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En ese momento Jack estaba sentado en una silla de cocina, junto a la mesa del comedor. Tenía las piernas a ambos lados y los brazos cruzados sobre el respaldo. Había insistido en darse una ducha rápida antes de que ella le diese el masaje y, cuando salió del baño ataviado únicamente con una toalla, a Daisy le faltó poco para echársele encima allí mismo.

– ¿Qué tal? -le preguntó Daisy mientras sus manos recorrían sus fuertes músculos de arriba abajo.

– Creo que podré volver a utilizarlos.

El calor de la piel de Jack le calentaba las manos, y Daisy iba notando el contorno y la textura de sus músculos a medida que los iba acariciando.

– ¿Daisy?

Ella observó la nunca de Jack. La luz del comedor destellaba en su cabello húmedo.

– ¿Hmm?

– Cuando estuvimos en el lago Meredith dijiste que me habías echado de menos. -Levantó el brazo y la agarró de la muñeca-. ¿Hablabas en serio? -Jack volvió la cabeza. La intensidad de su mirada le indicó a Daisy que su respuesta era de suma importancia para él.

– Sí, Jack. Hablaba en serio.

Jack tiró del brazo de Daisy y lo dijo junto a la mejilla derecha:

– Yo también te he echado de menos, Daisy Lee. Todos estos años te he echado de menos más de lo que era capaz de admitir. -Le acarició la otra mejilla con la mano libre-. Más de lo que estaba dispuesto a que supieses.

Daisy sintió que se le hacía un nudo en la garganta, se inclinó y dijo contra los labios de Jack;

– Te quiero, Jack.

Él cerró los ojos y dejó escapar todo el aire que tenía en los pulmones. Se mantuvo inmóvil durante unos cuantos segundos y después añadió:

– Siempre he estado enamorado de ti. Incluso cuando no quise estarlo.

– Date la vuelta -susurró Daisy.

Jack abrió los ojos.

– ¿Qué?

– Ponte de pie -le dijo ella.

En cuanto se puso en pie y se volvió, ella le colocó las manos en sus hombros y le obligó a sentarse de nuevo.

– No sé qué pasará con nosotros a partir de ahora -dijo Daisy al tiempo que se levantaba la falda del vestido para sentarse en su regazo. Jack abrió las piernas y el trasero de Daisy acabó apoyado en el asiento de la silla. Sus pies descalzos colgaban a ambos lados-. Pase lo que pase, siempre te querré. No puedo evitarlo.

Jack le acarició los muslos sin dejar de mirarla a los ojos y le dijo:

– Voy a mostrarte lo que va a pasar entre nosotros. -Las palmas de sus manos alcanzaron sus caderas y con los dedos encontró el cierre del vestido.

Ella se acomodó mejor entre sus piernas y le preguntó:

– ¿Eso que tienes ahí es la estaca de una tienda de campaña o es que te alegras de verme?

En su boca se dibujó una sonrisa cargada de sexualidad.

– Ambas cosas. ¿Quieres verla?

– ¡Oh, sí! -dijo ella mientras le recorría los hombros y el pecho con las manos. Dejó reposar sus palmas encima de los pezones de Jack y se inclinó hacia delante para besarle en el cuello. Lo único que les separaba era la toalla y la fina tela de sus bragas.

Jack tiró del cierre y el vestido se aflojó.

– Levanta los brazos -le dijo a Daisy.

Ella le obedeció, y Jack agarró el vestido y se lo sacó por encima de la cabeza. El pelo le cayó suelto sobre los hombros y Jack miró con pasión los ojos de Daisy. Arrojó el vestido al suelo y después le cubrió los pechos desnudos con las manos. Los erizados pezones le presionaban el centro de las palmas y Jack los frotó con los pulgares. Daisy entornó los parpados y se humedeció los labios. Jack la conocía. Conocía el peso de su cuerpo cuando estaba encima de él, y reconocía el latido bajo su corazón al sentirlo bajo las palmas de sus manos, sus suspiros de placer y el aroma de su piel.

Era Daisy. Su Daisy.

– ¿Estás seguro de que no te duele el hombro?

¿El hombro? Le importaba un comino el hombro. El único dolor que sentía se localizaba en la entrepierna.

– Lo único que noto es el deseo por ti. -Todas las fantasías sexuales de su vida empezaban y finalizaban en Daisy Lee. Y ahora la tenía frente a sí. Estaba sentada sobre su regazo y no llevaba más que unas braguitas. Si jugaba bien sus cartas, no volvería a perderla.

Daisy bajó la mano por su vientre hasta alcanzar la toalla que llevaba en la cintura. Lo liberó de la toalla, alargó la mano y se apropió de su erección. Estaba tan excitado que se le había acelerado el pulso. Incuso le costaba respirar. Clavó sus ojos en los de Daisy y dejó caer su mirada en el rosado de sus pezones para pasearla a continuación por su ombligo, hasta llegar a sus bragas blancas. Daisy tenía en la mano su duro miembro. Le acarició el glande con el pulgar. Todos los músculos del estómago de Jack se tensaron llevados por la excitación; el aire apenas le llegaba a los pulmones. Colocó la mano sobre la de Daisy y la hizo ascender y descender con suavidad. Ella se inclinó hacia delante y le besó en la garganta. Su cálida y húmeda lengua dejó un rastro de fuego a su paso.

Jack le levantó la cara y apreció el ansia en sus labios. La besó con auténtica pasión; no había ternura ni suavidad en esos besos. En cuanto sus labios se tocaron, fue como una lucha, una búsqueda. Sus lenguas avanzaban y retrocedían. Daisy arqueó la espalda hacia Jack, presionando su pecho con los pezones y rozando su erección con la entrepierna.

Era justo lo que él deseaba. Era lo único que había estado deseando durante toda su vida. Quería sentir la lengua de Daisy dentro de su boca, el peso de su cuerpo al abrazarla, el roce de sus pechos mientras la miraba a los ojos o la besaba en el cuello.

La deseaba. La deseaba por completo. La amaba. Siempre la había amado.

Jack se puso en pie y la toalla cayó al suelo. Colocó a Daisy sobre la mesa de la cocina, frente a él, y la miró fijamente.

– Túmbate, florecita.

Ella se tumbó apoyándose en los codos y observó cómo le besaba los pechos y se metía sus erectos pezones en la boca. Jack no paró hasta que la respiración de Daisy empezó a agitarse; entonces, poco a poco, fue descendiendo, lamiendo su cuerpo camino del ombligo y, una vez allí, Jack se dispuso a bajar todavía un poco más. Alargó la mano para acercar una silla. Le quitó las bragas a Daisy y se sentó entre sus muslos.

– Jack -dijo ella con un hilo de voz-. ¿Qué estás haciendo?

Colocó los pies de Daisy sobre sus hombros y le besó los tobillos.

– Voy a seguir hacia abajo -le dijo Jack en un susurro.

Le mordisqueó la parte interna de los muslos al tiempo que frotaba suavemente su clítoris con el pulgar e introducía un dedo en lo más profundo de su ser. Colocó una mano bajo su trasero y la elevó hasta que su sexo le quedó a la altura de la boca.

Era el sabor de Daisy. Delicioso. Era sexo y deseo y todo lo que él anhelaba en estado puro.

Daisy pronunció el nombre de Jack entre gemidos echando la cabeza hacia atrás. La besó entre las piernas. Justo en el mismo punto que había besado quince años atrás; aunque ahora todo era mucho mejor. Era mejor porque sabía cómo utilizar su lengua. Abrió y chupó hasta que ella le apartó de sí empujándole con los pies.

Daisy se levantó de la mesa y se colocó delante de Jack. Temblando ligeramente, le miró a los ojos para decirle:

– Te deseo, Jack.

Él recogió la toalla del suelo y se enjugó los labios.

– Tengo que ir en busca de un condón.

Daisy le miró como si no supiese de qué le estaba hablando. Entonces ella dijo en tono apasionado:

– ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que hiciste el amor sin condón?

Hacía tanto tiempo que no lograba recordarlo.

– Probablemente la última vez fue hace quince años -respondió Jack.

Ella sonrió, le arrebató la toalla de las manos y la arrojó a un lado. Se aferró a sus hombros y apoyó en un pie la silla. Él le pasó el brazo por la cintura y la besó en el vientre.