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Pero no fue él quien lo hizo. Fue…

Una voz. Dijo algo.

– ¡Hola, Lacke! ¿Qué pasa, le conoces?

El dueño del kiosco y el hombre que estaba fuera lo miraron. Él dijo:

– … Sí -y echó a andar de nuevo. El mundo desapareció. Ante sus ojos, el portal del que el hombre había salido. Las ventanas cubiertas. Iba a ocuparse de ello. Tenía que hacerlo.

Los pies iban más deprisa y la columna se le enderezó. La plomada, un péndulo que golpeaba en su pecho, que le hacía temblar, tocando a presentimiento en su cuerpo.

Ahora voy yo. Ahora me cago en tal… voy yo.

El metro paró en Råcksta y Oskar se mordía los labios de impaciencia, pánico; le parecía que las puertas permanecían abiertas demasiado tiempo. Cuando sonó el altavoz creyó que el conductor iba a decir algo acerca de que el tren estaría parado allí un momento, pero

ATENCIÓN A LAS PUERTAS. CIERRE DE PUERTAS.

Y el metro salió de la estación.

No tenía ningún plan aparte de avisar a Eli de que cualquiera, en cualquier momento, podía llamar a la policía y decir que había visto a ese viejo. En Blackeberg. En ese patio. En ese portal. En ese piso.

Qué ocurriría si la policía… si forzaran la puerta… el cuarto de baño…

El metro traqueteaba sobre el puente y Oskar miró por la ventana. Había dos hombres junto al kiosco del Amante y, medio tapadas por uno de ellos, Oskar pudo entrever las odiosas portadas amarillas. Uno de los hombres se alejó deprisa del kiosco.

Cualquiera. Cualquiera puede saberlo. Él puede saberlo.

Cuando el metro empezó a frenar, Oskar ya estaba delante de las puertas presionando con los dedos los labios de goma, como si de esa manera se fueran a abrir más deprisa. Apretó la frente contra el cristal, un poco de fresco sobre su frente caliente. Los frenos chirriaron y el conductor debió de haberse olvidado, porque hasta entonces no se oyó:

PRÓXIMA ESTACIÓN, BLACKEBERG.

Jonny estaba en el andén. Y Tomas.

No. Nonono hazlos desaparecer.

Cuando el metro, vibrando, se paró, los ojos de Oskar se encontraron con los de Jonny. Se dilataron y, al abrirse las puertas, Oskar vio que Jonny le decía algo a Tomas.

Oskar se puso alerta, se lanzó fuera y empezó a correr.

Tomas sacó su larga pierna, chocó con la de Oskar y éste cayó todo lo largo que era en el andén, raspándose las palmas de las manos al intentar frenar el golpe. Jonny se puso encima de él.

– ¿Tienes prisa o qué?

– ¡Suéltame! ¡Suéltame!

– Y eso, ¿por qué?

Oskar cerró los ojos, apretó los puños. Respiró profundamente un par de veces, tan profundo como pudo con el peso de Jonny encima, y dijo contra el cemento:

– Hacedme lo que queráis. Y soltadme.

– De acuerdo.

Lo agarraron de los brazos y lo pusieron de pie. Oskar alcanzó a ver el reloj de la estación. Las dos y diez. El segundero avanzaba a saltos sobre la esfera del reloj. Tensó los músculos de la cara, los del estómago, tratando de convertirse en una piedra, insensible a los golpes.

Sólo que vaya rápido.

Pero cuando vio lo que pensaban hacer, empezó a resistirse. Los otros dos, como a través de un pacto silencioso, le habían retorcido los brazos de manera que con cada movimiento parecía como si se le fueran a romper. Lo arrastraron hasta el borde del andén.

No se atreven. No pueden…

Pero Tomas estaba loco, y Jonny…

Intentó hacer cuña con los pies. Se agitaban sobre el andén mientras Tomas y Jonny lo llevaban hasta la línea blanca de seguridad antes del foso de las vías.

El pelo de la sien derecha de Oskar le rozaba la oreja, disparándosele con el golpe de aire que salió del túnel cuando el metro que venía del centro se acercaba. El raíl sonaba y Jonny le susurró:

– Ahora vas a morir, ¿lo sabes?

Tomas se reía, agarrándolo aún más fuerte del brazo. La cabeza de Oskar se nubló: piensan hacerlo. Lo pusieron hacia fuera de manera que la parte superior de su cuerpo sobresalía en el vacío.

Los faros del metro que se acercaba dispararon una ráfaga de luz fría sobre los raíles. Oskar volvió la cabeza hacia la izquierda y vio el metro saliendo precipitadamente del túnel.

¡BOOOOOOOO!

La bocina del tren bramó y el corazón de Oskar reventó en una sacudida mortal al mismo tiempo que se orinaba y su último pensamiento era

¡Eli!

antes de que lo echaran hacia atrás y de que su vista se llenara del verde cuando el metro pasó de largo, a un decímetro de sus ojos.

Estaba tendido boca arriba sobre el andén, jadeando. La humedad de la entrepierna se volvió más fría. Jonny se sentó en cuclillas a su lado.

– Sólo para que te enteres de cómo son las cosas. ¿Te enteras?

Oskar asintió instintivamente. Acabad cuanto antes. Los viejos impulsos. Jonny se tocó con cuidado su oreja herida, sonrió. Después puso la mano en la boca de Oskar, le apretó las mejillas.

– Chilla como un cerdo si has entendido.

Oskar chilló. Como un cerdo. Se echaron a reír, los dos. Tomas dijo:

– Antes lo hacía mejor. Jonny asintió.

– Tendremos que empezar a entrenarlo de nuevo. Llegó el metro por el otro lado. Lo dejaron.

Oskar se quedó un rato en el suelo, vacío. Después apareció una cara por encima de él. Una anciana. Le tendió una mano.

– Pequeño, lo he visto. Tienes que denunciarlos a la policía, esto ha sido…

Policía.

– … intento de asesinato. Ven, que te…

Sin hacer caso de la mano, Oskar se puso en pie. Todavía dando tropezones hacia las puertas, escaleras arriba, seguía oyendo la voz de la señora detrás de éclass="underline"

– ¿Cómo te encuentras…?

La pasma.

Lacke se sobresaltó cuando entró en el patio y vio el coche de la policía arriba, en la cuesta. Había dos agentes fuera del coche, uno de ellos escribía algo en un bloc. Dio por sentado que buscaban lo mismo que él, pero que estaban mal informados. Los policías no habían notado su sobresalto, así que siguió hasta el primer portal del edificio, entró en él.

Ninguno de los nombres del tablón le dijo nada, pero lo sabía: en el primer piso a la derecha. Al lado de la puerta del sótano había una botella de alcohol de quemar. Se paró y se quedó mirándola como si pudiera darle una pista de cómo debía de actuar.

El alcohol de quemar arde. Virginia ardió.

Pero ahí se acabó el razonamiento y sólo sentía la rabia ciega gritando de nuevo. Continuó subiendo las escaleras. Se había producido un desplazamiento.

Ahora tenía la cabeza clara y el cuerpo torpe. Los pies tropezaban con los peldaños y tenía que agarrarse al pasamanos para poder subir la escalera, al tiempo que su cerebro razonaba con claridad:

Entro. Lo encuentro. Le clavo algo en el corazón. Luego espero a que llegue la policía.

Se quedó parado delante de la puerta que no tenía letrero. ¿Y cómo cojones voy a entrar?

Medio en broma estiró el brazo, tocó el pasador y la puerta se abrió dejando al descubierto un piso vacío. No había muebles, ni alfombras, ni cuadros. Ni ropa. Se pasó la lengua por los labios.

Se ha largado. Aquí ya no tengo nada…

En el suelo de la entrada había otras dos botellas de alcohol de quemar. Trató de pensar qué podía significar aquello. Que aquel ser era bebedor… no. Que…