– Bueno. Pero yo voy a seguir por aquí, así que… puedes pensar un poco, a lo mejor has visto algo. El policía le abrió la puerta:
– Entra.
– No, yo sólo…
Oskar se dio la vuelta esforzándose por andar de una manera natural cuesta abajo. A mitad del camino se volvió y vio que el policía entraba en su portal.
Han cogido a Eli.
Le empezaron a temblar las mandíbulas, los dientes golpeaban un confuso mensaje en Morse a través del esqueleto mientras abría el portal de Eli y seguía escaleras arriba. ¿Habrían puesto aquellas cintas en la puerta de Eli? ¿Habrían cerrado el paso?
Di que puedo entrar.
La puerta estaba entreabierta.
Si la policía hubiera estado aquí, ¿por qué iban a haber dejado abierto? No harían una cosa así.
Puso los dedos en el pasador, abrió la puerta con cuidado, se deslizó dentro del piso. Estaba oscuro. Uno de sus pies tropezó con algo. Una botella de plástico. Primero pensó que había sangre en la botella, luego vio que era eso que uno tiene para hacer fuego.
Respiración.
Alguien respiraba.
Se movía.
El ruido llegaba desde el baño hasta la entrada. Oskar avanzó, un paso sigiloso tras otro, apretó los labios hacia dentro para silenciar los dientes y el temblor se desplazó hacia la barbilla, el cuello, sacudiéndole la incipiente nuez. Dio la vuelta a la esquina y miró dentro del cuarto de baño.
Ése no es policía.
Un hombre con la ropa desgastada estaba de rodillas al lado de la bañera, con la parte superior del cuerpo inclinado sobre ésta, que quedaba fuera de la vista de Oskar. Sólo veía un par de pantalones grises sucios, un par de zapatos rotos con las puntas dobladas contra las baldosas. El bajo de un abrigo.
¡El viejo! Pero… si respira.
Sí. Inspiraciones y expiraciones silbantes sonaban casi como suspiros dentro del cuarto de baño y Oskar, sin darse cuenta, se acercó más. Palmo a palmo fue viendo más del cuarto del baño y, cuando estaba casi delante, vio lo que estaba a punto de ocurrir.
Lacke no era capaz.
El cuerpo que yacía en el suelo de la bañera parecía totalmente frágil. No respiraba. Le había puesto la mano en el pecho y constató que el corazón latía, pero sólo algunas pulsaciones por minuto.
Se había imaginado algo… terrorífico. Algo que estuviera en proporción con el terror que había experimentado en el hospital. Pero esa pequeña piltrafa sanguinolenta no parecía que pudiera volver a levantarse y menos aún hacerle daño a nadie. No era más que un niño. Un niño que se encontraba mal.
Era como haber visto a alguien querido sufrir consumido por un cáncer, y luego ver una célula cancerígena en el microscopio. Nada. ¿Eso? ¿Eso fue la causa? Tan pequeña.
Destrózame el corazón.
Se volvió a poner en cuclillas, dejó caer la cabeza tanto que se dio con el borde de la bañera: un golpe sordo que retumbó. No podía. No. Matar a un niño. Un niño dormido. Era incapaz, sólo eso. Con independencia de…
Es así como ha sobrevivido.
Eso. Eso. No el niño. Eso.
Eso era lo que se había lanzado sobre Virginia y… eso había matado a Jocke. Eso. Ese ser que yacía ahora ante él. Ese ser que volvería a hacerlo, contra otras personas. Y ese ser no era una persona. Ni siquiera respiraba y, sin embargo, el corazón latía como… el de un animal en hibernación.
Piensa en los otros.
Una serpiente venenosa donde viven las personas. ¿No la voy a matar sólo porque en este momento parece indefensa?
Y, sin embargo, no fue eso lo que finalmente le hizo decidirse. Fue cuando le miró de nuevo a la cara, cubierta por una fina película de sangre, y le pareció que… sonreía.
Se reía de todo el daño que hacía.
Basta.
Levantó el cuchillo de cocina sobre el pecho de aquel ser, movió las piernas un poco hacia atrás para poder descargar todo su peso en el golpe y
¡AAAAHHHH!
Oskar lanzó un grito.
El viejo no se movió; sólo se quedó paralizado, volvió la cabeza hacia Oskar y dijo lentamente:
– Tengo que hacerlo. ¿Me entiendes?
Oskar le conocía. Uno de los borrachos que vivía en ese patio, solía saludarle a veces. ¿Por qué hace esto?
No importaba. Lo principal era que el viejo tenía un cuchillo en las manos, un cuchillo dirigido contra el pecho de Eli que yacía allí desnudo y descubierto en la bañera.
– No lo hagas.
El viejo movió la cabeza hacia la derecha, hacia la izquierda, más como si buscara algo en el suelo que como si estuviera negando.
– No…
Se volvió de nuevo hacia la bañera, hacia el cuchillo. A Oskar le habría gustado explicárselo. Que el de la bañera era su amigo, que era su… que tenía un regalo para él, que… que era Eli.
– Espera.
La punta del cuchillo apuntaba de nuevo al pecho de Eli, presionando con tanta fuerza que casi pinchaba la piel. Oskar no sabía en realidad lo que hacía cuando se metió la mano en el bolsillo de la cazadora y sacó el cubo; se lo enseño al viejo:
– Mira.
Lacke sólo lo vio por el rabillo del ojo como una súbita aparición de colores en medio de toda la negrura que lo envolvía. Pese a la burbuja de determinación en la que se hallaba encerrado no pudo dejar de volver la cabeza hacia allí, mirar a ver qué era.
Un cubo de ésos en las manos del chaval. Colores alegres.
Parecía totalmente insano en aquel ambiente. Un papagayo entre los grajos. Por un momento se quedó hipnotizado por el colorido del juguete, luego volvió de nuevo la mirada hacia la bañera, hacia el cuchillo que estaba a punto de ser clavado entre las costillas.
Sólo tengo que apretar.
Un destello.
Los ojos de ese ser se abrieron.
Se puso en tensión para apretar el cuchillo a fondo, y sus sienes explotaron.
El cubo crujió cuando una de sus esquinas golpeó la cabeza del viejo y se torció en la mano de Oskar. El hombre cayó de lado sobre uno de los bidones de plástico, que resbaló y fue a parar contra el borde de la bañera con el sonido de un bombo.
Eli se sentó.
Desde la puerta del cuarto de baño Oskar sólo podía verle la espalda. El pelo le caía pegajoso y aplanado sobre la parte posterior de la cabeza y la espalda era toda una herida.
El viejo trató de levantarse, pero Eli, más que saltar, cayó de la bañera aterrizando en las rodillas del hombre como un niño que se hubiera abalanzado sobre su padre para que lo consolara. Eli puso sus brazos alrededor del cuello del viejo y acercó su cara a la de él como si quisiera susurrarle algo con ternura.
Oskar salió del cuarto de baño reculando cuando Eli mordió al viejo en el cuello. Eli no le había visto, pero el viejo sí. Su mirada se quedó fija en Oskar y no la apartó mientras éste caminaba de espaldas, hacia la entrada.
– Perdón.
Oskar no consiguió que la palabra se oyera, pero sus labios la formaron antes de doblar la esquina y de que se interrumpiera el contacto con los ojos.
Estaba con la mano apoyada en el picaporte cuando el viejo gritó. Después el sonido desapareció de golpe, como si le hubieran puesto una mano sobre la boca.
Oskar vaciló. Después cerró la puerta. Echó el seguro.
Sin mirar hacia la derecha cruzó el pasillo, entró en el cuarto de estar.
Se sentó en la butaca.
Empezó a canturrear para ahogar los ruidos que llegaban del cuarto de baño.