Quizá alguien pensaba así mientras iba hacia Stensta, controlando las bocacalles para no pasar de largo Torkelsgatan, mirando luego el número de las casas. Sí, era posible.
Pasé por el parque Gripenberg, donde los niños pequeños corrían. Siempre igual de activos y felices. En el suelo alguien había olvidado un trineo rojo para deslizarse por la nieve. En octubre no había nieve, por supuesto, pero seguramente algún niño había insistido en llevarlo… «por si hay».
O soy el Cazador que he decidido venir por aquí. No he visto nada en el periódico y estoy nervioso, no consigo contener mi inquietud. Y sé quién es Gabriella porque, en realidad, el asesinato fue premeditado o porque en el monedero que me llevé estaba la documentación y la dirección de la mujer a la que ataqué al azar. Leo con atención el Forshälla Allehanda todos los días, pero no encuentro nada sobre ella. No puedo preguntar a la policía, ni siquiera de forma anónima, pero tengo que hacer algo, los nervios me obligan; al menos, comprobar si han conseguido identificarla, tal vez la policía ha sellado la puerta de su piso. Paseo de un lado a otro por la zona, dudo y al final entro.
Después de llamar a la puerta, ¿por qué no me voy sin que se note? Darme a conocer a la vecina parece de idiotas. La policía sabrá de mí, en cambio ahora seguramente no tienen ni idea de que existo. Pero puede que de todos modos me busquen, pienso. Y ahora intento comportarme como si fuese inocente, un amigo que tras diez días sin saber nada está preocupado. Abierta e inocentemente, me presento y dejo claro a la vecina Tranberg que no sé nada. Dejo mi número de teléfono. Nada que ocultar. Pero no pregunto sobre la policía porque tengo que hacer ver que no sé qué le ha pasado a Gabriella. Solo me pregunto si se ha marchado de viaje o algo así. Quizá pregunte a la vecina si le ha pedido que riegue sus plantas. Esa es una buena idea: ¡preguntar por sus plantas!
Aunque está claro que ese hombre no lo hizo. Tranberg no dijo nada de plantas, y diría que es de ese tipo de mujeres a las que les encanta hablar de geranios y demás durante horas. Parece que sé mejor que el Cazador lo que debería haber dicho…
Cuando llegué hasta el bloque de pisos color beis de Torkelsgatan, entré enseguida en el edificio. El portal exterior no estaba cerrado durante el día. Busqué el nombre en los letreros, aunque sabía que su casa estaba en el cuarto piso. dahlström. Habrá que quitar ese nombre. Otro ocupará su lugar. johansson. larsson. meriläinen. mihn. Todos esos nombres se quitarán. Solo es cuestión de tiempo.
¿Subo en ascensor o por las escaleras?, me pregunté. Si soy el Cazador, quizá dude, pero probablemente coja el ascensor. El subir por las escaleras da una impresión más sospechosa, como de estar ocultándose, si uno se encuentra a alguien que baja. Como el amigo inocente que soy, definitivamente tomo el ascensor.
Cuando llego al rellano del cuarto piso, ¿sé inmediatamente cuál es la puerta o tengo que buscarla? Cuatro puertas. Y ninguna con precinto policial o cartel de aviso. ¡Hicimos bien en no ponerlo! La intención era mantener el asunto en la más absoluta discreción, pero ahora comprendo que ha sido una buena jugada en cuanto al Cazador.
Estaba pues frente a la puerta de Gabriella Dahlström y me quedé a la expectativa. Una ligera sensación de vergüenza por estar en una casa a la que no perteneces. Alguien podía abrir una puerta en cualquier momento y verme…, pero la escalera estaba completamente en silencio.
¿Quién soy? ¿El Cazador o un amigo inocente? Puedo ser ambos. ¿Qué siento? Intranquilidad porque me expongo, indecisión sobre si llamar a la puerta vecina. tranberg. ¿O expectación, una ligera excitación? No, inquietud. Y no oigo nada. Un ligero siseo de las cañerías propio de un edificio antiguo. Un silbido agudo producido por el aire en una válvula. Por lo demás, es tal el silencio que oigo el golpear de mi pulso en los tímpanos.
¡Es porque no llamo! Por eso está todo tan silencioso. Estoy frente a la puerta, aguzando el oído delante del apartamento para saber si la policía está dentro. Pero sé que Dahlström no puede estar en casa, así que llamo directamente a la puerta vecina de los Tranberg. ¡Esta no dijo nada de que primero hubiera oído que llamaran a la casa de Dahlström! Tendremos que comprobarlo, pero esta mujer es de las que lo cuentan todo y más. Lo hubiera dicho.
Así pues, tal vez fue el Cazador quien hizo esa visita. ¡Podría perfectamente haber sido él!
Bajé con cuidado por las escaleras. Se agradecía el silencio, mejor preservarlo de ascensores ruidosos. Cuando salí a la calle ya había oscurecido del todo. La tapadera del cielo había bajado, pero no me sentí incómodo. Al contrario, fue más bien un inicio de claridad. De buen humor, regresé hacia la comisaría de policía bajo los ralos árboles casi sin hojas de Gripenbergsgatan. Quizá no haya más víctimas. Quizá el Cazador se ha traicionado a sí mismo y nos ha proporcionado su nombre.
Cuando llegué, Sonja había terminado su jornada y se había marchado, pero había dejado una nota sobre mi mesa. El número de teléfono que nos dio Tranberg había llevado a un hombre, pero a Sonja no le había dado tiempo a ver su historial. Erik Lindell. Erik, no Henrik, y una dirección en Dagmarsberg.
Me quedé allí sentado mirando la nota, solo con la lámpara pequeña y redonda del escritorio encendida. Dejé que entrase la noche, intentaba abrirme. Extendí en la mesa las páginas del informe de la autopsia y la documentación del crimen de manera que los papeles flotaron como hojas blancas en el río de la oscuridad. Tenían que alejarse flotando, pero se habían quedado atrapadas en un remolino de luz.
Yo
Miro los ojos. Están en su solución salina como gemelos en el líquido amniótico del feto. Se mueven: el menor balanceo del frasco los hace saltar y flotar hacia arriba. Así pueden contemplar el mundo a su alrededor: paredes vacías, anchas estanterías de madera pintada de color castaño, una bombilla desnuda en el techo.
Para ellos es un sueño encontrarse aquí, en un sótano o en una oficina o en un desván, y con un movimiento lento dejan que la mirada recorra las paredes de hormigón y las profundas sombras que parecen prolongarse más allá de las paredes.
En el tenue fulgor de la lámpara algo parece acercarse, una cara se acerca hasta el frasco. Alguien los mira… ¿qué querrá? Ahora saca un gran… parece un tenedor. Los mueve con sus puntas afiladas. ¡Por qué no los deja en paz! Solo quieren soñar y pensar que esto no es real. Pero las puntas del tenedor los pinchan y el agua se tiñe de rojo. Hace daño y la sensación es real. Corta dolorosamente y no se acaba.
Harald
Acontecimientos del 28 de octubre de 2005
La larga noche con los papeles en el despacho no me proporcionó ninguna idea nueva, pero sí una sensación de renovación del caso que me dificultó el sueño… Al día siguiente no aparecí por allí hasta la hora del almuerzo. Al parecer, Sonja estaba almorzando en el comedor. Dejé mi puerta entreabierta y un cuarto de hora después llamó con los nudillos, entró rápido y se sentó, sin esperar respuesta. Empezábamos a entendernos. No necesité murmurar ninguna disculpa por la mañana perdida.
– Este tal Erik Lindell ha resultado ser realmente interesante -dijo Sonja, más emocionada que de costumbre-. En realidad era oficial del ejército del aire, pero se presentó voluntario para una misión terrestre en la guerra de Bosnia. Puede vivir aquí porque está de baja laboral de larga duración de la flotilla aérea de Satakunda en Tammerfors. Oficialmente lo está por daños en la espalda, pero conseguí hablar con el comandante que había sido el jefe de su compañía en Bosnia. Al principio dudó entre hablar solo de la espalda y de un «compañero apreciado» o decir lo que realmente opinaba. Al final salió que al parecer Lindell no soportó todo a lo que estuvo expuesto allí abajo. Era «demasiado débil». Pasó bastante tiempo estresado y ausente, y al final se vio envuelto en la muerte de una joven que había sido violada y asesinada en oscuras circunstancias. Lindell había desaparecido y tras una larga búsqueda lo encontraron sentado junto al cuerpo de la chica «en estado de descomposición», así lo expresó el comandante. Tras la investigación, fue absuelto por carecerse de pruebas técnicas, pero quedaron muchos interrogantes en el aire. Al parecer, en ocasiones ni siquiera podían interrogarlo por lo ausente que estaba. A través de un hospital militar en Alemania, se le envió de vuelta a casa y se le declaró incapacitado para continuar su servicio en el extranjero, y cito literalmente, «por un problema tanto de cabeza como de espalda». Debido a esto no está claro siquiera a qué regimiento debería trasladársele si se pusiera bien. Ahora vive aquí, por lo que sabía el comandante, aunque hacía mucho que no había hablado con él. Como militar, se le considera «licenciado del servicio».