– ¿Ah, sí?
– Y ellos evidentemente están bastante seguros de que… de que has sido tú.
– Pero no he sido.
Su madre siguió sentada en el sofá y respiraba por la nariz. Estaban a un metro el uno del otro, a una distancia infinita.
– Quieren… hablar contigo.
– Yo no quiero hablar con ellos.
La tarde iba a ser larga. Nada bueno en la tele.
Por la noche, Oskar no podía dormir. Se levantó de la cama, se acercó sigilosamente a la ventana. Le pareció que había alguien sentado en la escalera del tobogán abajo en el parque. Pero no eran más que figuraciones, claro. Sin embargo, siguió mirando la sombra que había allí abajo hasta que se le cerraron los ojos.
Cuando se volvió a meter en la cama seguía sin poder dormirse. Con cuidado dio unos golpecitos en la pared. No hubo respuesta. Sólo el sonido seco de sus propios dedos, nudillos contra hormigón, llamadas a una puerta que se había cerrado para siempre.
Jueves 12 de noviembre
Oskar vomitó por la mañana y pudo quedarse en casa un día más. A pesar de que sólo había dormido unas horas por la noche, no era capaz de descansar. Sentía una inquietud que le desazonaba todo el cuerpo, que le hacía dar vueltas y más vueltas por el piso. Cogía cosas, las miraba, las volvía a dejar.
Era como si hubiera algo que tenía que hacer. Algo que fuera absolutamente necesario que hiciera. Pero no podía saber qué era.
Por un momento creyó que era eso cuando quemó los pupitres de Jonny y de Tomas. Después pensó que era eso cuando dejó el dinero a Tommy. Pero no era eso. Era otra cosa.
Una gran representación teatral que ya había terminado. Ahora daba vueltas al escenario vacío y sin luces recogiendo lo que se había quedado olvidado. Aunque había otra cosa… Pero ¿qué?
Cuando llegó el correo a eso de las once había una sola carta. Le dio un vuelco al corazón cuando la recogió, le dio la vuelta.
Era para su madre. En la esquina superior, a la derecha, llevaba el membrete Distrito escolar Ängby Sur. La rompió en pedazos, sin abrirla, tiró los trozos de papel al servicio. Se arrepintió. Demasiado tarde. No le preocupaba lo que pudiera poner en ella, pero habría más complicaciones si actuaba de esa manera que si dejaba las cosas como estaban.
Pero no tenía importancia.
Se desnudó, se puso su albornoz. Permaneció ante el espejo de la entrada, observándose a sí mismo. Haciendo como si fuera otra persona. Inclinándose para besar el cristal del espejo. Justo en el momento en que sus labios rozaron la fría superficie, sonó el teléfono. Y casi sin pensar levantó el auricular.
– Sí, soy yo.
– Sí.
– Hola, soy Fernando.
– ¿Qué?
– Sí. Ávila. El maestro Ávila.
– Ah, sí. Hola.
– Sólo quería saber si… vas a venir hoy a entrenar.
– Estoy… un poco enfermo.
Se quedó en silencio al otro lado. Oskar podía oír la respiración del maestro. Uno. Dos. Luego:
– Oskar: si lo has hecho o no, a mí no me importa. Si te apetece hablar, hablamos. Si no lo deseas, no lo hacemos; pero quiero que vengas a entrenar.
– Y eso… ¿por qué?
– Porque Oskar, no puedes quedarte como snigeln, ¿cómo se dice…?, el caracol. En el caparazón. Si no estás enfermo, enfermarás. ¿Estás enfermo?
– … Sí.
– Entonces necesitas entrenamiento físico. Te vienes esta tarde.
– ¿Y los otros?
– ¿Los otros? ¿Qué pasa con los otros? Si se meten contigo, les doy un bufido y dejarán de hacerlo. Pero no lo harán. Allí toca entrenar. Oskar no contestó.
– ¿Estás de acuerdo? ¿Vendrás?
– Sí…
– Bien. Nos vemos.
Oskar colgó el auricular y le volvió a rodear el silencio. No quería ir a entrenar. Pero quería ver al maestro. Tal vez podía ir un poco antes, ver si estaba allí. Luego, volver a casa cuando empezara.
No es que Ávila fuera a aceptar eso, pero…
Dio otras cuantas vueltas por el piso. Preparó la bolsa para ir a entrenar, más que nada por tener algo que hacer. Menos mal que no le había pegado fuego al pupitre de Micke, porque Micke podía estar entrenando. Aunque a lo mejor había ardido también, puesto que estaba al lado del de Jonny. ¿Cuánto se habría quemado en realidad?
¿A quién se lo podía preguntar…?
Hacia las tres volvió a sonar el teléfono. Oskar dudó antes de cogerlo, pero después de aquel rayo de esperanza que había sentido tras ver la carta, ya no podía dejar de contestar.
– Sí, soy Oskar.
– Hola, soy Johan.
– Hola.
– ¿Cómo estás?
– Regular.
– ¿Hacemos algo esta tarde?
– ¿A qué hora… entonces?
– Sí… pues a las siete, o así.
– No, a esa hora voy a… entrenar.
– ¿Ah, sí? Bueno. Lo siento. Adiós.
– ¿Johan?
– ¿Sí?
– He… oído que ha habido fuego. En la clase. ¿Ha sido mucho… lo que se ha quemado?
– No. Algunos pupitres, sólo.
– ¿Nada más?
– Noo… unos pocos… papeles y eso.
– Bueno.
– Tu pupitre se libró.
– Sí. Bien.
– Vale. Adiós.
– Adiós.
Oskar colgó el teléfono con una sensación extraña en el estómago. Había creído que todos sabían que había sido él. Pero no había sonado así al hablar con Johan. Y, además, su madre le había dicho que era mucho lo que se había quemado. Pero claro, puede que ella hubiera exagerado.
Oskar prefirió creer a Johan. Puesto que él lo había visto.
– ¡Uf! Pues…
Johan colgó el auricular mirando indeciso alrededor. Jimmy meneaba la cabeza, expulsando el aire a través de la ventana de la habitación de Jonny.
– Es lo peor que he oído.
Con voz apenada dijo Johan:
– No es tan fácil.
Jimmy se volvió hacia Jonny, que estaba sentado en su cama dando vueltas entre los dedos a una borla de la colcha de la cama.
– ¿Qué es lo que ha pasado? ¿La mitad de la clase ha ardido? Jonny asintió.
– Todos en la clase le odian.
– Y tú… -Jimmy se dirigió de nuevo a Johan-, y tú dices que… ¿qué es lo que has dicho?: «Unos pocos papeles». ¿Crees que se lo va a tragar?
Johan agachó la cabeza avergonzado.
– No sabía qué decirle. Pensé que iba a sospechar si le decía que…
– Bueno, bueno. Lo hecho, hecho está. Ahora, esperemos a que venga.
Johan posaba sus ojos en Jonny y en Jimmy alternativamente. Pero las miradas de ambos estaban vacías, concentradas en las imágenes de la tarde que se avecinaba.
– ¿Qué pensáis hacer?
Jimmy se inclinó hacia delante en la silla, sacudió un poco de ceniza que le había caído en la manga del jersey y dijo lentamente:
– Él prendió fuego. Todo lo que teníamos de nuestro padre. Así que lo que pensamos hacer, eso es algo en lo que tú no tienes por qué… interesarte tanto. ¿O no?
Su madre llegó a las cinco y media. Las mentiras, la desconfianza de la tarde anterior flotaban aún entre ellos como una niebla fría y su madre se fue directamente a la cocina y empezó a hacer un ruido innecesariamente alto con los cacharros. Oskar cerró su puerta. Se tumbó en la cama y se quedó mirando al techo.