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Daisy cerró los ojos durante unos larguísimos y dolorosos segundos.

– No hables así de Steven.

Jack rió con amargura.

– Esto sí que tiene gracia -dijo mientras introducía los brazos en las mangas-. Vuelves a ponerte del lado de Steven Monroe.

– No me pongo de su lado -replicó Daisy.

Jack se puso la camiseta.

– Entonces, ¿qué estás haciendo?

– Amaba a Steven. No era sólo mi marido, fue mi mejor amigo. Reímos y lloramos juntos. Podía hablar con él de cualquier cosa.

– ¿Podías hablar con él de lo que sentías por mí? -preguntó Jack.

Daisy casi había logrado atrapar su sueño. Casi, pero de pronto se le escapaba entre los dedos como si de arena se tratase.

– De ese sentimiento que te corría por el estómago hasta aposentarse entre tus muslos, ese deseo de estar conmigo… -insistía Jack. Cruzó de nuevo la habitación y se detuvo a escasos centímetros de Daisy-. ¿Le hablaste de eso?

– No, pero él lo sabía. – Daisy lo miró a los ojos y captó la mezcla de pasión y amargura que destilaban sus ojos verdes. La misma pasión y la misma amargura que había apreciado la noche en que volvió a verlo-. Estar con Steven no se parecía en nada a estar contigo. Era diferente. Era…

– ¿Qué?

– Tranquilo. No daba miedo. No dolía. Podía respirar cuando estaba con él. No sentía que si no podía tocarlo me moría. No era como si una parte de mí perteneciese a otra persona.

– ¿Y no era eso lo que se suponía que tenías que sentir? -le preguntó él-. ¿No se supone que uno tiene que desear abrazar a la persona a la que ama con tanta fuerza que siga sintiendo el roce de su piel incluso después de que se haya ido? -Jack la agarró por los hombros y luego colocó las manos a ambos lados de su cara-. Respirar al mismo ritmo. Sentir el mismo latido…

Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Daisy, y ni siquiera se propuso impedirlo. Se le partía el corazón y sus sueños se le escapaban entre los dedos. Otra vez.

– No es suficiente. No lo fue la última vez. Y tampoco lo es ahora -dijo ella.

– ¿Qué más hace falta? Te quiero. Nunca he amado a otra mujer.

Daisy le creía.

– Hay que saber perdonar -dijo entre lágrimas-. Tienes que perdonarme, Jack. Tienes que perdonarme a mí y también a Steven.

Jack bajó las manos y dio un paso atrás.

– Eso es pedir demasiado, Daisy.

– ¿Demasiado?

– En lo tocante a Steven, sí.

– ¿Y yo?

La miró, y su silencio fue por demás elocuente.

– ¿Cómo podríamos estar juntos si eres incapaz de perdonarme por algo que ocurrió en el pasado? -le preguntó Daisy.

– No pensemos en ello. -Jack agarró sus botas y se las enfundó.

– ¿Durante cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo podremos pasar sin pensar en ello antes de que vuelva a salir a la palestra? ¿Un día? ¿Una semana? ¿Un año? ¿En serio crees que podríamos vivir con ello?

– Te amo, Daisy -dijo sin mirarla-. Eso es suficiente.

– Pero también me odias.

– No. -Jack negó con la cabeza y la miró a los ojos-. No, odio lo que hiciste. ¿Cómo no iba a odiar que apartases a mi hijo de mi lado?

– Fue un error. -Daisy se enjugó las lágrimas-. Lo admito. Tendría que haberte contado lo le Nathan. Tuve miedo y actué como una cobarde. Un día se transformó en un año. Un año en dos, y cuanto más lo postergaba más duro se me hacía. No tengo excusa. -Le tendió una mano y después la dejó caer a un lado-. Tienes que entenderlo. Steven…

– Oh, entiendo perfectamente lo de Steven -dijo Jack interrumpiéndola-. Entiendo que vinieseis a mi casa aquella noche y me dijese que os habíais casado. Entiendo que te amase tanto como yo, y que aprovechase la oportunidad de alejarte de mí. Pero también se llevó a mi hijo. Y lo que tú deberías de entender es que no hay modo de justificar algo así.

– No te estoy pidiendo que lo olvides, pero que tú y yo tengamos futuro depende de si puedes o no sobrellevar el pasado.

– Lo dices como si fuera tan sencillo.

– Es el único modo posible -dijo Daisy.

– No sé si podré hacerlo. Especialmente en lo referente a Steven -confesó Jack.

– Entonces no podremos estar juntos. No funcionaría.

– ¿Sólo por eso? ¿Porque tú lo digas? -Jack la señaló y movió la mano en el aire-. ¿Eres tú la que tiene que decir acéptalo o sal de mi vida? ¿Acaso crees que puedes forzar mis sentimientos?

Daisy negó con la cabeza y le miró con los ojos anegados en lágrimas. Le dolía el pecho al respirar. Sabía que Jack estaba sintiendo lo mismo. Podía apreciarlo en su mirada y, al igual que en el pasado, no había manera de cambiar el rumbo de las cosas.

– No. Lo que te estoy diciendo es que tienes todo el derecho a estar enfadado. Tienes todo el derecho a estarlo durante el resto de tu vida. Pero creo que todo iría mucho mejor si, de algún modo, fueses capaz de librarte de ello.

Capítulo 20

Durante el trayecto de vuelta a casa de la madre de Daisy ninguno de los dos abrió la boca. El único sonido que se oía en el oscuro interior del Mustang era el ronroneo del motor Shelby. Jack aparcó junto a la acera y Daisy le miró una última vez. Le estaba ofreciendo una postrera oportunidad de cambiar cosas que, al parecer, él no podía cambiar. De decir las palabras que no era capaz de decir.

¿Cómo se atrevía a pedirle que olvidara y perdonase? Como si eso fuese tan sencillo. Como si lo sucedido no hubiese abierto un agujero permanente en lo más profundo de sus entrañas. Como si no lo sintiese siempre, en todo momento, justo bajo la superficie.

Así que Jack se quedó observando a Daisy mientras se alejaba y, cuando entró en casa de su madre, él puso en marcha el coche y se fue. En esta ocasión, no había intentado retenerla. No hubo pelea alguna. Nadie pegó a nadie.

Pero el dolor era tan intenso como quince años atrás. No, se dijo en el camino de vuelta a su casa. Ahora era mucho peor. Ahora sabía cómo podrían haber sido las cosas. Ahora había entrevisto lo que podría haber sido su vida.

La silla sobre la que había hecho el amor con Daisy seguía apartada de la mesa. La misma mesa en la que ella se había tumbado mientras él saboreaba su intimidad. Al mirar la mesa y la silla sintió el ardor de aquel agujero en las entrañas. El fuego ascendía por su pecho hasta llegar a la garganta, impidiéndole respirar.

Cogió la silla, la llevó hasta la puerta trasera y la arrojó fuera. Regresó al comedor y observó la pesada mesa de madera que había pertenecido a su madre. La misma mesa en que la familia había comido tantas veces…

Allí se había comido también a Daisy.

Habría levantado la mesa y la habría mandado junto a la silla, pero no pasaba por la puerta de acceso al patio. Fue hasta el cobertizo para coger sus herramientas y, cuando regresó, volteó la mesa con una sola mano. El golpe que dio contra el suelo le resultó incluso gratificante. Se abrió una cerveza, enchufó la sierra Black & Decaer y se puso manos a la obra.

Cuando acabó el trabajo, las piezas en las que había convertido la mesa se extendían por el patio trasero junto a la silla de cocina. Había dado buena cuenta de un pack de seis cervezas y había empezado con el Johnny Walker. Jack nunca había sido lo que se dice un gran bebedor. Jamás había creído que beber solucionase nada. Pero esa noche simplemente quería ahogar su dolor.

Con el vaso en la mano, salió del comedor y pasó junto a la puerta abierta de su dormitorio. Les echó un vistazo a las sábanas revueltas de la cama y pensó que muy probablemente todavía olerían a Daisy. Llegó al salón y llenó de nuevo su vaso. Ni siquiera se molestó en encender la luz. Se sentó en el sofá de cuero negro. A oscuras. Solo.

La luz de la cocina iluminaba el pasillo y casi alcanzaba la punta de sus botas. Estaba cansado y dolorido debido al partido y a Daisy, pero sabía que no podría dormir. Le había dicho que la amaba y ella le había contestado que eso no era suficiente. Quería más.