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– Sé que no volverás a hacerlo -dijo Jack tirando del escote de la camiseta de Daisy y metiéndole la manguera dentro.

– ¡Está fría! -gritó Daisy agarrándolo de la mano e intentando sacarse la manguera de debajo de la camiseta.

– Ríete ahora, listilla -le dijo Jack apretando su cuerpo contra el suyo y empapándose tanto como ella.

– ¡Para! -gritó ella; el agua descendía entre sus pechos y le corría por el vientre. Los pezones se le erizaron por el frío-. Me estoy helando.

Con la cara pegada a la de Daisy, Jack dijo:

– Pídeme perdón.

Daisy se reía con tal frenesí que apenas lograba articular palabra.

– Lo siento muchísimo -logró decir mientras luchaba por zafarse de su abrazo. Pero él la tenía atrapada.

– No es suficiente. -Jack sacó la manguera y la tiró al suelo-. Demuéstramelo -añadió en tono desafiante.

Daisy dejó de reír y miró a Jack a los ojos. Detectó de inmediato el deseo que ardía en ellos. Estaba frente a ella, con las piernas ligeramente abiertas, a los lados de las suyas. Sus muslos, su cintura y el bajo vientre presionaban contra su cuerpo, y Daisy notó que unos cuantos centímetros de su cuerpo se alegraban de estar tan cerca de ella. Sintió una oleada de calor en el vientre. Su corazón le decía que permaneciese inmóvil, en tanto que su cerebro le gritaba que saliese corriendo.

– ¿Cómo? -preguntó ella.

– Ya sabes cómo. -Jack bajó la vista y la clavó en sus labios-. Y hazlo bien.

Daisy recorrió con las manos el húmedo pecho y los hombros de Jack, y después le pasó las manos por el pelo. Inclinó la cabeza y le pasó la mano por la nuca. Rozó la boca de Jack con sus labios y sintió que su corazón se expandía. Llenaba su pecho y casi no le dejaba respirar; no podía engañarse respecto a qué respondían esos síntomas. Los había sentido antes. Pero en esta ocasión la sensación era mucho más intensa, más definida, como si hubiese enfocado el objetivo de la cámara a la perfección.

Estaba enamorada de Jack Parrish. De nuevo. Su corazón había ganado la partida.

Un finísimo hilo de luz solar separaba sus bocas. Ambos mantuvieron el aliento; tenían los ojos clavados el uno en el otro. Los dos esperaban a que alguien diese el primer paso.

Entonces Daisy le besó muy suavemente.

– ¿Te parece bien así?

Jack negó con la cabeza, y al hacerlo sus labios rozaron los de Daisy.

– Inténtalo de nuevo.

– A ver qué te parece esto.

Entreabrió los labios y le tocó el paladar con a punta de la lengua.

Jack respiró hondo y dijo con voz profunda:

– ¿Es todo lo que sabes hacer?

– Ponme a prueba.

Daisy cerró los ojos y se acercó a él un poco más. Rozó con sus pechos la camisa de Jack y sus pezones e endurecieron por algo más que el frío. Un fogonazo de calor recorrió su cuerpo para instalarse entre sus muslos. Abrió los labios y los fundió con los de Jack. En un principio le besó de forma suave y ligera, para que Jack anhelase algo más. Un gruñido de frustración surgió de su garganta, inclinó la cabeza hacia un lado y aumentó unos cuantos grados más la temperatura ambiente. La obligó a abrir la boca por completo y se adentró en ella.

Con las bocas unidas, le pasó los brazos alrededor de la cintura y dio un paso atrás. Le aferró las nalgas con sus grandes manos y tiró de ellas hacia arriba hasta forzarla a ponerse de puntillas.

Retiró la cabeza y la miró a la cara.

– Qué bien sabes -susurró Jack; muy despacio, aflojó el apretón, pero acto seguido volvió a apretarla con fuerza-. Nadie me ha sabido nunca tan bien como tú. -Volvió a besarla. El agua fría que salía de la manguera le iba mojando a Daisy los dedos de los pies al tiempo que aquel beso se hacía cada vez más caliente.

Daisy oyó a alguien aclararse la garganta a su espalda. Un segundo después, la voz de Nathan se abrió paso en el laberinto de pasión y lujuria en que prácticamente se habían perdido.

– ¿Mamá?

Jack levantó la cabeza y Daisy apoyó los talones en el suelo y se volvió.

– ¡Nathan! -exclamó ella. Aún tardó unos segundos en darse cuenta de que su hijo no estaba solo. Le acompañaba una chica. Nathan miró a su madre y después a Jack y se puso colorado como un tomate.

– ¿Hace mucho rato que estáis ahí? -preguntó Jack en un tono sorprendentemente calmado teniendo en cuenta que sus manos estaban pegadas en las nalgas de una mujer.

– Os vimos desde la calle -respondió Nathan mirando de nuevo a Daisy. No dijo nada más, pero su madre sabía perfectamente lo que estaba pensando.

Daisy esbozó una sonrisa forzada y dijo:

– ¿No vas a presentarnos a tu amiga?

– Ella es Brandy Jo -presentó Nathan, y, con la mano extendida hacia Daisy-: Éstos son mi madre y Jack.

– Encantada de conocerles -dijo la muchacha.

Daisy se dispuso a acercarse a su hijo, pero Jack la tenía agarrada por los pantalones y no dejó que se apartase de delante de él. Daisy le miró por encima del hombro, él alzó una ceja, y entonces entendió lo que ocurría: Jack la estaba utilizando para cubrirse. Notó que se le subían los colores, como acababa de sucederle a Nathan. El único que no parecía sentirse incómodo era Jack.

Daisy volvió a mirar a Nathan y a Brandy Jo.

– ¿Vives cerca de aquí? -le preguntó Daisy para romper el silencio.

– Bastante. -Brandy Jo miró a Nathan-. El día que conocí a Nathan le dije que casi éramos parientes. Mi tía Jessica está casada con Bull, el primo de Ronnie Darlington.

Bueno, al menos no era familia directa de Ronnie.

– Lily y Ronnie se divorciaron hace unas semanas.

– Vaya, no lo sabía. -Brandy sonrió y dijo en voz baja-: Ronnie es un mal bicho, y a todos les costó entender qué había visto Lily en él.

Brandy Jo, sin lugar a dudas, era una chica lista.

– Había venido para hablar contigo sobre el partido de mañana por la noche -dijo Jack.

– ¡Y mientras esperabas no se te ha ocurrido nada mejor que hacer que enrollarte con mi madre en el jardín de enfrente de casa!

Daisy abrió la boca de par en par.

Jack dejó escapar una risotada.

– Me ha parecido una buena manera de matar el tiempo -dijo Jack.

Daisy se volvió y le miró a los ojos.

– ¿Qué pasa? -añadió Jack con una malévola sonrisa-. Tú también has pensado lo mismo.

Capítulo 18

Daisy había vivido quince años en el noroeste, pero no había olvidado lo serio que podía ser para la gente de Tejas un partido de fútbol americano. Ya fuese en el Tejas Stadium de Dallas, en el campo de un instituto de Houston o en un pequeño parque de Lovett, el fútbol era para todos como una especie de segunda religión.

Amén.

Lo que Daisy no sabía era que aquel partido en concreto era un acontecimiento anual. Los hombres se reunían una vez al año para sudar, darse golpes y comparar sus heridas de guerra. No había señales en el suelo. Ni árbitros. Ni postes de gol. Tan sólo dos líneas laterales, dos zonas de tanteo marcadas con pintura naranja fluorescente y una persona encargada del cronómetro. El equipo de Jack llevaba sudaderas de color rojo y las del equipo contrario eran azules.

Cada equipo tenía como máximas aspiraciones no sólo ganar sino machacar al contrario. Se trataba de fútbol americano en estado puro, y Nathan Monroe iba a ser el único jugador con casco y protecciones. Un detalle que le incomodaba lo indecible.

Daisy intentó rebajar su incomodidad explicándole una y otra vez que él sólo tenía quince años y que iba a enfrentarse a hombres mucho mayores y mucho más fuertes. Al parecer no le importaba que le hiciesen daño, lo único que le fastidiaba era quedar como un gallina.

– Nathan, tu ortodoncia me costó cinco mil dólares -le dijo su madre-. No voy a dejar que te hagan saltar los dientes de un golpe.