la oscuridad, en el caos de luces y equipos contra incendios, anuncios por los altavoces, huéspedes en pijama y bata de noche, reunidos en la calle, en el exterior o sobre la zona de los senderos de grava. La luz del fuego se extendía en medio del humo, que envolvía las luces de emergencia y el raudal de agua que bajaba por la entrada principal y el sendero de coches.
Ahora estaba en la calle. No sabía cómo había llegado hasta allí ni dónde estaba el hotel. Andaba tambaleándose. Encontró un banco donde sentarse en la oscuridad. Dejó caer la cabeza entre las manos y sintió que estaba sudando a pesar del frío de la noche.
Se quedó en blanco durante un rato más. Estaba caminando de nuevo, frente a una calle sin salida en un espacio entre dos edificios. Al fondo del callejón había una escalera que descendía. Camino peatonal, rezaba el cartel.
Busca un teléfono, pensó. Consigue ayuda.
Y después: No estoy pensando con claridad. Dios, y si...
Fue alguien del personal. Seguridad había revisado.
Abban... Abban había revisado.
¿Fue contra mí? ¿Fui el único?
Ari...
Tropezó por los escalones, se aferró a la barandilla y llegó hasta el fondo, ante unas puertas de seguridad que se abrieron cuando pasó, hacia un túnel iluminado que se extendía hacia un vacío fantasmal y extraño.
—Tío Denys —dijo Ari; y de pronto el peso le pareció demasiado para ella; tío Denys, como había dicho en el hospital cuando se rompió el brazo y le dieron el teléfono, cuando tuvo que decirle al tío Denys que se había portado como una tonta. Esta vez no había sido tonta, se dijo a sí misma; tenía suerte de estar con vida. Pero tampoco iba a darle el informe con voz orgullosa—. Tío Denys, estoy bien. Y también lo están Florian y Catlin.
— Gracias a Dios, Han dicho que os habían matado, ¿entiendes?
— Estoy bien viva. Unos pocos arañazos y algunas quemaduras. Pero Abban ha muerto. Y cinco más. En el fuego. —Había un límite para lo que se podía decir en la red mediante los controles remotos que Florian había instalado en el sistema móvil—. Voy a asumir el mando de Seguridad aquí, yo misma. Doy órdenes a través de la red. Seguridad está muy comprometida en esto, ya me entiendes. Alguien entró. —Le empezaron a temblar las manos. Se mordió el labio y respiró hondo—. Hubo otras dos bombas hoy, los pacifistas volaron un edificio en el centro de la ciudad, dicen que ellos atacaron el hotel y amenazan con hacer algo peor; estoy en contacto con la policía de Novgorod y con todos nuestros sistemas.
— Entiendo — dijo Denys antes de que ella tuviera que decir más de lo que quería—. Eso me tranquiliza. Lo tenemos en la red. Dios, Ari, ¡qué problema!
—No te sorprendas mucho de nada. Está bien. El Departamento se ocupa de la situación en el hotel. Mira la red.
— Entiendo. Entiendo totalmente. Mejor será que cortemos la comunicación. Voy a darte prioridad, inmediatamente. Gracias a Dios que estás bien.
— Pienso seguir así —advirtió ella—. Cuídate. ¿De acuerdo?
— Cuídate tú — recomendó Denys—. Por favor. Ella cortó, pasó el teléfono a Florian.
—Tenemos confirmación —dijo él—. El avión dejó Planys. Esperan aterrizar a las 1450 mañana.
—Bien —dijo ella—. Bien. —Con el poco control que todavía le quedaba.
—El canciller Harad te espera en el teléfono, también el canciller Corain. Han preguntado por tu seguridad.
Extraños camaradas, pensó ella. Pero era normal que llamaran: Harad porque era un aliado; Corain porque, aunque le tuviera miedo, aún temía más a los pacifistas, a los radicales de su propio partido y a los radicales de Defensa.
—Voy a hablar con ellos. ¿Tenemos periodistas afuera?
—Muchos.
—Quiero hablar con ellos.
—Sera, está cansada, está mal todavía.
—No soy la única, ¿verdad? Mierda, consígueme un espejo y un poco de maquillaje. Es la guerra, ¿me oís?
El espejo en el baño del túnel peatonal le mostró una cara manchada de negro que por un segundo Justin no reconoció. Los brazos y las manos bastaban para provocar preguntas, además del olor del humo en la ropa; abrió el agua, tomó un poco de jabón entre
El suéter azul oscuro y los pantalones estaban manchados, pero al menos el agua quitó lo peor. Después, Justin se secó el cabello y los hombros bajo el aire caliente, se miró de nuevo y el espejo le devolvió una cara terriblemente pálida. Estaba empezando a necesitar un afeitado. Tenía el suéter quemado y roto, un desgarrón sobre la rodilla y un golpe en ese mismo lugar. Cualquiera que lo viera, pensó, avisaría a la policía.
Y terminaría frente a la ley de Cyteen.
Se recostó contra el lavabo y se pasó agua fría por la cara, apretando los dientes para luchar contra una sensación de náuseas que lo dominaba constantemente desde la explosión. Había pensamientos que trataban de insinuar una conclusión en un nivel consciente y emocionaclass="underline" Fue la pared de Ari; quién lo hizo en el personal..., quién lo hizo...