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– ¿Vas a salir con Cal esta noche? -le preguntó a Daisy mientras se secaba la cara con la toalla.

Ella se preguntó si habría oído a Cal.

– ¿Te molestaría? -le preguntó ella.

La miró por encima de la toalla y después se la colgó alrededor del cuello.

– ¿Te importaría si así fuese? -preguntó él a su vez.

Daisy se volvió hacia la banda, hacia donde estaba Gina, y dijo:

– Sí.

Jack apoyó las puntas de los dedos en la mejilla de Daisy para obligarla a que le mirase y reconoció:

– Sí, me molestaría. No salgas ni con Cal ni con el Bicho ni con nadie.

– No voy a salir con Cal ni con nadie. -Daisy bajó la vista y se miró un instante los pies; después fue levantando la mirada paseándola por los pantalones y el jersey rojo de Jack y la fijó finalmente en sus ojos verdes-. ¿Y Gina?

Jack se acercó tanto a ella que casi se rozaron y le pasó el pelo tras la oreja.

– No he estado con nadie -dijo él en un susurro-. No desde lo del Custom Lancer.

Daisy se preguntó si estaba hablando del coche. Conociendo a Jack, podía ser.

– ¿En serio?

– Sí. -Deslizó los dedos por el cuello de Daisy-. ¿Y tú?

Daisy no pudo evitar sonreír.

– Por supuesto que no.

Él también sonrió.

– Estupendo. -Le dio un fugaz beso en los labios y regresó junto al resto de su equipo. Aquel beso no contaba como tal. Apenas podía recibir la denominación de beso, pero había sido lo bastante húmedo para dejarle en los labios su sabor. Lo bastante cálido para encender fuego en su corazón.

Durante el desarrollo del tercer cuarto del partido, el equipo azul anotó un touchdown, pero lo cierto es que Daisy no estaba prestando mucha atención al juego. Otras cosas mucho más importantes le preocupaban en esos instantes. Se había enamorado de Jack. Ya no podía pasarlo por alto. Había acudido a Lovett para hablarle a Jack de Nathan. No albergaba la menor intención de volver a enamorarse de él, pero así había sido, y ahora tenía que decidir qué pasos iba a dar a partir de ese momento. Quince años atrás había huido del dolor que suponía no sentirse amada por Jack. En esta ocasión no iba a salir corriendo. Si huía no tendría ninguna posibilidad de saber lo que Jack sentía por ella.

Cuando llevaban jugados cuatro minutos del último cuarto, Marvin Ferrell, que pesaba unos cuantos kilos más que Jack, se le tiró encima. Cayó al suelo con una exclamación de dolor y a Daisy le dio un vuelco el corazón. Permaneció tumbado de espaldas durante un buen rato, hasta que Marvin le ayudó a ponerse en pie. Jack movió la cabeza a un lado y a otro para comprobar que seguía en su sitio y, después, regresó muy despacio junto al resto del equipo. Su siguiente lanzamiento fue un pase espectacular de veinte metros para Nathan, quien, tras recibirlo, corrió como una bala hasta la zona de anotación. Nathan se sacó el casco y lo lanzó contra el suelo. Empezó a dar saltos y a recibir las felicitaciones de sus compañeros. Jack le pasó el brazo por encima de los hombros. Padre e hijo caminaron con las cabezas unidas hacia la banda, ambos sonriendo como si acabasen de ganar millones en la lotería.

Después del partido, Nathan seguía tan alterado que se dejó llevar y le dio tal abrazo a su madre que la alzó en vilo.

– ¿Has visto el touchdown? -le preguntó antes de soltarla.

– Por supuesto. Ha sido precioso.

Nathan se sacó las protecciones de los hombros mientras Brandy Jo y un grupo de amigos y amigas adolescentes se aproximaba. Todos parecían muy impresionados por el hecho de que los mayores hubiesen invitado a jugar a un chico de quince años.

– He jugado porque Jack y Billy estaban en el equipo rojo -dijo.

Un muchacho con una camiseta del grupo Weezer le preguntó:

– ¿Quiénes son Jack y Billy?

– Billy es mi tío. -Nathan se detuvo y miró hacia Daisy-. Y Jack es mi padre.

Daisy sintió la presencia de Jack a su espalda segundos antes de que la agarrase por los hombros. Le miró a los ojos y se dejó apresar por su agradable sonrisa; después volvió a mirar a su hijo. Los dos hombres de su vida se estaban mirando a los ojos y parecían entenderse sin palabras. No había gimoteos, ni lloros, ni abrazos. Era un reconocimiento parecido a un apretón de manos o un saludo deportivo.

En lugar de irse a casa con Daisy y con Jack para celebrar su touchdown, Nathan le preguntó si podía ir a dar una vuelta con sus nuevos amigos. Le dedicó una mirada fugaz a Brandy Jo, y en ese instante Daisy supo que aquella jovencita de quince años, con una larga cabellera de color castaño y un marcado acento de Tejas, había usurpado el lugar que ella ocupaba en la vida de su hijo. Sintió una inesperada punzada de celos. Nathan se estaba haciendo mayor a pasos agigantados, y ella echaba de menos a ese niño que solía cogerla de la mano y levantar su cabecita para mirarla como si fuese la cosa más importante del mundo.

– ¿Nos vamos? -le preguntó Jack inclinándose hacia ella-. Quiero sacarte de aquí antes de que aparezca Cal e intente echarte el lazo otra vez.

Jack bromeaba pero no del todo. Daisy detectó el dolor en su voz.

– ¿Qué te duele?

– El hombro -dijo él caminando hay hacia el aparcamiento-. Me duele mucho.

– No sé por qué no os ponéis protecciones. -Daisy levantó una mano y añadió-: No hace falta que lo digas. Lo sé. Las protecciones son para mariquitas.

Jack abrió la portezuela del copiloto para que Daisy pudiese entrar. Justo antes de montarse en el coche echó un último vistazo hacia el campo de juego, para ver una última vez a Nathan.

– Está creciendo demasiado rápido -dijo Daisy mientras le observaba alejarse con Brandy Jo del brazo-. Siempre ha sido muy movido e independiente. No podía llevarlo a ningún sitio cuando era un niño porque salía corriendo. Así que le puse una de esas correas para niños pequeños. Siempre me sentía más segura sabiendo que estaba al otro lado de la correa. Daba un tirón y dejaba de hacer lo que estuviese haciendo. -Aferró la parte de arriba de la portezuela que separaba su cuerpo del de Jack-. Ojalá pudiese dar un tirón ahora para evitar que se metiese en problemas.

Jack colocó las manos junto a las de Daisy.

– Es un buen chico, Daisy. Todo irá bien.

Le miró a los ojos, se inclinó hacia delante y le dio un leve beso, un beso que se transformó sin transición alguna en un beso suave y lento capaz de derretirle el corazón. Jack olía a sudor y a hierba. Le acarició las manos con los pulgares mientras la besaba. Jack se tomó su tiempo, profundizando en aquel beso íntimo. Los rincones más secretos del alma de Daisy reconocieron el contacto con Jack. Fue algo más que el roce de dos bocas, algo más que el empuje del deseo, que exigía una continuación de ese beso.

Cuando se apartó, Jack la miró tal como solía hacerlo años atrás. Con la guardia baja. Sus anhelos y deseos resultaban absolutamente evidentes en su mirada verde y cristalina.

– Ven conmigo a mi casa -dijo Jack colocando las palmas de sus manos sobre las de Daisy.

Ella tragó saliva y en su boca se dibujó una sonrisa. No había necesidad alguna de preguntarle qué tenía planeado hacer.

– Creí que te dolía el hombro -dijo.

– No es para tanto.

– Puedo darte un masaje.

Jack negó con la cabeza.

– Tienes que conservar las fuerzas para otro tipo de masaje.

Capítulo 19

Daisy deslizó las manos por los hombros de Jack y acarició con los dedos sus músculos doloridos. Le masajeó la espalda y recorrió con los pulgares la línea de su columna vertebral. Del pelo mojado de Jack se iban desprendiendo gotitas de agua que descendían por su espalda hasta recalar en la toalla azul que llevaba sujeta a la cintura.

El trayecto desde el aparcamiento hasta la casa de Jack les había llevado menos de diez minutos. Por lo general, se necesitaban unos quince para recorrer esa distancia, pero Jack se había saltado alguna que otra señal de stop y no había respetado todos los semáforos.