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– ¿Te refieres al Señor Skittles? -Daisy abrió la boca de par en par, cogió a Jack por el brazo y lo obligó a volverse hacia ella-. ¿Leísteis mis reflexiones privadas sobre el Señor Skittles?

– Odiaba a ese gato. Cada vez que iba a tu casa me lo encontraba en la entrada y me dedicaba un bufido -reconoció Jack.

– Eso era porque sabía que no venías con buenas intenciones.

Jack se rió ante la ocurrencia y se quedó mirando a Daisy: el reflejo de las llamas danzaba por sus mejillas y su nariz. En lo que a Daisy respectaba, las intenciones de Jack nunca habían sido buenas. Jack cogió la mano de Daisy para apartarla de su chaqueta, pero finalmente no la soltó.

– No sabes de la misa la mitad -le dijo Jack.

– Sylvia me contó que te había enseñado el trasero en quinto.

Había visto unos cuantos traseros en quinto.

– No era tan bonito como el tuyo -le dijo él, y se acercó la mano de Daisy a los labios para besarle los nudillos. Después la miró a los ojos y añadió-: Tu trasero ha sido siempre el mejor.

Daisy parpadeó y entrecerró los ojos. Tenía los labios ligeramente separados. Deseaba a Jack tanto como la deseaba él. Habría sido la mar de sencillo pasar la otra mano por la nuca de Daisy y atraerla hacia sí para besarla… El deseo se enroscaba en sus entrañas y le instaba a abrazarla con fuerza. Soltó la mano de Daisy.

– Te he echado de menos, Jack -dijo ella-. No me había dado cuenta de lo mucho que te añoraba hasta que volví por aquí. -Dio un paso hacia él y se puso de puntillas. Deslizó las palmas de las manos por su chaqueta hasta llegar a su cuello-. ¿Me has echado de menos alguna vez? -Le besó con mucha suavidad-. ¿Aunque sólo fuese un poco?

Jack seguía sin inmutarse, mirándola fijamente a los ojos. Su pecho subía y bajaba al respirar.

– ¿A pesar de que no quisieses echarme de menos? -insistió Daisy.

El nudo que el deseo había provocado en su estómago le apretaba cada vez con más fuerza, así que aferró los hombros de Daisy y la apartó de sí.

– Ya está bien, Daisy.

Daisy alzó la mirada y le dijo:

– Matt Flegel me ha pedido que salgamos juntos.

«Mierda», pensó Jack.

– ¿Vas a salir con él?

– ¿Te importa?

La miró fijamente a los ojos e, intentando disimular que lo que le apetecía era darle un buen puñetazo a ese Bicho, dijo:

– No. Por mí puedes hacer lo que te plazca.

– Entonces es probable que salga con él. -Daisy giró sobre sus talones y le dio las buenas noches mientras se marchaba como si de pronto se hubieran desvanecido los deseos de besarle que había sentido hacía escasos minutos. Jack la vio desaparecer dentro de la tienda y volvió a concentrarse en el fuego.

Daisy podía hacer lo que le viniese en gana, se dijo al sentarse. Y él también. No se había acostado con nadie desde que habían hecho el amor encima del maletero del Lancer. Tal vez fuera ése el problema. Tal vez si se acostase con otra mujer podría sacarse a Daisy de la cabeza.

Esperó a que las ascuas se convirtieran en ceniza y entró en la tienda. Cuando su visión se ajustó a la oscuridad, descubrió que Nathan había elegido el saco de dormir que estaba en un extremo, así que Daisy estaba en el medio. Jack no sabía si a Daisy le incomodaba dormir tan cerca de él, pero lo cierto es que no lo parecía, pues dormía como un tronco.

Jack se quitó las botas y la chaqueta y se metió en su saco de dormir. Colocó las manos debajo de la cabeza y se quedó mirando el techo de la tienda durante un rato. Oía respirar a Daisy. Casi distinguía el suave paso del aire entre sus labios.

Volvió la cabeza y la observó en la semipenumbra. Le daba la espalda y su cabello cubría casi toda la almohada. Había hecho el amor con ella. La había dejado embarazada, pero jamás habían pasado una noche juntos. Nunca la había visto dormir.

Sus últimos pensamientos antes de que el sueño lo venciera estuvieron dedicados a Daisy: se preguntó qué haría ella si le pasase el brazo alrededor de la cintura y la atrajese hacia su pecho.

Cuando Jack despertó, el techo de la tienda dejaba pasar la tenue luz del amanecer. Calculó que habría dormido unas cinco horas; se hizo con la chaqueta vaquera, se puso las botas y salió de la tienda. Las primeras sombras de la mañana se extendían por el campamento y llegaban hasta los bancales que rodeaban el lago. Encendió un fuego y puso café en el filtro de la cafetera. El sol empezó a asomar por encima del agua justo cuando se servía la primera taza. Nathan fue el primero en reunirse con él. Su hijo tenía el pelo tieso y llevaba una camiseta azul, vaqueros y zapatillas de lona. Nathan agarró una botella de zumo y una bolsa de Chips Ahoy y acompañó a Jack hasta la orilla.

– Antes de irnos -dijo Jack tras soplar su café- iremos en busca de algún pez grande de verdad.

– Mi padre y yo una vez fuimos a pescar a alta mar -le contó Nathan mientras abría la bolsa de galletas; luego se la tendió a Jack-. ¿Has pescado alguna vez en el mar?

– Gracias. -Jack cogió una galleta y le dio un mordisco-. Me gusta ir a pescar al golfo al menos una vez al año. La próxima vez que vaya tal vez te apetezca venir.

– Genial. -Nathan dio cuenta de un par de galletas antes de proseguir-. Mi padre y yo solíamos hablar de nuestros asuntos.

Jack bebió un sorbo de café y echó un vistazo al lago. Bajo la luz de la mañana, la superficie del agua parecía un espejo. Se preguntó si Daisy le había dicho a Nathan que había quedado para salir con el Bicho. Pero ése no era el lugar para preguntárselo.

– ¿Qué clase de asuntos?

– Cosas de chicos, de esas que no puedes comentar con tu madre -quiso aclararle Nathan.

– ¿A qué te refieres? -dijo Jack antes de comerse otra galleta.

– Chicas.

Ah.

– ¿Te preocupa algo en concreto? -le preguntó Jack.

Nathan asintió y bebió un poco.

– Tal vez pueda echarte una mano. He conocido a algunas chicas -dijo Jack.

Nathan se miró las puntas de las zapatillas y se ruborizó.

– Las chicas son complicadas. Los chicos no lo somos -sentenció Nathan.

– Eso es cierto. No hay quien las entienda. Te dicen una cosa y esperan que tú entiendas otra.

Nathan se volvió para mirar a Jack.

– Ayer dijiste que papá y tú solíais mirar revistas pornográficas. Lo que yo quiero saber es si… -Parpadeó un par de veces y preguntó-: ¿Dónde se toca a las chicas? Nos enseñaron un diagrama en clase de salud, pero era un poco confuso. Los chicos no somos tan confusos. Todo lo que tenemos está ahí, expuesto.

«Vaya.»

– No estamos hablando de las emociones femeninas, ¿verdad? -quiso asegurarse Jack.

Nathan negó con la cabeza y dijo:

– Un amigo mío le robó un libro sobre sexo a su madre. Lo que daba a entender era que tenías que tocar a una chica en todas partes al mismo tiempo.

Nathan estaba muy serio. Y se lo estaba diciendo a Jack, no a Daisy.

– ¿Hay alguna chica en particular a la que quieras tocar? -le preguntó Jack.

– No. Pero me gustaría tenerlo claro antes de mi primera vez.

– ¿Quieres ser un experto antes de lanzarte al ruedo? -Jack se dijo que Nathan era demasiado jovencito para preocuparse por el sexo. Pero entonces recordó sus tiempos del CTC y se dio cuenta de que no lo era en absoluto.

– Bueno, sí. La primera vez ya asusta lo bastante como para además no saber lo que tienes que hacer -dijo Nathan.

Jack se balanceó sobre los talones y sopesó sus palabras. No quería llevar las cosas demasiado lejos. Sintió de repente una oleada de calor que le reconfortaba interiormente, a la altura del pecho, rodeándole el corazón. Por primera vez en su vida se sintió como un padre. Su hijo le hacía preguntas sobre sexo, tal como innumerables hijos habían hecho con sus padres. Tal como él había hecho con su propio padre.