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Le pareció ver por el rabillo del ojo que fuera caía algo del techo. Aquello empezó a dar semejantes golpes en la puerta de cristal que ésta temblaba en los goznes.

Se puso de puntillas, miró por la ventana de cristal transparente que había encima y vio a una chica pequeña. La chica alzó la cara hacia la de Micke.

– Di: ¡entra!

– ¿Q… Qué?

Micke se volvió para mirar lo que pasaba en la piscina. El cuerpo de Oskar había dejado de moverse, pero Jimmy estaba todavía inclinado sobre el borde empujándole la cabeza hacia abajo. A Micke le dolió la garganta al tragar.

Cualquier cosa. Con tal de que esto acabe.

Volvió a sentir otro golpe en la ventana, más fuerte. Miró hacia fuera en la oscuridad. Cuando la chica abrió la boca y le gritó, él pudo ver… que sus dientes… y que había algo que colgaba de sus brazos.

– ¡Di que puedo entrar! Cualquier cosa.

Micke asintió, dijo casi de forma inaudible:

– Puedes entrar.

La chica se retiró de la puerta, desapareció en la oscuridad. Lo que le colgaba de los brazos brilló, y ella desapareció. Micke se volvió otra vez hacia la piscina. Jimmy había sacado la cabeza de Oskar del agua y había vuelto a coger la navaja que tenía Jonny; la puso sobre la cara de Oskar, apuntando.

Se vio una mancha de luz contra el cristal oscuro de la ventana del medio y, una milésima de segundo después, se hizo añicos.

El cristal de seguridad no se rompía como el vidrio normal. Explotó en miles de pequeños fragmentos redondeados que cayeron tintineando contra el borde de la piscina, volaron hasta el pasillo, sobre el agua, brillando como una miríada de estrellas blancas.

Epílogo

Viernes 13 de noviembre

Viernes trece… Gunnar Holmberg estaba sentado en el despacho vacío del director, tratando de poner en orden sus anotaciones.

Había pasado todo el día en la escuela de Blackeberg registrando el lugar del delito, hablando con los alumnos. Dos técnicos del centro y dos expertos en analizar manchas de sangre del laboratorio técnico criminal estaban todavía trabajando para asegurar las huellas abajo, en la piscina.

Dos jóvenes habían sido asesinados allí el día anterior por la tarde. Otro joven… había desaparecido.

También había hablado con Marie-Louise, la tutora de la clase. Había sacado en claro que el chico desaparecido, Oskar Eriksson, era el mismo que había levantado la mano y había contestado a su pregunta acerca de la heroína hacía tres semanas. Se acordaba de él. Leo mucho y eso.

Recordó también que había creído que el chico sería el primero en salir y acercarse al coche de la policía. Entonces, quizá, le hubiera llevado a dar una vuelta. A ser posible, le habría reafirmado un poco la confianza en sí mismo. Pero el chaval no había ido.

Y ahora había desaparecido.

Gunnar ojeaba las anotaciones que había hecho de las conversaciones con los chavales que se encontraban en la piscina ayer por la tarde. Sus declaraciones, a grandes rasgos, eran coincidentes, y una palabra se repetía todo el tiempo: ángel.

A Oskar Eriksson había venido a buscarle un ángel.

El mismo ángel que según las declaraciones les arrancó la cabeza a Jonny y a Jimmy Forsberg y las dejó en el fondo de la piscina.

Cuando Gunnar se lo contó al fotógrafo de la policía que captó con una cámara sumergible las dos cabezas en el lugar donde fueron halladas, él le había respondido:

– Desde luego, no sería uno del cielo.

No…

Se quedó mirando a través de la ventana, tratando de encontrar una explicación plausible.

Fuera, en el patio, ondeaba a media hasta la bandera de la escuela.

Dos psicólogos habían estado presentes en las entrevistas con los chicos de la piscina, puesto que algunos de ellos habían mostrado signos inquietantes al hablar demasiado a la ligera de lo que había sucedido, como si se tratara de una película, algo que no hubiera ocurrido en realidad. Y eso era, por supuesto, lo que a uno le gustaría creer.

El problema era que los expertos en manchas de sangre avalaban hasta cierto punto lo que los muchachos decían.

La sangre estaba esparcida de tal manera, había dejado rastro en semejantes lugares -techo, vigas-, que la impresión más inmediata era que el causante de todo ello había sido alguien que… volaba. Esto precisamente era lo que en esos momentos estaban tratando de explicar. O mejor dicho, rechazar.

Seguro que lo conseguirían.

El maestro de los chicos estaba ingresado en cuidados intensivos con una fuerte conmoción cerebral y no podría ser interrogado hasta el día siguiente, como muy pronto. Era poco probable que pudiera aportar nada nuevo.

Gunnar se apretó las manos contra las sienes de manera que los ojos se le alargaron, miró hacia abajo, hacia sus anotaciones.

– … ángel… alas… la cabeza estalló… navaja… intentó ahogar a Oskar… Oskar estaba totalmente azul… dientes así como los de los leones… buscó a Oskar…

Y lo único que pudo pensar fue:

Debería hacer un viaje lejos de aquí.

– ¿Es tuyo eso?

Stefan Larsson, el revisor de la línea Estocolmo-Karlstad, señalaba el equipaje que había en la rejilla. En la actualidad apenas se veían cosas así. Un auténtico… baúl.

El chico que iba en el compartimento asintió y le mostró el billete. Stefan lo picó.

– ¿Sale alguien a esperarte?

El chico negó con la cabeza.

– No pesa tanto como parece.

– No, no. ¿Se puede saber qué llevas en él?

– Un poco de todo.

Stefan miró el reloj y picó el aire con las tenacillas.

– Será de noche cuando lleguemos.

– Mmm.

– ¿Las cajas también son tuyas?

– Sí.

– No es que yo quiera… ¿pero cómo vas a…?

– Me van a ayudar. Luego.

– Ah, bueno. Sí, sí. Buen viaje entonces.

– Gracias.

Stefan cerró de nuevo la puerta del compartimento y se dirigió al siguiente. Parecía que el chico podía arreglárselas. Si él mismo tuviera que llevar tantas cosas no estaría tan contento.

Pero, como ya se sabe, todo es diferente cuando se es joven.

Agradecimientos

Si a alguien se le ocurre comprobar el tiempo que hizo durante el mes de noviembre de 1981, descubrirá que aquél fue un invierno inusualmente suave. Yo me he tomado la libertad de bajar la temperatura unos grados.

Por lo demás, todo lo que cuenta el libro es cierto, aunque ocurriera de otra manera.

Quiero también mostrar mi agradecimiento a algunas personas.

Eva Månsson, Michael Rübsahmen, Kristoffer Sjögren y Emma Bengtsson leyeron la primera versión y me hicieron comentarios muy valiosos.

Jan-Olof Wesström la leyó y no hizo ningún comentario. Pero es mi mejor amigo.

Aron Haglund la leyó, y le gustó tanto el relato que me atreví a enviarlo. Gracias por ello.

Gracias también al personal de la biblioteca de Vingåker que con paciencia y amabilidad buscaron y pidieron libros poco habituales que yo necesitaba para escribir este libro. Una pequeña biblioteca con un gran corazón.

Y naturalmente: gracias a Mia, mi mujer, que me ha escuchado leyendo el texto en voz alta a medida que iba creciendo, persuadiéndome para que cambiara lo que era malo y desarrollara lo que estaba bien. No me atrevo ni a mencionar las escenas que hubieran estado en el libro si no hubiera sido por ella.