Prebbe se sentó sobre su pecho y se enroscó la pesada bola llena de monedas en la mano, de forma que pudiera golpear con más precisión si fuera necesario. Pero parecía que no. Las manos del maestro temblaban un poco, pero no opuso la menor resistencia. Prebbe no creía que estuviera muerto. No lo parecía.
Llegó Roger y se inclinó sobre el cuerpo tendido como si nunca hubiera visto nada parecido.
– ¿Es un turco o qué?
– Y yo qué cojones sé. Busca las llaves.
Roger, mientras buscaba las llaves en los pantalones cortos del maestro, vio cómo Jonny y Jimmy iban desde el gimnasio hacia la piscina. Sacó las llaves, las fue probando una tras otra en la puerta de la oficina, mirando de reojo al profesor.
– Peludo como un mono, desde luego. Turco, seguro.
– Vamos, date prisa.
Roger suspiró, siguió probando llaves.
– Lo digo sólo por ti. Se siente uno mejor si…
– Deja de decir gilipolleces. Date prisa.
Roger dio con la llave correcta y abrió la puerta. Antes de entrar, señaló al maestro y dijo:
– A lo mejor no deberías estar sentado así. Seguramente no podrá respirar.
Prebbe se apartó y se puso al lado del cuerpo tendido con el peso dispuesto en la mano por si Ávila intentaba hacer algo.
Roger registró los bolsillos de la cazadora que había en el despacho, encontró una cartera con trescientas coronas. En un cajón del escritorio, del que encontró la llave después de buscarla un rato, había diez tarjetas prepago sin sellar. Las cogió también.
No era un buen botín. Pero no se trataba de eso, claro está. Una simple recompensa.
Oskar estaba todavía en la esquina de la piscina haciendo burbujas en el agua cuando entraron Jonny y Jimmy. Su primera reacción no fue de miedo, sino de indignación.
Pues iban con la ropa puesta.
Sí, no se habían quitado ni siquiera los zapatos, y Ávila, que era tan exigente con…
Cuando Jimmy se apostó en el borde de la piscina y empezó a escudriñar el agua, llegó el miedo. Había visto a Jimmy un par de veces, de pasada, y ya entonces le pareció que tenía un aspecto desagradable. Ahora además había algo en sus ojos… en su forma de mover la cabeza…
Como Tommy y los otros cuando han…
La mirada de Jimmy encontró a Oskar y él sintió con un escalofrío que estaba… desnudo. Jimmy llevaba la ropa puesta, coraza. Oskar estaba metido en el agua fría y cada centímetro de su piel se hallaba expuesto. Jimmy asintió mirando a Jonny, describió medio círculo con la mano y los dos comenzaron a andar, cada uno por un lado de la piscina, hacia Oskar. Mientras caminaba, Jimmy gritó a los otros:
– ¡Largaos de aquí! ¡Todos! ¡Fuera del agua!
Algunos chicos se quedaron quietos y otros movían las piernas en el agua, indecisos. Jimmy se situó al borde de la piscina, sacó de la cazadora una navaja, la abrió y la apuntó como una flecha hacia el montón de chavales. Señaló con ella el otro extremo de la piscina.
Oskar permanecía apretado contra el rincón, mirando aterrado mientras los otros chicos nadaban rápidamente o caminaban por el agua hacia el otro lado, dejándole solo.
El maestro… dónde está el maestro…
Una mano le agarró del pelo. Los dedos se entrecruzaban con tanta fuerza que le dolía el cuero cabelludo; arrastraron su cabeza hacia atrás, hasta la misma esquina de la piscina. Por encima de él oyó la voz de Jonny.
– Ése es mi hermano. Hijo de puta.
Le golpeó la cabeza un par de veces y el agua chapoteaba en sus orejas mientras Jimmy se acercaba hasta donde estaban y se ponía en cuclillas con la navaja en la mano.
– Hola, Oskar.
Oskar tragó agua y empezó a toser. Cada tirón ocasionado por la tos hacía que le doliera la raíz del pelo, donde los dedos de Jonny le agarraban cada vez más fuerte. Cuando se le pasó la tos, tintineó el filo de la navaja de Jimmy contra los azulejos del borde.
– Tú, he pensado esto. Que íbamos a hacer un pequeño campeonato. Quédate totalmente quieto…
La navaja pasó justo por encima de la frente de Oskar cuando Jimmy se la tendió a Jonny y éste pasó a agarrar a Oskar por el pelo. Oskar no se atrevía a hacer nada. Había mirado a Jimmy a los ojos durante unos segundos y le pareció que estaban totalmente locos. Tan llenos de odio que era imposible mirarlos.
Tenía la cabeza apretada contra la esquina de la piscina. Sus brazos flotaban sin fuerza en el agua. No había nada a lo que agarrarse. Buscó a los otros chicos. Estaban fuera, en el otro extremo; Micke más adelantado, todavía sonriendo, expectante. Los demás parecían asustados.
Nadie le iba a ayudar.
– Sí, así… es sencillo, eh. Reglas sencillas. Tú permaneces bajo el agua durante… cinco minutos. Si lo consigues no te haremos más que un pequeño arañazo en la mejilla o algo así. Un pequeño recordatorio, sólo. Si no lo consigues, entonces… bueno, cuando saques la cabeza te clavaré la navaja en un ojo. ¿Vale? ¿Has comprendido las reglas?
Oskar sacó la cabeza. Expulsaba agua por la boca cuando, tiritando, dijo:
– … eso es imposible… Jimmy sacudió la cabeza.
– Ése es tu problema. ¿Ves el reloj que hay allí? Dentro de veinte segundos empezamos. Cinco minutos. O el ojo. Aprovecha ahora para coger aire. Diez… nueve… ocho… siete…
Oskar intentó escapar cogiendo impulso con los pies, pero tenía que estar de puntillas para hacer pie y la mano de Jimmy lo sujetaba del pelo con fuerza, haciendo imposible cualquier movimiento.
Si consiguiera arrancarme el pelo… cinco minutos…
Cuando lo había intentado él mismo, lo más que había conseguido habían sido tres. Casi.
– Seis… cinco… cuatro… tres…
El maestro. El maestro va a venir antes…
– Dos… uno… cero…
Oskar sólo tuvo tiempo de respirar a medias antes de que le hundiera la cabeza en el agua. Perdió el apoyo de los pies y la parte inferior de su cuerpo flotó lentamente hacia arriba, hasta que quedó con la cabeza inclinada sobre el pecho unos decímetros por debajo de la superficie del agua, el cuero cabelludo le escoció como el fuego cuando el agua clorada penetró en los resquicios y en las heridas de la raíz del pelo.
No podía haber pasado más de un minuto cuando el pánico empezó a adueñarse de él.
Abrió los ojos y no vio más que azul claro… velos de color rosa que se deslizaban desde su cabeza ante sus ojos mientras intentaba buscar apoyo con el cuerpo pese a que era imposible, ya que no había nada a lo que agarrarse. Sus piernas se movían arriba en la superficie y el color azul claro se deshizo, se fragmentó ante sus ojos en ondas de luz.
Le salieron burbujas por la boca y estiró los brazos, flotando boca arriba, y los ojos se volvieron hacia lo blanco, hacia los rayos vacilantes del tubo fluorescente del techo. El corazón le palpitaba como una mano contra un cristal, y cuando sin querer tragó agua por los orificios nasales una especie de calma empezó a esparcirse por su cuerpo. Pero el corazón empezó a latir con más fuerza, con más insistencia, quería vivir y volvió a patalear desesperado, intentando agarrarse a algo donde no había nada.
Y su cabeza fue empujada más abajo. Y, por extraño que parezca, pensó:
Mejor esto. Que el ojo.
Después de dos minutos Micke empezó a sentirse terriblemente incómodo.
Parecía como si… como si realmente pensaran… Echó una ojeada hacia los demás chicos, pero ninguno parecía dispuesto a hacer nada y él, con la voz entrecortada, no dijo más que:
– Jonny… joder…
Pero parecía que Jonny no le había oído. Sus ojos estaban fijos, arrodillado al borde del agua apuntando con la navaja hacia abajo, hacia la forma blanca y refractada que se movía debajo. Micke miraba hacia las duchas. ¿Por qué no venía el maestro? Patrik había ido corriendo a buscarle, ¿por qué no venía? Micke retrocedió hasta el rincón, al lado de la oscura puerta de cristal; al otro lado era de noche; se cruzó de brazos.