Solo estuvimos casados dos años. Nunca tendríamos hijos, pero pensábamos vivir juntos toda la vida. La echo mucho de menos, ¡y siento que es una tremenda injusticia! ¡Mi única oportunidad en la vida de no estar solo y desaparece! Ni siquiera recuerdo si le di un beso cuando salió de la habitación del hotel.
¿Qué pudo haber pasado? He dado mil vueltas a todas las posibilidades. La primera es que me abandonara, la policía lo insinuó varias veces: «Quizá no eran tan felices como usted pensaba». Nunca dijimos que fuéramos felices, pero tuvimos una relación cálida y cercana a la que me cuesta creer que Inga-Britt pusiera fin de ese modo. Es verdad que su vida había sido algo inestable anteriormente, pero no durante los últimos años. Quizá quería divorciarse, aunque parecía contenta con nuestra vida en común. Uno nunca puede estar absolutamente seguro de lo que otra persona piensa o siente en su interior. Pero ella no me hubiera dejado así, no era una persona desaprensiva. Además, tras la desaparición su tarjeta bancaria no se ha utilizado y en su cuenta no ha habido movimientos.
Tal vez, por supuesto, la atacaron y luego la asesinaron. Pero ¿en el centro de Helsinki, a plena luz del día y con tanta gente en las calles? ¿Y el cuerpo? No parece posible.
La posibilidad más probable es que se ahogara. Pudo, por ejemplo, caminar desde Salutorget hacia Brunnsparken y haberse caído sin que nadie la viera. Yo he hecho ese trayecto tan ventoso muchas veces. Existen numerosos lugares donde uno puede caerse. O saltar, en un arranque repentino de locura. Luego tal vez el mar se la llevó y la atrapó o la dejó en un islote desierto al que nadie va. Es lo que ando esperando: que la policía llame y me diga que han encontrado a una ahogada que ha sido identificada como Inga-Britt. Porque está registrada como desaparecida y la policía tiene su ADN.
Existe también otra posibilidad más dramática: que la secuestraran. No para cobrar un rescate, sino porque hubiera visto algo que no debía. Le interesaba la arquitectura y entraba a menudo en los patios cuando veía una casa bonita. Por ejemplo, en Skatudden existen un montón de bellos patios en los que se puede entrar (los he visto todos). Si se hubiera topado por casualidad con una transacción de drogas o un asesinato, tal vez los delincuentes se habrían visto obligados a golpearla y llevarla consigo para luego matarla en algún lugar solitario y enterrar o quemar el cuerpo. Suena a fantasía, pero en un caso de cien mil, cuando una persona desaparece sin dar señales de vida, cabe la posibilidad de que haya pasado algo muy extraño. No se puede descartar el delito.
Como ya dije, yo más bien creo que se ahogó. En tal caso, habría en ello un cierto consuelo: volvió a la naturaleza como una planta que se marchita y se disuelve en el eterno ciclo de la vida.
No hace falta decir que esta experiencia me ha afectado mucho. Ese verano de 2002 volví al trabajo tras las vacaciones para tener algo en lo que pensar, pero poco tiempo después tuve que coger la baja por enfermedad. No podía concentrarme, y a veces se me llenaban los ojos de lágrimas. Ahora he vuelto al trabajo, más entero, e intento estar siempre ocupado: hago voluntariamente horas extra no remuneradas, trabajo mucho en mi jardín, hablo más que antes con los vecinos, escribo esto a mano, despacio…
En la práctica, por otro lado, resulta que aún estoy casado. No quiero solicitar que la declaren muerta. Me gusta estar casado con Inga-Britt aunque no esté aquí. Ella es una parte de mí, como mamá y papá. Es como en la naturaleza, que todo forma parte de otra cosa y está formado de lo que un día vivió y luego desapareció. Por eso no estoy solo, aunque de nuevo vivo solo en nuestra casa.
Con mis mejores saludos,
Lennart Gudmundsson
Harald
Acontecimientos del 9 de mayo de 2006
Estar allí sentado, ¡en esa casa silenciosa! La gente se me acercaba para mostrarme una vida que durante decenios había llenado esas habitaciones y el jardín. Una familia más unida que la que yo nunca tuve, ni en la infancia ni de adulto.
De pronto me dolió realmente que Lennart hubiera sido estrangulado en el cuarto de al lado. Era casi como si tuviera un lazo corredizo alrededor de mi cuello. Nunca antes lo había sentido con tanta intensidad, no había conseguido meterme tanto en la persona que había sido la víctima cuando aún vivía.
Pasé mucho tiempo allí sentado pensando en Lennart y en Gabriella. Personas normales que… el repentino corte, sus cuerpos desmembrados. Intenté también imaginarme lo mismo con Jon Jonasson. En la mitad de su vida.
Luego me calmé e intenté hacer un análisis puramente policial. Al igual que con Gabriella, el relato de Lennart apenas nos ofrecía nada importante que no supiéramos, nada que apuntase directamente hacia el asesinato. Y el conjunto tampoco ofrecía patrón alguno. Solo tenían en común que ambos vivían en Forshälla y los habían matado de la misma forma.
Sin embargo, allí tenía que haber algo, ¡el punto de contacto decisivo! Al menos, en la forma de los relatos había una coincidencia que llamaba la atención. Sin duda tenían un punto de partida común. Probablemente iban dirigidos al mismo destinatario, y los dos se habían enviado puesto que faltaban los originales. En el relato de Lennart no había la más mínima insinuación de quién era el destinatario, como tampoco la había en el de Gabriella. Un relato que descubre tanto del que escribe y ni siquiera hay en él una referencia educada o una pregunta dirigida al destinatario.
¿A quién se le escribe así?
¡A una persona del servicio telefónico de ayuda! Así es precisamente como son sus conversaciones: el cliente cuenta su vida, pero el colaborador ha de seguir siendo anónimo y no se le debe preguntar. ¿Eran los relatos, pues, cartas que un colaborador del servicio de ayuda había solicitado y por eso tenían esa forma determinada? La pista del servicio telefónico de ayuda cobraba fuerza. Pero, en tal caso, ¿por qué en casa de Jonasson, que tenía muchos documentos en su ordenador, no habíamos encontrado ningún relato sobre su vida? ¿Tal vez porque los relatos deben escribirse a mano y él no guardó ninguna copia?
Y en ese punto apareció otra perspectiva: la desaparición de Inga-Britt Gudmundsson podía ser algo importante. Habíamos hecho un seguimiento de las dudas de Gabriella en cuanto a la central nuclear; había habido algo extraño en la vida de las dos víctimas, algo que podía llevar al asesinato. En cualquier caso, era algo sobre lo que trabajar.
Yo
Un día de mayo camino de nuevo por la calle peatonal al final de la empinada cuesta de Fästningsbacken. Personas de mirada vaga, caras veladas. Vienen y van. Largas hileras de tiendas de ropa, como si no hubiera nada más importante que justo eso: ocultarte, tener un escenario donde no te tomen por lo que eres. Escabullirte y conseguir una nueva envoltura.
¿Qué es una persona bajo su piel? Pensamientos, sentimientos, recuerdos de una vida. Pero estos deambulan y se retuercen y se devoran unos a otros en una corriente bulliciosa en la que yo mismo nunca puedo verme. ¿Qué soy pues? Una piedra en el fondo de la corriente. O más bien un hoyo, un agujero que el mundo no puede llenar.
Los que me ven creen que soy normal, pero soy increíble. Lo proclamo a gritos. Desde el agujero grito sin cesar: «¿Sabéis quién soy? ¡Alguien que ha vuelto a hacerlo y ha vuelto a quedar libre!». Pero no me oyen. Mi cara es una protección efectiva.
Entre los que están aquí hay muchos que gritan. Maltrato, robos, engaños, infidelidad. O amargura y añoranza: «¡Mi vida tiene que ser algo más, no soy solo esto! Alguien tiene que necesitarme y hacerme sentir que realmente existo».
Conmovedor, debería afectarme. Pero no lo oigo. Los pensamientos y los sentimientos se agitan en su corriente, pero cada uno tiene su propio circuito cerrado. «Entiendo lo que sientes», decimos. ¡Palabrería! Yo siempre estoy fuera de ti. ¿Los demás deben ser importantes para mí solo porque sean personas?