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Desde luego que se acordaba. Un tío guapo, decente.

– Un loquero del FBI. No era mal tipo.

– Pues está en esto. Pero no es él quien me preocupa, sino el oficial que nos envían, un tal Marty Grange. No es muy simpático que digamos. -La miró sombrío-. Trabajé con él hace unos años. Es un fanático de la disciplina. No tolera la más mínima e informa de todo a sus amiguitos del FBI.

– ¿Y no podría colaborar también Liz Jacobs? Está en la ciudad y fue de gran ayuda en el caso del Artista de la Muerte.

– No creo. Seguro que Grange sabe que sois amigas. Esos tíos lo saben todo. Y querrá ser el director de pista de su propio circo.

Kate se irguió de nuevo.

– Cuéntame, ¿hasta ahora qué tenemos?

– Muy poco. Se ha hecho el clásico puerta a puerta en el Bronx, pero no hay testigos de ninguno de los asesinatos. -Brown vaciló un momento, como pensando en lo que iba a decir-. El vigilante nocturno del edificio de tu marido… -Volvió a interrumpirse.

– Sí -le animó Kate con tono monocorde. Tenía que demostrarle que era capaz de enfrentarse a aquello-. Sigue.

– El vigilante dice que tu marido no llegó a firmar el registro de salida, lo cual significa que no salió después de las horas normales de oficina.

– Ya. -Kate contuvo el aliento-. Sería lo lógico. Se habría marchado al mediodía si…

Brown asintió.

– En cuanto a los otros dos casos, se han tomado varias declaraciones. La casera de una de las víctimas, Martínez se llama, no ha dicho gran cosa. Estaba muy impresionada. Tenemos que volver a hablar con ella. Los del laboratorio están haciendo horas extras, pero de momento tampoco tienen nada. -Se frotó la frente con la mano-. Lo que me preocupa es que nuestro hombre sea un Volkswagen.

Kate sabía que Brown se refería al vehículo favorito de los asesinos en serie: las furgonetas Volkswagen.

– Así que estás pensando que puede venir de Hackensack o Hoboken, acecha a la víctima, la mata y se larga.

– Podría ser.

– Pero ¿por qué ir al centro de la ciudad? Es mucho más arriesgado -comentó Kate.

– Es verdad. -Floyd seguía frotándose la frente.

– ¿Te duele la cabeza?

– Los psicópatas siempre me dan dolor de cabeza.

Ella sacó del bolso un pastillero de plata y le ofreció un par de píldoras.

– Excedrina extra fuerte.

Se las tragó con un dedo de aguachirle marrón que quedaba en un vaso de plástico y que debía de haber sido café no hacía mucho.

– Gracias. Te aseguro que esto es un auténtico enigma. No hay huellas, no se ha encontrado ningún arma.

– De manera que el asesino llevó el arma al lugar del crimen, junto con sus lienzos. Lo cual significa que está organizado.

– Parece ser. El laboratorio está estudiando las pinturas a conciencia.

– ¿Qué más? -insistió ella.

– No mucho, aunque Tapell está movilizando a todo el mundo. Tenemos a nuestra disposición a todas las unidades: prevención del crimen, brigada móvil, la central, inteligencia criminal y todos los servicios técnicos, menos los especialistas en explosivos. Científica está recogiendo sangre y líquidos seminales si los hubiera, aunque como de momento no han aparecido, los de delitos sexuales no están involucrados todavía. También están examinando la saliva, pero no han encontrado nada -concluyó con un suspiro-. Nuestros laboratorios realizan los análisis preliminares y luego va todo al FBI de Manhattan. Si ellos no encuentran nada, lo envían a Quantico. Y por supuesto el VICAP y el NCIC están estudiando el modus operandi del criminal.

Kate pensó un momento: Programa de Detención de Delincuentes Violentos y Centro Nacional de Información Criminal.

– ¿Han encontrado algo los ordenadores?

– Han salido unas cuantas cosas, pero nada significativo. -Floyd suspiró de nuevo-. Ojalá pudiera contarte más. Ya sabes que el tiempo es vital en una investigación de homicidios. -Por lo general, cuanto más se tardara en resolver un caso de homicidio, más posibilidades había de que no se resolviera nunca-. Según la jefa Tapell, tú estás aquí oficialmente para colaborar con las pinturas…

Kate dio un respingo, dispuesta a decir algo.

– Calma. Te conozco muy bien, McKinnon, y sé que vas a estar en todo. Sólo quería recordarte que estás aquí sólo como colaboradora.

– Pero puedo llevar un arma, ¿no? Todavía tengo permiso.

– ¿Para qué? -repuso Brown entornando los ojos-. ¿Quieres pegarle un tiro a alguien?

– No, pero con la pistola me siento más segura, por lo menos podré defenderme.

Él la miró un momento.

– Por lo visto Tapell te quiere aquí, así que… -Sacó un par de expedientes de la pila que tenía en la mesa-. Es lo que tenemos de las dos primeras víctimas. -Señaló con la cabeza las truculentas fotos de la pared-. ¿Por qué no te familiarizas un poco con esos crímenes. Como te iba diciendo, nos vendría bien darles un repaso.

– ¿Quieres que empiece en el Bronx?

– Queda cerca de tu barrio, ¿no?

– Relativamente. ¿Y dónde está… el expediente de Richard?

– ¿Estás preparada para verlo?

– Sí. -Kate vaciló-. No. -Respiró hondo. «Tranquila»-. Quiero leer el expediente, pero preferiría no ver las fotografías del crimen. -Respiró de nuevo-. Ya estuve allí. No necesito verlo otra vez.

– ¿Trabajar en el caso de Richard? Tal vez Floyd tenía razón. Aquello era una locura.

El detective le puso la mano en el brazo.

– No tienes por qué hacer esto, ¿sabes?

– Te equivocas, Floyd. Tengo que hacerlo. -Kate se enderezó-. ¿Dónde están los lienzos encontrados junto a las víctimas?

– Los están analizando en el laboratorio.

– Quiero verlos.

– En cuanto terminen con ellos.

– A propósito, ¿habéis tomado declaración a Andrew Stokes? Era el socio de Richard. Supongo que alguien le habrá interrogado.

– Está en la ficha. -Brown eligió otra carpeta de su mesa, sacó el sobre que debía de contener las fotografías y lo metió en un cajón antes de tenderle el resto del expediente-. ¿Por qué lo dices?

– Porque acabo de hablar con él y no sé… Yo creo que habría que tenerlo vigilado.

– ¿Ya te has puesto a hacer interrogatorios?

– No fue un interrogatorio. Fue una simple conversación, nada más.

Brown la miró a los ojos.

– Si vas a trabajar con nosotros, ninguna entrevista es una simple conversación. ¿Te acordarás?

Kate alzó las manos con inocencia.

– Desde luego.

– Más te vale. Ese tal Stokes, ¿crees que tenía razones para matar a tu marido?

– No le conozco muy bien, pero…

– ¿Cuánto tiempo llevaban trabajando juntos?

– Unos dos años.

– ¿Y no le conoces?

– No temamos ninguna relación fuera del trabajo. Le veía de vez en cuando en el despacho, pero no, no le conozco. -De pronto se acordó de los extractos bancarios. Quiso contárselo a Brown, pero algo se lo impidió. ¿Acaso Richard andaba metido en algo ilegal? No lo sabía muy bien, pero quería averiguarlo antes de decir nada-. Richard tuvo una charla con él. Es posible que estuviera a punto de despedirle.

– A veces la gente mata por menos de eso.

– Dice que ese día se quedó en casa con un resfriado. ¿Lo habéis comprobado?

Brown tecleó unas letras en el ordenador y los dos se quedaron mirando los datos que aparecieron en la pantalla.

– Aquí está, la declaración de Andrew Stokes. -Floyd se interrumpió mientras leía-. Sí. Se quedó en casa con un resfriado. Su mujer estaba con él. El portero verificó que Stokes no salió ese día del edificio.

– Aun así, creo que vale la pena vigilarle -insistió Kate-. ¿No podríamos ponerle un seguimiento? La secretaria confirmó que Richard no estaba muy contento con él últimamente y es posible que quisiera despedirle. Ya sé que no es mucho, pero…