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Andrew Stokes: defendió a Lombardi y siguió viéndole después del juicio.

Lombardi: tío de Baldoni.

¿Conocía Stokes a Baldoni?

Stokes: ¿Baldoni?

Stokes asesinado en casa de Lamar Black.

Rosita Martínez identificó a Stokes como el cliente habitual de Suzie White.

Suzie White fue asesinada por el asesino daltónico.

Andy Stokes, Lamar Black, Suzie White, Angelo Baldoni. ¿Cuál es la relación?

Pensó en hablar de nuevo con Noreen Stokes, pero se acordó de cómo le había gritado en el hospital y supo que era imposible.

Releyó las notas. Muchos de los personajes estaban muertos. ¿Quién quedaba que pudiera contarle algo que no supiera? ¿Quién, aparte de Noreen Stokes?

Se quedó mirando la pared y luego echó un vistazo al reloj. El reloj. Baume et Mercier. Baume, el detective privado. Claro.

El despacho de Investigaciones Baume estaba en uno de esos típicos edificios anodinos de Manhattan. El pasillo de la octava planta era muy largo, iluminado con una luz cruda, con puertas a ambos lados, paredes grises que habían sido blancas en otros tiempos, una gastada alfombra marrón.

– ¿Ha pedido hora? -preguntó la recepcionista, una mujer de mediana edad y con el pelo anaranjado.

– No, lo siento -contestó Kate-, pero si el señor Baume pudiera concederme unos minutos…

La secretaria alzó un papel de su mesa.

– Tiene que rellenar esto.

Era una sola página. NOMBRE. DIRECCIÓN. TELÉFONO. FECHA. OBJETO DE LA VISITA. FORMA DE PAGO.

– Sólo quiero hablar con él.

– El señor Baume, mi marido -explicó la secretaria, con una sonrisa algo amarga-, cobra por hora. Ciento veinticinco dólares más gastos. La primera consulta es gratis. Eugene, es decir, el señor Baume, no le cobrará si no acepta el caso.

– ¿Lleva mucho tiempo trabajando con su marido? -preguntó Kate, sonriendo mientras rellenaba el formulario.

– Desde siempre -contestó la mujer moviendo una mano-. Por lo que he visto en este trabajo, más vale no andar muy lejos de tu marido. ¿Sabes lo que quiero decir, guapa? -Se llevó la mano a los labios-. ¡Ay, lo siento! No habrás venido por tu marido, ¿verdad?

– ¿Cómo dice?

– Maridos. Mujeres. Es la especialidad de Eugene. Se dedica a vigilarlos.

Kate intentó no pensar en la palabra «marido».

– No, ése no es mi problema. Yo vengo por… la señora Stokes. Noreen Stokes.

– El nombre me suena, pero tendría que consultar los archivos.

Kate estaba a punto de pedirle que lo hiciera cuando se abrió la puerta del despacho.

Eugene Baume era un hombre bajo y calvo, de mandíbula saliente y párpados caídos que le daban aspecto de tortuga.

– Antes trabajaba para una de las grandes agencias de investigación, con muchos socios y esas cosas -comentó mientras Kate se sentaba frente a su mesa-, pero prefiero trabajar solo.

– ¿Cuánto tiempo hace que dejó la policía?

Baume casi sonrió.

– ¿Tanto se me nota?

– Un poco. Yo trabajaba en Astoria, en personas desaparecidas y homicidios. Ahora llevo diez años jubilada. -Kate también sonrió-. No sé, tiene usted algo que le delata como policía.

– Dieciocho años en el cuerpo, supongo. Necesitaba un cambio de aires. -Baume le dio un discreto repaso-. Parece que a usted le ha ido muy bien.

– No me puedo quejar.

– ¿Es amiga de la señora Stokes?

– ¿Se acuerda de ella?

– Yo me acuerdo de todos mis clientes.

– Bueno, a mí me gustaría saber de su marido.

Baume se incorporó, adelantando más el mentón.

– Nunca hablo de mis casos.

– Claro, y me parece muy bien. -Kate puso sobre la mesa su placa provisional de policía.

– Creía que se había retirado.

– Y yo también. Es una historia muy larga.

– Los asuntos de mis clientes son confidenciales y usted lo sabe. A menos que tenga una orden judicial.

– Sinceramente, señor Baume, esto es más personal que oficial. -Intentó sonreír-. Sólo son unas preguntas, entre usted y yo.

– ¿Qué es esto? -repuso Baume entornando los ojos-. ¿Un nuevo truco de la policía?

– No, no, en absoluto. Ya le he dicho que es personal.

– Lo siento, pero sin una orden no tengo nada que decir.

Baume le abrió la puerta.

– Franny, la consulta es gratis.

Mierda. No había llevado muy bien la entrevista, pero es que estaba impaciente, harta de no averiguar nada. Miró a un lado y otro de la ajetreada Broadway Avenue como si la solución estuviera allí, oculta entre el tráfico. No podía conseguir una orden judicial. Ya no formaba parte del equipo, ni siquiera de manera provisional. Y tanto Brown como Tapell consideraban cerrado el caso de Richard. En cuestión de semanas sería otro caso olvidado.

Sacó su teléfono móvil.

– Parece que estás en mitad de la calle -comentó Liz.

– En Times Square, para ser exactos.

– ¿Qué, visitando los barrios bajos?

– Oye, no empieces. Escucha, necesito un favor. -Kate esperaba que su amiga pudiera hacer unas llamadas a Quantico para abrir ciertas puertas sin necesidad de una orden judicial.

– Lo siento, pero es imposible, a menos que estuviera trabajando en el caso. Pero como no es así, van a hacerme muchas preguntas y acabaré metida en un buen lío, y no querrás que pase eso, ¿verdad?

– No estés tan segura.

– Mira, cariño, me encantaría ayudarte, pero el caso está cerrado, ¿no?

– Se trata de otro caso, el de Richard.

– Ah. -Un momento de silencio-. Bueno, pues necesitas a alguien que esté involucrado.

– ¿Como quién?

– ¿Qué tal Marty Grange? El caso del Bronx no terminó muy bien para él. Se rumorea que quieren jubilarlo.

– Grange no querrá ni verme.

– No estés tan segura. Es un tío raro, pero en el fondo tiene un gran sentido de la justicia.

Kate colgó y se quedó mirando los coches. ¿Marty Grange?

Liz debía de estar loca.

36

FBI de Manhattan. Un edificio aerodinámico, tranquilo, sin olor a café malo, sin pintura desconchada, sin delincuentes reclamando a gritos sus derechos.

Kate recorrió el pasillo hasta encontrar la puerta que buscaba. Estaba entreabierta y ella se asomó. Lo vio inclinado, metiendo una carpeta en un cajón y sosteniendo una ficha con los dientes.

El agente Marty Grange alzó la vista, dio un respingo y la ficha se le cayó de la boca. Se enderezó deprisa, alisándose unos pantalones impecables.

Kate inhaló, casi sorprendida de estar allí, pensando que debía de haber perdido la cabeza.

– Necesito un favor -le dijo sin más.

– ¿Un favor?

– Sí.

– ¿Y bien? -Se miraron a los ojos, pero él se apresuró a desviar la vista.

– Me gustaría ver el expediente del FBI sobre Angelo Baldoni. Usted mencionó que llevaban años recopilando datos sobre él.

– ¿Y quiere que yo se lo dé?

– Sí.

– ¿Y eso por qué? -Grange miró la ficha que se había caído a! suelo y fue a recogerla justo al mismo tiempo que Kate. Los dos se inclinaron a la vez y quedaron cara a cara, casi tocándose las narices, durante un instante.

Por fin Kate se enderezó con la ficha en la mano.

– La rapidez lo es todo -dijo con una sonrisa.

Grange tomó la ficha, pero no parecía saber que hacer con ella.

– Te estoy pidiendo ayuda -le dijo Kate, tocándolo-. No me gusta nada como ha terminado el caso de mi marido.

– ¿Y quiere abrirlo de nuevo?

– No, quiero cerrarlo, pero me gustaría saber lo que pasó de verdad. ¿Tú no? ¿Y el FBI?