Lindmark: Lo es.
Holm: Demonios… ¿y piensas encerrarme? Somos… viejos amigos. Y ya te he dicho que recibirás dinero, mucho dinero que hará más dulces los años de la jubilación, ¿eh?
Lindmark: No, gracias.
Holm: Pero ¡dijimos que llegaríamos a un acuerdo como viejos amigos! ¡Lo prometiste! Y piensa en lo que podrías llevarte. Ahora, sin Inger, eres libre… Mujeres jóvenes, el extranjero, donde no se fijan tanto en la cuestión de la edad. En Tailandia, por ejemplo…, pero ¿qué rebuscas en mi mochila?
Lindmark: Solo esto.
Holm: ¿Una pistola?
Lindmark: Cuando cargamos el coche la pasé de mi mochila a la tuya. Imaginé que me registrarías, así que tanto la pistola como el micrófono estaban más seguros contigo. La cogí porque… después de lo que has hecho…
Holm: Entonces, ¿me tienes miedo, Harald?
Lindmark: Tengo que… poder acabar contigo.
Holm: ¡Confiesa que tienes miedo! Soy más de lo que puedes vencer sin armas. Soy el Cazador, cien veces más hombre que tú. ¡Maldita sea, no creas que…!
[Ruido de pelea y ropa que se rasga. Alboroto, jadeos. Un tiro. Crujidos en el micrófono. Luego solo silencio en la cinta.]
Harald
Acontecimientos del 10 de septiembre de 2006
Cuando saqué la pistola, Gunnar se lanzó hacia delante. Vi cómo se me echaba encima y me agarraba para estrangularme. Todavía puedo sentir su pulgar contra mi garganta. Durante la disputa le disparé al azar en el muslo derecho. Cayó al suelo y, gritando, se acurrucó presionando con las manos la herida. Alargué mi brazo y con el dedo en el gatillo le apunté a la nuca.
Mientras esperaba que Gunnar propusiera un paseo o una excursión, yo había visto dos películas en mi cabeza. En una le mantengo a raya con la pistola mientras él conduce a la comisaría, donde lo dejo en el calabozo. Luego subo a mi despacho y escribo un corto informe, sopeso si llamar yo mismo a Britta y contarle lo que ha sucedido con su marido, pero lo dejo para el personal del calabozo. Al fin y al cabo, me parece menos cruel.
En la otra película, apunto a Gunnar con la pistola y le explico que es un asesino que no tiene derecho a seguir viviendo. Tiene que yacer tan muerto como sus víctimas. Le disparo en el pecho y, por seguridad, le disparo también en la nuca. Después lleno su mochila con piedras y se la cuelgo de los hombros. La ato bien con sedal para que no se deslice y evite para siempre que el cuerpo salga a flote desde esa profundidad a la que pienso hundirlo. Me veo dirigiéndome hacia el mar y la costa boscosa. Nada se mueve. Nadie me ha visto. Britta está destrozada y confusa, pero no tiene por qué enterarse de que su marido era un asesino.
Mientras veía todo esto, me acechaba además un miedo que no quería que aflorara. El Cazador era Gunnar, un extraño que podía hacer cualquier cosa. Y entonces veo, me permito ver, que existe una tercera posibilidad: que sea a mí a quien hunden en el mar…
No había podido elegir entre las dos películas.
Sabía casi con total seguridad lo que Gunnar había hecho, pero no sabía cómo había pensado. Había leído y releído las cortas cartas del Cazador a Philip, pero no había conseguido dilucidar si eran psicopáticas o solo autosuficientes e inmorales. Cuando iba en el coche hacia la costa seguía sin tenerlo claro, y pensé que la actitud de Gunnar lo decidiría. Cuando le descubra, ¿se mostrará angustiado y furioso o se justificará desdeñoso?
Estuve mucho rato allí en la playa, apuntándole. Él, con su actitud arrogante, había elegido la segunda película, y mi brazo estaba tenso, mi dedo índice rozó el gatillo…
Pero yo no podía disparar a una persona indefensa y herida. El policía que había en mí tomó el mando y ató enseguida un torniquete por encima de la herida. Sangraba, pero no tanto como cuando se rompió la arteria. La bala había salido por el otro lado, la herida era relativamente superficial, pero la carne estaba tan dañada que Gunnar, con la cara contraída por el dolor y cubierta de sudor frío, balbuceaba sin parar que tenía que verle un médico. Le ayudé a llegar cojeando al coche, le até las manos por seguridad y conduje hasta el hospital comarcal.
De camino hacia allí llamé al servicio de urgencia de la policía y cuando llegamos al hospital, dos de nuestros asistentes estaban allí esperando. Uno de ellos era Markus, alegre como siempre. Cuando el personal del hospital levantó al paciente atado y se lo llevó en una camilla, se volvió extrañado hacia mí y preguntó:
– ¿Qué ha pasado con Gunnar?
– Lo he detenido por los asesinatos de Dahlström y Gudmundsson. Resultó herido cuando lo hice.
– ¿Quieres decir que es… el Cazador? -dijo Markus con una sonrisa insegura, como si todo fuera una broma.
– Sí. Tenemos una confesión -respondí.
Entonces vi que su sonrisa infantil desaparecía. De golpe se convirtió en un hombre adulto.
Y comprendí que la vida había cambiado para todos nosotros.
Con fría premeditación, sin sufrir una situación de pánico ni una enfermedad mental, mi amigo y colega Gunnar Holm había decidido matar a otra persona. Y a continuación lo llevó a cabo, una vez, dos veces. Es imperdonable.
Nunca antes había yo experimentado en profundidad mi responsabilidad hacia las víctimas. Pero al leer sus relatos sentí el pulso de la vida y la devastación de la muerte. Gabriella y su bebé nunca podrán tocarse el uno al otro. Lennart no volverá a ver un árbol ni a hablar con una persona.
Pero Gunnar sigue vivo, aunque sea en la cárcel. Siente su vida interior, ve el mundo, come, lee el periódico, habla con otros. No es justo. Crea un desequilibrio moral que yo pude haber arreglado cuando tenía la pistola apuntada a su cabeza.
Durante las últimas cuatro semanas no he dormido mucho. He pensado en lo que habría hecho si Gunnar no hubiera sido herido, pero no encuentro respuesta. No sé qué vieron mis ojos cuando se me echó encima, si cárcel perpetua o muerte inmediata.
Le dejé vivir.
Era un error, pero justo.
Justo, pero incorrecto.
Por las noches me he quedado levantado y he escrito mi relación de los hechos para entender cómo he cambiado como persona y como policía durante el pasado año. Me ha hecho bien, veo lo que me ha sucedido. Ahora cierro un sobre grande que contiene tanto el informe como copias del materiaclass="underline" la transcripción de las grabaciones, los relatos de Gabriella y Lennart, la confesión de Philip y los cortos informes que el Cazador le mandó.
El sobre se abrirá un día.
Quizá quien entonces lo lea podrá entender cómo soy.
Forshälla, 8 de octubre de 2006
Harald Lindmark,
comisario criminalista
Final
Acontecimientos del 17 de octubre de 2006
Mi informe estaba acabado y mi ritmo vital volvió a la normalidad. Cuando había transcurrido algo más de una semana, un martes por la tarde llegué a casa procedente de la comisaría. Eran casi las seis y media, pues había pasado por la tienda de comestibles. Abrí la puerta y dejé la bolsa de la compra al tiempo que con ese mismo movimiento recogía el correo del suelo: un periódico gratuito, la bien conocida factura de la licencia de televisión y un sobre blanco sin remitente. Lo habían mandado desde Forshälla el día anterior. El nombre y la dirección estaban correctamente escritos en mayúsculas con una letra impersonal con un bolígrafo azul.
Me quité la ropa de calle y abrí el sobre con el meñique derecho. Dentro había un folio blanco normal, tamaño A-4, doblado por la mitad. Enseguida vi la foto impresa que cubría medio folio. En ella se veía a un hombre con el brazo extendido que apuntaba con una pistola a un bulto en el suelo. Sus rasgos estaban tan tensos que los ojos no eran sino dos rendijas estrechas.
¡Era mi cara!
Di la vuelta al papel inmediatamente. Detrás, escrito en mayúsculas con la misma caligrafía que en el sobre, ponía: