Выбрать главу

¿Tengo una erección? Cierro los ojos y lo compruebo. Tal vez no, pero esa corriente eléctrica se nota aún más entre las piernas. ¡Viene alguien! Los pasos en la arena se oyen claramente, así como la diferencia entre la marcha y la carrera. Es alguien que corre con pasos cortos. Primero solo la oigo, pero cuando abro los ojos la veo en el círculo iluminado de mi derecha. Una mujer vestida con un chándal gris y con la capucha puesta. No puede verme, pero, si yo quiero, puedo salir del bosquecillo antes de que llegue a donde estoy. Puedo afinar de manera que con solo unos pasos me coloque tras ella y le agarre del cuello antes de que le dé tiempo a volverse. Con el largo cordel enrollado alrededor de los guantes que llevo en ambas manos puedo formar un lazo que la capture con un tirón fuerte. El estrangulamiento comienza por la fuerza de su propio movimiento hacia delante, la cuerda corta la carne inmediatamente y le es imposible arrancársela.

La mujer pasa de largo, pero, a la espera de la siguiente, levanto la pierna izquierda para ponerme en la misma posición que un corredor en el bloque de salida.

Tengo fuerza en los músculos, se ha acumulado durante las largas tardes de planificación y fantasías, y puede explotar en cualquier momento si se presenta la persona adecuada. Pero ¿qué es lo que quiero? ¿Arrastrarla hasta el bosquecillo, que ambos nos bajemos los pantalones y entrar en ella mientras el lazo aprieta de tal forma que no pueda gritar?

¿Tengo intención de matarla? Quizá no. Al fin y al cabo, no puede verme en la oscuridad. Pero llevo un cuchillo por si acaso. Para amenazarla si la cuerda no la debilita lo suficiente, o para lisiarla. Tal vez sea eso lo que quiero desde un principio: llevarme un trofeo. O si, a pesar de todo, consigue verme de cerca, frente a frente, tendré que arrancar mi reflejo de su rostro.

Quizá no me empalme. Cuando suceda aquello que tanto he imaginado, quizá la excitación de algún modo sea diferente de lo que pensaba, y también es posible que el esfuerzo físico me prive de la potencia que necesitaré entre las piernas. Entonces, ¡tendré que matarla y arrancar esos ojos que han visto mi vergüenza! Y demostrar mi poder y mi hombría quitándole la ropa y contemplando su desnudez. Quizá Sonja tenga razón. La «A» es la primera letra de mi nombre, una firma de propiedad. ¡A pesar de su resistencia, es mía!

Pero el ansia continúa. No he conseguido lo que buscaba: la eyaculación, el poder total, su cuerpo que hace cuanto yo deseo y se convierte en una bamboleante prolongación de mi miembro completamente duro y enhiesto.

Me levanto y miro mis manos. ¿Qué hago con los ojos? Están húmedos y pegajosos. ¿Y la ropa? Tengo una bolsa grande en el bolsillo, ¡porque he pensado en ello antes! Primero violación, luego trofeos que recoger.

Pero eso complica el asunto de salir de allí; una bolsa grande llama la atención a estas horas de la noche. También podrían ver que mis rodilleras están húmedas. Llevo guantes y quizá máscara para protegerme de sus uñas, pero en eso no había pensado: que puedan quedar marcas en mi ropa. Lo cual, junto con las bolsas, hace que no pueda volver a la ciudad por Torkelsgatan. Las manchas y el pesado paquete podrían llevar a que alguien se fijara en mí. Tengo que ir por el oscuro descampado y subir por el bosque. Allí estaré seguro un rato, puedo recobrarme y luego dar un rodeo por Brahelunden y llegar al centro desde esa dirección. Yo no vivo aquí, he escogido justo este lugar porque no está especialmente cerca de mi casa pero me permite volver a ella por los senderos del bosque y los campos sin ser visto.

Salí al sendero. Había conseguido acercarme algo más al asesino y había llegado a una conclusión: hacer registrar el bosque hasta Brahelunden. El asesino quizá tuvo que cepillarse la ropa en algún sitio cercano y tal vez dejó rastros tras de sí. Un pañuelo de papel. Los de la policía científica no habían encontrado nada en las inmediaciones del escenario del crimen, pero más lejos quizá el asesino se sintiera más seguro y tomara menos precauciones.

Me costó dejar el lugar. Paseaba arriba y abajo entre las dos farolas más cercanas mientras el viento me lanzaba a la cara gotas de lluvia que arrancaba a los árboles. Como si el asesino, a pesar de todo, hubiera dejado algo allí, un aura perfumada que podía inhalar por mi nariz e interpretar con mi sensible olfato. Una pista que me permitiera avanzar.

Si había sido un intento fallido de violación, ¿por qué no llevaba el rastro del camino hacia los matorrales? El asesino no podía haber sabido de inmediato que la mujer estaba muerta y que tenía que dejarla allí echada. Debería haberla arrastrado hacia un lado y, en ese momento, darse cuenta de que estaba inerte y que, por tanto, ya no era interesante, pues no podía hacer nada con ella. ¿Acaso quería desde el principio matarla para hacerse con algo que ella llevaba encima? ¿Era un atraco camuflado de intento de violación y mutilación digno de un psicópata?

Cuando mis pasos llegaron otra vez hasta la farola más próxima a la ciudad me obligué a seguir. Volví a mirar hacia los charcos de luz saturada de humedad proyectados por las farolas. Era como dejar atrás un sueño. El sueño de otra persona en el que yo podía entrar. Tenía que seguir introduciéndome, profundizar más.

La noche siguiente me la pasé en vela. No porque me hubiera introducido en el mal -ya estoy acostumbrado-, sino porque solo lo había hecho a medias. Sentí la excitación del asesino, pero no conseguí que saliera, solo rebotaba en mi pecho y el cerebro producía imágenes como flashes. Casas altas con las ventanas iluminadas que se alzan como proas en la oscuridad, el reflejo amarillento de las farolas a través de las telarañas de los matorrales, una mujer con ropa de ciudad, su cabello pegado contra mi boca, su agitación recorriéndome los brazos, los pantalones bajados, su carne suave contra mi carne dura, el cuchillo que presiona mi muslo a través del bolsillo, el cuerpo repentinamente relajado, la sangre que fluye y que enseguida cesa, como si me la sacaran.

No basta con imaginar el asesinato. Para calmarme necesito saber qué piensa el asesino mientras está esperando. ¿Quiere tenerla a ella, o a cualquier otra? ¿Quiere la piel cálida, la suave y dúctil vagina, o solo los ojos, la ropa, algo que le perteneciera?

Parte de mi inquietud se debía a que tras este asesinato intuía que no había satisfecho su ansia. ¡Necesitaba seguir, hacerlo de nuevo, mejor, más intensamente! Yo había sentido eso mismo cuando durante una investigación me metí en la piel del culpable: el ansia del poder total. El cuerpo maleable de otra persona, su vida que pasa a ser mía.

Por la mañana llamé a Sonja para decirle que estaba enfermo, algo que había comido. Al día siguiente estaría mejor. Mientras tanto debían registrar el bosque de Stensta y ponerse en contacto con el forense para que les diera un informe detallado de la autopsia.

Volví a acostarme y conseguí dormir porque era de día. La luz diurna se colaba entre las cortinas, por fin había salido del sendero del parque en Stensta.

Pero no dormí tranquilo. A veces escribo mis sueños, y la transcripción de ese día dice que corro a través de un campo oscuro. La última luz anaranjada del sol arde en el horizonte, y al frente, a lo lejos, hay una casa a la que tengo que llegar antes de que se haga completamente de noche. En la mano llevo algo que debo dejar en ella. Jadeo y tropiezo con piedras y con matas.

Cuando llego a la casa, es más grande de lo que pensaba. Corro por habitaciones oscuras y pasillos serpenteantes y, al final, subo por una estrecha y chirriante escalera. Termina en la sala de un torreón donde hay una mujer joven echada en una cama, con las manos sobre la colcha. Extiendo mi mano y veo que llevo una carta para ella. Con una mirada enternecedora, me pide que se la lea.

Es un aviso de incendio en la casa… ¡y es que realmente ha empezado a arder! Veo por la ventana que el campo se ilumina con las llamas amarillas de la hoguera que es la casa. Las paredes crujen y un humo gris negruzco inunda la habitación desde la puerta. La mujer empieza a toser y también a mí me cuesta respirar. El humo se adensa y dificulta la visión.