Quiere decir sólo que alguien ha estado aquí recientemente. Si no, la botella de abajo no estaría en el suelo. Sí.
Entró, se paró en el vestíbulo y escuchó. No oyó nada. Dio una vuelta al piso, vio que colgaban mantas de las ventanas en varias habitaciones, comprendió el motivo. Estaba en el sitio correcto.
Al final se quedó parado ante la puerta del cuarto de baño. Hizo presión sobre el picaporte: cerrado. Pero esa cerradura podría forzarla sin problema, sólo necesitaba un destornillador o algo parecido.
Volvió a intentar concentrar su atención en los movimientos. En realizar los movimientos. No tenía que pensar más. No necesitaba pensar más. Si empezaba a hacerlo, dudaría, y no iba a dudar. Por tanto, movimiento.
Miró en los cajones de la cocina. Encontró un cuchillo. Fue hasta el cuarto de baño. Fijó la punta en el tornillo del centro y giró en sentido contrario al de las agujas del reloj. La cerradura saltó, abrió la puerta. Estaba totalmente oscuro allí dentro. Buscó la llave de la luz, la encontró. Encendió.
¡Dios nos asista! Esto es la hostia…
El cuchillo de cocina se le cayó de las manos. La bañera estaba llena de sangre hasta la mitad. En el suelo había unos cuantos bidones grandes de plástico cuyas superficies transparentes tenían huellas de sangre. El cuchillo sonó contra las baldosas como un cascabel pequeño.
La lengua se le quedó pegada al paladar cuando se agachó para… ¿para qué? Para… comprobar… o algo más primitivo: la fascinación ante semejante cantidad de sangre… poder meter la mano en ella, bañarse las manos en sangre.
Bajó los dedos hacia la superficie quieta, oscura y… los hundió. Era como si le hubieran cortado los dedos, desaparecieron y con la boca abierta condujo la mano más abajo hasta que encontró…
Dio un grito, se echó hacia atrás.
Sacó la mano de la bañera y las gotas de sangre volaron describiendo arcos a su alrededor, aterrizaron en el techo, en las paredes. En un acto reflejo se llevó la mano a la boca. Se dio cuenta de lo que había hecho cuando su lengua, sus labios registraron un sabor dulzón y pegajoso. Escupió, se secó la mano en los pantalones. Se llevó la otra mano, la limpia, a la boca.
Hay alguien… ahí abajo.
Sí. Lo que había tocado con la punta de los dedos era un estómago. Se había hundido bajo la presión de sus dedos, antes de que él retirara la mano. Para dejar de pensar en el asco que le daba, buscó en el suelo, encontró el cuchillo, lo cogió otra vez agarrando con fuerza el mango.
Qué cojones voy a…
Si hubiera estado sobrio quizá se hubiera ido de allí en ese momento. Abandonando aquella laguna oscura que podía contener cualquier cosa bajo su superficie de nuevo quieta y reluciente. Un cuerpo descuartizado, por ejemplo.
El estómago tal vez está… tal vez es sólo estómago…
Pero la borrachera lo hacía inconsciente incluso de su propio miedo, así que cuando vio la cadenita que desde el borde de la bañera se hundía en aquel líquido oscuro, alargó la mano y tiró de ella.
El tapón se soltó allí abajo, el desagüe empezó a sorber y a tragar y se formó un ligero remolino en la superficie. Se puso de rodillas delante de la bañera, se lamió los labios. Sintió el sabor acre, escupió en el suelo.
La superficie descendía lentamente. Una línea de color rojo más oscuro se veía marcada con nitidez cerca del borde, donde el agua había alcanzado el nivel más alto.
Tiene que haber estado así mucho tiempo.
Después de algún minuto apareció sobre la superficie la silueta de una nariz en uno de los extremos. En el otro, un montón de dedos que subían mientras él los observaba, convirtiéndose en dos medios pies. El remolino de la superficie, intensificado, estaba ahora justamente ahí.
Deslizó la mirada a lo largo del cuerpo de niño que gradualmente fue apareciendo en el fondo. Un par de manos cerradas sobre el pecho. Rótulas. Una cara. La absorción era más lenta cuando la última sangre desaparecía por el desagüe.
El cuerpo que tenía delante de sus ojos era de color rojo oscuro; tornasolado, pringoso como un recién nacido. Tenía un ombligo. Pero no tenía órganos sexuales. ¿Chico o chica? No tenía importancia. Al observar la cara con los ojos cerrados lo reconoció demasiado bien.
Cuando Oskar intentó correr, las piernas se le quedaron bloqueadas. Se negaron.
Durante cinco segundos pensó realmente que iba a morir. Que iban a empujarlo. Ahora los músculos se negaban a abandonar ese pensamiento.
En el trecho entre la escuela y el gimnasio se le pasó.
Quería tumbarse. Dejarse caer hacia atrás en aquellos setos, por ejemplo. La cazadora y los pantalones forrados evitarían que se le clavaran las ramas; sólo lo acogerían suavemente. Pero tenía prisa. El segundero avanzando a saltos sobre la esfera del reloj.
La escuela.
La fachada angulosa y rojiza de ladrillo visto, ladrillo sobre ladrillo. En su cabeza, voló como un pajarillo por los corredores, entrando en la clase. Jonny estaba allí. Tomas. Sentados en sus pupitres y haciéndole burla. Bajó la cabeza, se miró las botas.
Tenía los cordones sucios; uno de ellos a punto de desatarse. Uno de los remaches metálicos del empeine se había doblado, metiéndose un poco hacia dentro. En los talones, la imitación de piel estaba abombada, brillante de tan gastada. De todas formas, probablemente tendría que llevar aquellas botas todo el invierno.
Frío, humedad en los pantalones. Levantó la cabeza.
No van a poder ganarme. No van. A poder. Ganarme.
Se meó. Las líneas rectas de la fachada de ladrillo visto se torcieron, se borraron, desaparecieron cuando echó a correr. Corría de tal manera que todo eran salpicaduras alrededor. El suelo volaba bajo sus pies y ahora le parecía como si el globo girara demasiado rápido.
Las piernas le seguían cuando los edificios altos, la antigua tienda de Konsum, la fábrica de bolitas de chocolate pasaron al mismo tiempo ante él, y la velocidad, junto con la costumbre, hizo que entrara en el patio a toda máquina, pasando por delante del portal de Eli hasta alcanzar el suyo.
Casi se estampa contra un policía que iba a entrar en su portal. El agente extendió la mano, lo paró.
– ¡Huuuy! Menuda prisa.
La lengua enmudeció. El policía lo soltó, se le quedó mirando… ¿sospechoso?
– ¿Vives aquí?
Oskar asintió. No había visto antes a ese policía. Tenía aspecto de bueno, la verdad. No. En condiciones normales le habría parecido que tenía cara de bueno. El agente arrugó la nariz, diciendo:
– Mira, sabes, ha… ocurrido una cosa aquí. En el portal de al lado. Por eso estoy dando una vuelta para preguntar si alguien ha oído algo. O ha visto algo.
– ¿En qué… en qué portal?
El policía hizo un gesto con la cabeza señalando hacia el portal de Tommy y el pánico repentino abandonó a Oskar.
– En ése. Sí, no en el portal, sino… en el sótano. ¿Tú, por casualidad, no habrás visto u oído algo raro allí? ¿Los últimos días?
Oskar negó con la cabeza. Los pensamientos le daban vueltas en un caos tan grande que en realidad ya no pensaba absolutamente nada, pero le pareció que la angustia debía salirle por los ojos, totalmente visible para el agente. Y éste ciertamente ladeó la cabeza, lo miró con atención.
– ¿Te pasa algo?
– … estoy bien…
– No tienes que asustarte por esto. Ya… ha pasado. Así que no debes preocuparte por ello. ¿Están tus padres en casa?
– No. Mamá. No.