Los hermanos Dickey eran los dos individuos menos atractivos que Jordan había conocido en su vida. Ambos tenían la constitución de un luchador acabado que había dejado de cuidarse la musculatura. Tenían el cuello grueso y los hombros redondeados. J.D. era más alto que su hermano, pero no demasiado. Randy tenía bastante barriga, además de una buena papada. Los dos tenían los ojos pequeños, pero los de J.D. estaban muy juntos, como los de un hurón.
La jefa de policía prestó finalmente atención a Jordan.
– Soy la jefa Haden -dijo-. ¿Y usted? -Como tenía el carné de conducir de Jordan en la mano, era evidente que sabía perfectamente quién era, pero si quería seguir las formalidades, no iba a llevarle la contraria. Le dijo su nombre y le dio su dirección-. Quiero que me conteste algunas preguntas ahora mismo. ¿Sabe quién es el hombre que está en el maletero de su coche? -prosiguió la jefa-. El fallecido. ¿Sabe su nombre?
– Sí -contestó Jordan-. Es el profesor Horace Athens MacKenna.
– ¿De qué lo conoce? -preguntó la jefa.
Jordan explicó rápidamente dónde y cómo había conocido al profesor y por qué estaba en Serenity. La jefa Haden no daba la impresión de creerse ni una sola palabra de lo que estaba diciendo.
– Va a acompañarme a la comisaría de policía -dijo-. Tiene que dar muchas explicaciones. Esperaremos a que llegue el forense, de modo que no me cause problemas o me veré obligada a esposarla.
Sin decir nada, el sheriff Randy y su hermano volvieron a su coche. J.D. llevaba una repugnante sonrisa de satisfacción en los labios.
– ¿Puedo preguntarle algo, jefa Haden? -soltó Jordan, que seguía furiosa, pero conservaba la calma. Que fuera agradable habría sido pedirle demasiado.
– Que sea rápido. -La jefa había utilizado un tono insolente.
– ¿Cómo ha sabido el sheriff que había un cadáver en el maletero?
– Dijo que su hermano había recibido un soplo por el móvil. No sé si es cierto o no.
El sheriff Randy no hizo caso del comentario. Pero su hermano, sí.
– ¿Acabas de llamarme mentiroso? -bramó tras darse la vuelta. Y cuando la jefa no le respondió, añadió-: ¿Vas a creer a una asesina antes que a un ciudadano respetuoso de la ley?
– El FBI puede comprobar las llamadas entrantes del móvil del sheriff y todas las llamadas que han recibido los dos hermanos durante las últimas veinticuatro horas. Eso resultará útil, ¿verdad, jefa Haden? -intervino Jordan.
– Sí, claro -resopló J.D.-. Como si el FBI fuera a tomarse la molestia por un homicidio en este pueblo dejado de la mano de Dios. No le harán ningún caso.
– Ya los he llamado, y vienen hacia aquí -respondió Jordan.
No había duda de que había captado la atención de todos con esa afirmación.
– ¿Por qué ha llamado al FBI? -preguntó la jefa.
– Mi hermano Nick es agente del FBI. He hablado con su compañero y me ha asegurado que él y Nick estarían aquí en poco tiempo, pero que, mientras tanto, enviaría a un par de agentes de la oficina de este distrito.
El sheriff Randy no pareció inmutarse al oír que el FBI iba a involucrarse en el asunto. J.D., en cambio, parecía asustado y enojado.
– Es un farol. -El sheriff Randy siguió dirigiéndose hacia su coche.
– Un momento -bramó J.D.-. Mi hermano tiene derecho a interrogarla.
– No, no lo tiene -replicó Jordan.
J.D. la fulminó con la mirada, pero ella no se inmutó. Sabía que estaba intentando asustarla, pero no iba a acobardarse. Entonces, J.D. dio un paso amenazador en su dirección.
«Adelante -pensó-. Antes me has pillado desprevenida, pero no volverá a suceder. Esta vez estoy preparada.»
– Maggie, ¿vas a dejar que el FBI venga y te diga qué hacer? -gimió J.D.-. ¿Después de todo lo que Randy y yo hemos hecho por ti? No serías jefa de policía si no fuese por…
– Oye -lo interrumpió Haden-, no voy a dejar que nadie me diga qué hacer. ¿Randy?
– Dime, Maggie -preguntó el sheriff tras volverse hacia ella.
– ¿Qué estabas haciendo aquí? ¿Y por qué vas sin uniforme?
– Me había tomado el día libre -contestó-. ¿No ves las cañas de pescar en el coche? Había venido a pescar con mi hermano.
– Siempre vas a pescar en furgoneta -indicó la jefa.
– Pues parece que hoy no, ¿verdad?
– No hace falta que te pongas sarcástico conmigo -advirtió la jefa-. Vete a pescar y déjame hacer mi trabajo.
– Pero el FBI… -empezó a decir J.D.
– Espero que su comisaría de policía sea grande o mi familia no cabrá en ella -lo interrumpió deliberadamente Jordan-. Estoy segura de que todos mis hermanos se habrán enterado ya y estarán de camino. Y tengo muchos hermanos. Lo curioso es que casi todos ellos forman parte de las fuerzas de seguridad. Theo, mi hermano mayor -explicó en un tono irritantemente alegre-, no es de los que se dan pisto, pero ocupa un cargo elevado en el Departamento de Justicia. -Se quedó mirando la cara fea de J.D. y especificó-: El Departamento de Justicia de Estados Unidos. En este momento, Alec trabaja de incógnito para el FBI, pero también querrá estar aquí. Oh, y también está Dylan. Es jefe de policía. Me imagino que querrá hablar con el sheriff Randy y con J.D. Ninguno de ellos se va a creer esa tontería de la persecución en coche, ¿saben? Y como yo, se van a preguntar quién está mintiendo y por qué.
– Será puta -espetó J.D.
– Súbete al coche, J.D. -ordenó su hermano-. Maggie, quiero hablar contigo en privado.
– No se mueva de aquí -dijo la jefa a Jordan-. Vigiladla, chicos -gritó a los sanitarios mientras se dirigía deprisa hacia el sheriff.
Desde donde estaba Jordan observó cómo los dos hablaban. La jefa se acercó todo lo que pudo al sheriff y asintió varias veces con la cabeza, para mostrar su acuerdo con lo que éste le estaba diciendo.
«Mala señal -pensó Jordan-. Muy mala señal.»
Pasaron un par de minutos hasta que, por fin, los hermanos Dickey se subieron al coche y se marcharon.
– Voy a averiguar qué está pasando -aseguró la jefa Haden, que parecía indignada-. ¿Qué ha hecho para irritar al sheriff?
– Nada -replicó Jordan.
La jefa prosiguió como si Jordan no hubiese hablado.
– Va a decirme por qué el sheriff quería llevarla con él para interrogarla. ¿Qué sabe sobre usted?
Antes de que Jordan pudiese decirle que no tenía la menor idea de lo que había en las mentes retorcidas de los hermanos Dickey, y que no tenía ninguna intención de averiguarlo, el forense, con gafas de sol y una gorra de los Dallas Cowboys, llegó al estacionamiento en un descapotable rosa.
Del sujetó a Jordan por el brazo.
– Venga a la ambulancia y espere con nosotros -le dijo.
Jordan acompañó al sanitario pero no perdió de vista a la jefa Haden, que estaba junto al coche de alquiler charlando con el forense. Cuando estuvo preparada para irse, metió a Jordan en el asiento trasero de su coche patrulla, pero no se molestó en esposarla. Arrancaron y se detuvieron en la esquina. Haden llamó a su ayudante y le pidió a su mujer que lo buscara y le dijese que se presentara en la comisaría de policía lo antes posible.
– Dile a Joe que estoy investigando un homicidio.
Jordan se estremeció por dentro al oír la alegría que reflejaba su voz. Después, la jefa arrancó de nuevo y recorrió a toda velocidad el pueblo con la sirena puesta.
Capítulo 10
La comisaría de policía era muy pequeña. A Jordan le recordó el escenario de una vieja película del Oeste. Había dos mesas con una barandilla alta de madera entre ellas y una puerta de vaivén que daba al sanctasanctórum, con una diminuta oficina para el jefe en el fondo de la sala. Una puerta situada a la izquierda daba a un pasillo que conducía a un cuarto de baño y a una única celda.