– Habré olvidado cómo se hace.
La chica se dio rápidamente la vuelta y fue hacia su portal. Oskar se quedó allí mirándola. Cuando llegó delante de la pesada puerta, Oskar pensó que tendría que empujar con las dos manos para poder abrirla. Pero ocurrió lo contrario: cogió el picaporte con una mano y la abrió con tanta fuerza que golpeó contra el tope que había en el suelo, rebotó y se cerró tras ella.
Oskar se metió las manos en los bolsillos y se puso triste. Pensaba en Bobby. En el aspecto que tenía en la caja que su padre le había construido. En la cruz que él había hecho en la clase de trabajos manuales y que se rompió cuando la iban a clavar en el suelo helado.
Debería hacer una nueva.
Viernes 23 de octubre
Håkan estaba sentado en el metro otra vez, en dirección al centro. Con diez billetes de mil coronas enrollados y atados con una goma en el bolsillo del pantalón. Con ellos iba a hacer algo bueno. Salvaría una vida.
Diez mil coronas era mucho dinero, y teniendo en cuenta las campañas de Save the Children que decían que «Mil coronas pueden dar comida a una familia entera durante un año» y otras por el estilo, debería de ser posible con diez mil coronas salvar una vida también en Suecia.
¿Pero la de quién? ¿Dónde?
Uno no podía ir alegremente dando el dinero al primer drogadicto que se encontrase y esperar que… no. Y tendría que ser una persona joven. Sabía que era una tontería, pero lo ideal sería uno de esos niños con lágrimas en los ojos como en los cuadros. Un niño que con lágrimas en los ojos cogiera el dinero y… ¿Y qué?
Se bajó en la estación de Odenplan sin saber por qué; caminó hacia la biblioteca pública. Mientras vivía en Karlstad, cuando trabajaba como profesor de sueco en los cursos superiores de la enseñanza obligatoria y todavía tenía una casa donde vivir, era de sobra conocido en el ambiente que la biblioteca pública de Estocolmo era un… buen sitio.
Hasta que no vio el gran cilindro de la biblioteca, conocido por las fotografías en libros y revistas, no supo que era por eso por lo que se había bajado aquí. Porque era un buen sitio. Alguien del ambiente, probablemente Gert, había contado lo que había que hacer para comprar sexo aquí.
Él no lo había hecho nunca. Lo de comprar sexo.
Una vez Gert, Torgny y Ove habían encontrado un chico cuya madre, una de las conocidas de Ove, había traído de Vietnam. El chico tendría unos doce años y sabía lo que se esperaba de él, le pagaban bien por ello. Sin embargo, Håkan no fue capaz. Había bebido un poco de su Bacardi con cola, disfrutando del cuerpo desnudo del chico dando vueltas por la habitación en la que se habían reunido. Pero luego se acabó.
A los otros, el chico se la había mamado de uno en uno, pero cuando le tocó el turno a Håkan se le hizo un nudo en el estómago. Toda la situación era demasiado asquerosa. La habitación olía a excitación, alcohol y semen. Una gota de esperma de Ove brillaba en la mejilla del chaval. Håkan apartó la cabeza del muchacho cuando se inclinaba sobre su entrepierna.
Los otros lo habían insultado; al final, puras amenazas. Él había sido testigo, tenía que ser cómplice. Lo ridiculizaron por sus escrúpulos, pero ése no era el problema. Sólo que era tan feo, todo. El apartamento de Åke, de una sola habitación, donde él solía pasar las noches; los cuatro sillones desiguales especialmente dispuestos para la ocasión, la música de baile que salía por el estéreo.
Pagó su parte de la juerga y no volvió a ver a los otros. Él tenía sus revistas y fotografías, sus películas. Era suficiente. Era posible que además sintiera escrúpulos, que sólo en aquella ocasión se habían manifestado como una intensa aversión ante la situación.
Entonces, ¿por qué voy a la biblioteca?
Podría coger un libro. El fuego de hacía tres años había devorado toda su vida, y con ella sus libros. Sí. La joya de la Reina de Almqvist, lo podía tomar prestado, antes de hacer su buena obra.
Estaba todo muy tranquilo en la biblioteca a esas horas de la mañana. Señores mayores y estudiantes, la mayoría. Enseguida encontró el libro que buscaba, leyó las primeras palabras.
¡Tintomara! Dos cosas son blancas:
inocencia y arsénico.
Lo volvió a dejar en la estantería. Malas sensaciones. Le recordaba su vida anterior.
Había amado aquel libro, lo había usado en la enseñanza. Leer las primeras palabras le había hecho añorar un sillón de lectura. Y un sillón de lectura tenía que estar en una casa que fuera suya, una casa llena de libros, y tendría que tener un trabajo de nuevo y tendría que… y quería. Pero había encontrado el amor, y él era el que imponía las condiciones ahora. Nada de sillones.
Se frotó las manos como para borrar las huellas del libro que habían sujetado y entró en una sala que había al lado.
Una mesa alargada con personas leyendo. Palabras, palabras, palabras. Al fondo de la sala se sentaba un chico joven con cazadora de cuero columpiándose en la silla mientras hojeaba sin mayor interés un libro con ilustraciones. Håkan se dirigió hacia allí e hizo como que examinaba los libros de geología mirando de reojo al muchacho de vez en cuando. Finalmente, el chico alzó la mirada y ambas se cruzaron; el chaval arqueó las cejas como preguntando:
– ¿Quieres?
No, claro que no quería. El chico tenía unos quince años, con la cara aplanada de los europeos del este, espinillas y los ojos rasgados y profundos. Håkan se encogió de hombros y salió de la sala.
Fuera ya de la entrada principal el muchacho lo alcanzó, hizo un gesto con el dedo y preguntó:
– Fire?
Håkan negó con la cabeza.
– Don't smoke.
– Okey.
El chico sacó un encendedor de plástico, encendió un cigarrillo, le miró con los ojos entornados a través del humo.
– What you like?
– No, I…
– Young? You like young?
Se apartó del muchacho, alejándose de la entrada principal donde cualquiera podía verle. Necesitaba pensar. No había imaginado que esto fuera tan sencillo. Había sido una especie de juego, comprobar si era cierto lo que había dicho Gert.
El chico lo siguió, se puso a su lado junto al muro de piedra.
– How? Eight, nine? Is difficult, but…
– ¡NO!
Parecía tan endiabladamente perverso. Un pensamiento tonto. Ni Ove ni Torgny habían tenido un aspecto… especial, en lo más mínimo. Hombres normales con trabajos normales. El único, Gert, que vivía de la inmensa herencia que le había dejado su padre y podía permitirse cualquier cosa, y después de sus muchos viajes al extranjero había empezado a tener un aspecto francamente repulsivo. Una flacidez alrededor de la boca, una película en los ojos.
El chico se calló cuando Håkan alzó la voz, observándolo a través de aquellas hendiduras que tenía por ojos. Dio otra calada al cigarrillo, lo tiró al suelo y lo pisó, extendió los brazos.
– What?
– No, I just…
El muchacho se le acercó un poco.
– What?
– maybe… twelve?
– Twelve? You like twelve?
– I…. yes.
– Boy.
– Yes.
– Okey. You wait. Number two.