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Cuando entró en casa, él y Denja estaban más nerviosos que enfadados. Nerviosos porque el hombre vuelva, quizá con amigos, o quizá envíe a la policía llamándoles por teléfono. Entonces nos encontrarán a todos y «esas» (se refería a nosotras, las chicas) pueden decir cualquier cosa sobre Galina, le decía Sergej a Denja. Se miraron y de repente empezaron a correr y a buscar cosas en la casa. Nos gritaron que recogiéramos nuestras cosas porque teníamos que salir de viaje inmediatamente.

Denja volvió de la cocina y nos dio muchas bolsas de plástico. Recogí mi ropa, los productos de maquillaje y los cuadernos, que escondí abajo en la bolsa, y pensé en coger otras cosas, pero apenas había nada. Mis cosas antiguas de Rusia estaban rotas o eran infantiles, y los regalos de Sergej y Denja eran adornos pequeños.

Quise coger una chaqueta de calle, pero la que traje de Rusia estaba vieja y me venía pequeña. Le pedí a Denja una chaqueta, pero me gritó que había que darse prisa y no escuchó lo que le decía. Tuve que coger mi chaqueta antigua que era pequeña, y Liza y Larissa también tuvieron que coger las suyas viejas de Rusia. «Pero al menos saldremos de este XXX lugar», dijo Larissa empleando una palabrota rusa. Todas corríamos y teníamos prisa, y Sergej gritaba «Davaj, davaj!», que significa «¡Daos prisa!». Él llevaba una bolsa abierta con algunos cuadernos… ¡y dinero! Montones de billetes sueltos: billetes marrón claro de cincuenta euros como los que le daban los clientes muchas veces.

Pronto Sergej abrió la puerta y gritó «Davaj!» de nuevo y todas salimos rápido hacia el coche, las bolsas rápidamente en el maletero, y luego Larissa, Liza y yo en el asiento de atrás; Sergej conducía y Denja iba sentada a su lado, con la bolsa del dinero en su regazo. Vi que se ponían el cinturón de seguridad y busqué en el asiento, pero atrás no había.

Luego Sergej arrancó el coche y salimos deprisa. Primero pensé que era divertido salir de la casa y viajar por las calles de Forshälla, pero enseguida me di cuenta de que Sergej conducía muy rápido y mal. Le dijo a Denja que mirara todos los coches, por si el cliente de Galina iba en alguno. «Le voy a matar», gritaba, y le decía a Denja también a gritos que no miraba con atención. Conducía como un loco; las chicas salíamos disparadas arriba y abajo y a los lados. Denja gritaba y le dijo que la policía nos detendría si conducía así. Entonces frenó un poco y se calmó algo, pero luego creyó que el cliente de Galina iba en un coche: «Ahí está». Sergej giró rápido a la izquierda, pero no vio ningún otro coche. Liza gritó y yo solo vi un gran coche negro que venía directo a nosotros. Luego ya no recuerdo más. Desperté bajo una intensa luz y me dolía la cabeza. Fue lo primero. Luego el estómago y las piernas, y sentí que no podía moverme. Abrí los ojos y lo comprendí; estaba en el hospital, herida. Tuve miedo y grité, pero apenas salió sonido. El suficiente al menos para que viniera una enfermera, que dijo: «Vaya, hemos despertado. ¡Hola!». Era muy amable y habló mucho rato conmigo. Dijo que había estado inconsciente tres días y que me habían operado dos veces.

Luego vino un doctor y habló de conmoción cerebral, costillas rotas y la pierna izquierda rota por dos sitios. También dijo algo sobre el «bazo» que no entendí. Tenía también heridas en la cara y debía estarme quieta mucho tiempo, pero me pondría bien del todo, dijo. Y tenía razón. Lo puedo decir ahora que ya estoy bastante bien.

Tres meses tumbada en el hospital. Dos meses realmente echada, pero luego caminando con cuidado y entrenando la pierna. Antes de eso, otra operación, del bazo.

Vino la policía y preguntó qué había pasado. Yo dije lo que sabía y les conté sobre los cuadernos. Los encontraron entre nuestras cosas, que se habían llevado a la comisaría tras el accidente, y allí se quedaron porque la policía decía que eran importantes e interesantes. Pero nunca encontraron a Sergej y Denja. Cuando llegó la policía, en el coche solo estábamos las tres chicas, todas heridas. Nadie más, ni tampoco el dinero.

Larissa y Liza también estaban en el hospital, aunque al principio en otra sección, con otras heridas; Larissa en el pulmón, y Liza en los ojos. Pero tras unas semanas pudimos estar juntas en la misma habitación, cuando una asistenta social dijo que lo arreglaría. Era buena, pero preguntaba demasiado sobre la casa y lo que hacíamos allí, aunque nosotras no queríamos hablar de eso. Ni siquiera cuando la asistente social buscó un intérprete de ruso. Pero un poco sí tuvimos que decir.

Cuando las tres estábamos en la misma habitación, hablábamos mucho en ruso y estábamos contentas de estar lejos de la casa y de los clientes, pero también teníamos miedo de lo que Sergej podía hacernos. Podía decir que nos habíamos escapado. Larissa dijo que teníamos que solicitar «asilo» para que no tuviéramos que volver a Petersburgo, donde podían estar Sergej o sus amigos. Hablamos con un médico, pero él dijo que habláramos con la asistente social. Ella nos dijo que el asilo era posible, y habló con un abogado. A él le contamos sobre Sergej, que éramos suyas y que podía estar en Petersburgo, y el abogado dijo que estaba bien como «amenaza creíble». Leyó mis diarios en la comisaría y dijo que eran buenos. Son un «documento estupendo» que muestra que Sergej es peligroso. Cuando nos preguntaran, Larissa, Liza y yo teníamos que decir que Sergej era nuestro dueño y que nos puede matar en Petersburgo. Y también teníamos que contar, aunque fuera desagradable, lo que pasaba en la casa en Gröndal (se llamaba en verdad Gröndalen). «Todos saben que no fue culpa vuestra», dijo el abogado.

Ahora las tres estamos en un campamento de refugiados y vuelvo a escribir en un cuaderno. Aquí hay muchos otros que esperan recibir asilo, pero no hay nadie más de Rusia. Está bien, así no hay nadie que conozca a Sergej y nos cuente cosas sobre él. Tenemos miedo de que nos encuentre.

Vamos a la escuela porque somos jóvenes y sabemos sueco. Yo la que más, y sé escribir, pero Larissa y Liza aprenden también más cada día. Ahora quizá podamos quedarnos en Finlandia y luego, tras la escuela, empezar realmente a limpiar y tener un trabajo. Primero quizá vayamos a una familia de acogida, la misma para las tres si es posible. Tenemos que esperar y ver qué pasa; intentar aprender también finlandés si queremos trasladarnos a Helsinki.

Escribí a la madre de Galina y a Sasha en Toksovo. Les conté que Galina les perdonó, pero que ahora estaba muerta. No escribieron ninguna respuesta, por lo que no sé si las cartas llegaron a la dirección correcta.

Pienso que más tarde puedo hacer que Kolja venga aquí. Le escribí desde el hospital a Petersburgo y lo busqué en su escuela, ¡y tuve suerte! Ahora está en un orfanato, ya que la abuela murió, pero sigue yendo a la misma escuela y sabe escribir y puede contarme cosas él mismo, aunque no escribe muy bien. Nos mandamos muchas cartas, y yo le digo que podrá venirse aquí cuando tenga un trabajo o una familia de acogida. Él me cuenta que el orfanato de chicos no está tan mal en Petersburgo y que quizá no quiera mudarse, pero yo quiero que cambie de idea. Le escribo que quizá Sergej lo encuentre y le haga daño. Por eso también Kolja tiene que dejar el orfanato y venir a Finlandia conmigo. Quizá sea posible.

Conversación grabada

Lo que sigue a continuación es una transcripción de la conversación que mantuvimos Gunnar Holm y yo, Harald Lindmark, la tarde del domingo 10 de septiembre de 2006. El escenario exterior en el que nos encontramos es Euraåminne, cerca de Olkiluoto. Estamos sentados en una roca cerca de la playa limpiando pescado en una ensenada resguardada. A lo lejos se divisa el perfil de la central eléctrica bajo un cielo azul claro de otoño; a nuestro alrededor está el bosque, en tonos verdes y amarillentos, cerca de la orilla del agua. Hemos estado pescando con caña desde las rocas y hemos tenido suerte; hemos hablado de pesca y de cosas cotidianas. La transcripción comienza cuando la conversación se adentra en asuntos que atañen a las investigaciones en curso.