Daisy cogió una copa de champán y dejó de prestarle atención al fotógrafo. Tras hacer un repaso visual de los invitados se llevó la copa a los labios, procurando no difuminar el carmín. Daisy sonrió al ver a su antigua amiga del instituto: con ese vestido se diría que Sylvia acababa de salir de un harén. Tenía un aspecto rotundo. No es que estuviese gorda; estaba embarazada. Muy embarazada. Parecía algo cansada, pero Daisy la vio tan mona como siempre, a pesar de que era más baja de lo que la recordaba. Seguía llevando el pelo largo y el flequillo fijado.
Shay estaba muy hermosa con aquellos rizos estilo Tejas que le acariciaban los hombros y el velo que flotaba a su alrededor, suave como una nube. Jimmy Calhoun tenía mucho mejor aspecto que en el pasado. Claro que quizá sólo se debía a que se había aseado antes de enfundarse en el esmoquin. No habría puesto la mano en el fuego, pero el rojo de su cabello era uno o dos tonos más oscuro que antes, y no había ni rastro de canas.
– Disculpe -le dijo alguien a su espalda.
Daisy reconoció la voz al instante. Se apartó ligeramente de la puerta, volvió la cabeza y posó la mirada primero en la definida línea que formaban los labios de Jack Parrish y a continuación en sus hermosos ojos.
Él se quedó mirándola a los suyos y, al pasar junto a ella, la manga de su americana gris marengo le acarició la piel del brazo. Jack se había quedado tan sorprendido que se detuvo por un instante, una fracción de segundo, y, en el fondo de sus ojos, a Daisy le pareció distinguir un destello de calor. Pero se desvaneció enseguida y Daisy empezó a pensar que no había sido mas que el reflejo de los candelabros que pendían sobre sus cabezas o de alguna de las velas que había allí encendidas. Pasó de largo, y ella se quedó mirando sus anchos hombros y su nuca mientras Jack se abría paso entre la multitud en busca de la novia y el novio. El cabello oscuro le rozaba el cuello de la camisa y parecía como si lo hubiese peinado con los dedos, como si se hubiese quitado el sombrero hacía solo un instante, lo hubiese dejado en el asiento del coche y se hubiese pasado las manos por el cabello. Con traje, se diría que acababa de salir de una revista de moda. Y, como siempre, avanzaba con paso lento y tranquilo, dando a entender que no tenía prisa por llegar a ninguna parte. Una leve comezón, que tenía poco que ver con el aspecto de Jack, pero todo con lo que representaba para ella y para su hijo, se instaló en su estómago.
– ¡Daisy Lee Brooks! -exclamó Sylvia; Daisy se volvió al instante-. Has venido. -La potencia de la voz de Sylvia no se correspondía con su aspecto delicado, pero gracias a eso se había convertido en una estupenda animadora.
Daisy rió y avanzó hacia Sylvia. Intentó no colocarse detrás de Jack, que en ese momento estaba hablando con el novio. Abrazó a su amiga y al señor y la señora Brewton. Sylvia le presentó a su marido, Chris, y dijo:
– Supongo que te acuerdas de Jimmy Calhoun.
– Hola, Daisy. -Jimmy sonrió; ya no llevaba aparato dental-. Estás estupenda.
– Gracias. -Le dedicó una mirada de soslayo a Jack, que actuaba con toda naturalidad como si ella no existiera. Bajó la vista hasta sus hombros y al retazo de camisa azul que se apreciaba entre las solapas de la americana del traje. No llevaba corbata. Volvió a centrarse en el novio-. Tú también tienes muy buen aspecto. No puedo creer que te hayas casado con la pequeña Shay Brewton. Todavía recuerdo cuando Sylvia y yo intentamos enseñarte a montar en bicicleta y te estrellaste contra un árbol.
Shay se echó a reír, y Jimmy dijo:
– Apuesto a que suponías que a estas alturas ya debía de estar en la cárcel.
En séptimo, Jimmy y sus hermanos se metieron en el Monte Carlo de su padre, se bajaron los pantalones y enseñaron sus traseros desnudos a todos los alumnos de la escuela secundaria. En décimo, Jimmy llamó a la escuela para avisar de una amenaza de bomba porque quería salir un par de horas antes. Le pillaron porque utilizó la cabina pública que había junto al despacho del director.
– Jamás se me habría pasado por la cabeza.
Sylvia estalló en una carcajada, porque sabía perfectamente lo que su amiga pensaba. Daisy se sintió algo más relajada. La comezón que sentía en el estómago se suavizó. No era ni el momento ni el lugar para hablarle Jack de Nathan. Lo mejor era olvidarse de la idea, y relajarse. Divertirse con los viejos amigos… Hacía mucho tiempo que no se divertía.
– Jack, ¿te acuerdas de cuando nos detuvieron a Steven, a ti y a mí por hacer carreras en la vieja autopista? -preguntó Jimmy.
– Cómo no. -Se subió un poco la manga de la americana y miró la hora en su reloj.
– ¿Estuviste allí aquella noche, Daisy?
– No. -Le echó otra mirada al hombre que tenía al lado-. No me gustaba que Steven y Jack hiciesen carreras con los coches. Me daba miedo que tuviesen un accidente.
– Yo siempre controlaba. -Jack colocó la mano a un costado y sus dedos rozaron el vestido de Daisy. Bajó la vista y la miró; no había expresión alguna en sus ojos-. Nunca me pasó nada.
Sin embargo, estando con él siempre acababa ocurriendo algo.
– Lamenté mucho lo de Steven -dijo Jimmy; Daisy le miró de nuevo-. Era un buen tipo.
Daisy nunca sabía qué responder ante esa clase de comentarios, así que se llevó la copa a los labios.
– Shay me dijo que fue por un tumor cerebral.
– Sí. -Tenía un nombre técnico, glioblastoma, y sus consecuencias siempre eran fatales.
– Hacía tempo que quería ir a ver a tu madre para saber cómo estabas -le dijo Sylvia.
– Estoy bien. -Lo cual era cierto. Estaba bien-. Dios bendito, ¿cuándo va a salir la criatura que llevas ahí dentro? -le preguntó a Sylvia para cambiar de tema.
– El mes que viene. -Se frotó el abultado vientre-. Ya estoy más que preparada. ¿Tienes hijos?
– Sí. -Era muy consciente de la presencia de Jack, de la manga de su americana casi rozando su brazo; un leve movimiento y notaría la textura de la tela contra su piel-. Tengo un hijo, Nathan -añadió sin revelar su edad-. Se ha quedado en Seattle con Junie, la hermana de Steven, y su marido, Oliver. -Miró a Jack y descubrió que la sorpresa se había instalado en sus ojos y tenía una ceja levantada-. Te acuerdas de Junie, ¿verdad?
– Por supuesto -respondió Jack apartando al instante la mirada.
– La recuerdo -prosiguió Sylvia-. Era bastante mayor que nosotros. Recuerdo que los padres de Steven también eran muy mayores.
Steven, de hecho, había sido toda una sorpresa para sus padres, que ya iban hacia los cincuenta cuando él nació. Ambos tenían sesenta y tres años cuando él salió del instituto. Su madre había muerto, y su padre vivía en una residencia para jubilados en Arizona.
– Shay y yo vamos a ponernos manos a la obra esta noche en lo de fabricar un hijo -dijo Jimmy tras soltar una risotada-. No queremos esperar demasiado para tener descendencia.
Jack rebuscó en los bolsillos de su americana, pero acabó encontrando el puro en el bolsillo superior de su camisa.
– Enhorabuena -dijo tendiéndoselo a Jimmy.
Jimmy sostuvo el puro entre los dedos.
– Uno de mis favoritos. Gracias.
– ¿Y a mí no me felicitas? -protestó Shay con una sonrisa.
– No sabía que fumases puros -dijo Jack alargando la mano hacia ella. Tomó la mano de la novia y se la llevó a la boca-. Enhorabuena, Shay. Jimmy es un hombre muy afortunado. -Le besó los nudillos y añadió casi en un susurro-: Si no te trata bien, házmelo saber.
Shay sonrió y se tocó graciosamente los rizos con la mano que tenía libre.
– ¿Te tomarás una de esas bebidas energéticas en mi honor?
– Por ti voy a tomarme dos. -Jack le soltó la mano a Shay y se despidió.
Daisy se fijó en sus anchos hombros mientras se encaminaba hacia la barra que había en la esquina.
– No hay mujer que se le resista -suspiró Sylvia-. Y es así desde quinto.
Daisy volvió a mirar a Sylvia al tiempo que los demás se ponían a hablar de fútbol americano. Mientras debatían sobre si los Cowboys de Dallas necesitaban un refuerzo en defensa o en ataque, Daisy inclinó ligeramente la cabeza hacia su amiga.