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Jordan pensó que les iría bien otra tormenta en ese momento. Se protegió los ojos con las manos y los alzó hacia el cielo. Ni una nube a la vista. El sol brillaba y caía sobre ellos sin piedad. Como era habitual, el sol del desierto era implacable.

– No, señor -murmuró Joe-. No había visto nunca nada igual. -Aunque no tenía ninguna duda de que el incendio había sido provocado, quería y necesitaba confirmarlo-. Mirad cómo arde, las cuatro esquinas de la casa ardiendo de esa forma. Es como si la hubiesen bombardeado con napalm. -Joe dejó de prestar atención a las llamas y miró a Noah-. Sé que es competencia del jefe de bomberos, pero me apuesto lo que quieras a que dirá que ha sido provocado. ¿No estás de acuerdo?

– Eso parece -confirmó Noah sin vacilar-. Y diría que se ha utilizado un acelerador muy fuerte para iniciarlo y mantenerlo vivo.

– No había visto nunca arder una casa tan deprisa -repitió Joe, claramente impresionado-. Pero no lo entiendo. ¿Por qué incendiarla? Los inspectores y la policía científica de Bourbon ya la habían procesado de arriba abajo, y todas las pruebas que encontraron estaban guardadas en bolsas en el laboratorio. Vosotros también vinisteis. Visteis lo que quedaba. Sólo periódicos viejos y muebles destartalados. ¿Visteis algo que valiera la pena quemar? Porque yo no.

Joe se movió para poder ver a Jordan, que estaba al otro lado de Noah.

– Siento lo de esas cajas de documentos. Sé que esperabas poder tenerlos.

– Bueno…

No lo sacó de su error. Era evidente que Joe olvidaba que había hecho fotocopias. O eso, o creía que todavía le quedaban por hacer, pero ya no importaba. Los originales de la investigación del profesor habrían formado parte de su patrimonio, y ya no los necesitaba.

– No creo que nadie se tomara tantas molestias para incendiar una casa sólo para librarse de unos papeles que contenían viejos relatos históricos -concluyó Joe.

Jordan observó a los bomberos voluntarios. Habían renunciado a intentar salvar la casa del profesor y trabajaban frenéticamente para impedir que el fuego se propagase a la casa contigua. Si se levantaba viento, podría arder toda la manzana.

– ¿Os habéis asegurado de evacuar a todos los vecinos? -preguntó.

– La vieja señora Scott es la única que me ha causado problemas -asintió Joe-. No me dejaba acercarme para ayudarla a bajar los peldaños de la entrada. Uno de los bomberos se la ha llevado pataleando y gritando. ¿Sabéis qué le he oído decir? Que no quería perderse las telenovelas.

– ¿Por qué no quería que te acercaras?

– No cree que nadie haga nada por ella. Es una mujer realmente insoportable. Un día llama al sheriff Randy y al siguiente a mí para quejarse de algo. No le importa de quién sea jurisdicción. Si cualquiera cruza el jardín, tanto si es el delantero como si es el trasero, le da un ataque. Dice que es allanamiento de morada. El otro día me llamó porque unos niños le pisaban las flores del porche delantero. -Señaló hacia la derecha-. Su casa es ésa, la segunda después de la de MacKenna. Decidme algo: ¿vosotros llamaríais «flores» a esas malas hierbas?

Noah quiso volver al tema que le preocupaba.

– ¿Has hablado con los vecinos? ¿Les has preguntado si han visto a alguien rondado la casa del profesor MacKenna?

– Todavía no he hablado con todos -admitió Joe-. He llegado apenas unos minutos antes que vosotros, y estaba ocupado evacuando las casas. Ahora empezaré a hacer preguntas. ¿Os importaría ayudarme? -Se acercó al grupo de gente apiñada en la esquina, pero se detuvo-. Estoy desbordado -confesó-. No tengo experiencia, y no puedo estar en todas partes a la vez. Creo que me iría bien que me ayudaran un poco tus amigos del FBI. ¿Por qué no los llamas?

«Ya era hora», pensó Noah.

– Lo haré encantado -respondió en cambio, e hizo la llamada inmediatamente, antes de que Joe cambiara de parecer. Le saltó el buzón de voz de Chaddick y le dejó un mensaje pidiéndole que lo llamara.

– ¿Dónde están los ayudantes? -preguntó Jordan mientras se dirigían hacia los vecinos-. Sé que el sheriff de Grady está en Hawái pero ¿no les pediste a sus ayudantes que te echaran una mano?

– Y me están ayudando -aseguró el jefe-. Ahora mismo están peinando dos condados en busca de J.D. Podría estar escondido en unos mil sitios, pero lo seguirán buscando hasta encontrarlo y lo llevarán a comisaría para interrogarlo.

Los vecinos del profesor MacKenna tenían muchas ganas de contar lo que sabían pero, por desgracia, ninguno había visto nada fuera de lo normal. Una mujer se había fijado en una furgoneta de limpieza de moquetas que pasaba por la calle, pero estaba bastante segura de que había seguido su trayecto hacia la manzana siguiente.

La señora Scott tenía información, pero cada vez que Joe intentaba hablar con ella, le daba la espalda y alzaba los ojos al cielo. Decidieron que lo mejor sería que Noah la conquistara, lo que sólo le costó un par de sonrisas y una mirada de compasión cuando soltó una perorata sobre sus flores.

– El caso es que vi a alguien -afirmó-. Ese cantamañanas de Dickey atajó hoy por mi jardín trasero. Lo vi clarísimamente. Yo estaba sirviéndome mi zumo de cereza junto al fregadero de la cocina porque me gusta tomármelo mientras veo mis programas. -Se detuvo para fulminar a Joe con la mirada antes de proseguir-: Entonces vi cómo Dickey pasaba a hurtadillas. Llevaba algo que tenía un asa grande, como una lata de gasolina. Empecé a abrir la puerta trasera para gritarle que saliese de mi propiedad, pero iba tan deprisa que antes de que pudiera descorrer el segundo cerrojo ya se había ido. Apenas cinco minutos después, oí que gritaban que había un incendio y empezaron a llamar a la puerta principal, así que me levanté de la butaca y subí el volumen del televisor para poder oír mis programas. -Volvió a fulminar con la mirada a Joe.

– ¿Está segura de que era J.D.? -preguntó éste.

– No estoy hablando con usted -espetó la mujer-. Si me lo preguntase este joven tan amable, le diría que sí, que era Julius Dickey. Vi perfectamente ese cinturón con la hebilla enorme que siempre lleva puesto. Era él.

Joe y Noah les dieron las gracias a los diversos vecinos y bajaron la calle. Jordan se quedó rezagada para hablar con algunas de las mujeres. Al darse cuenta de que no estaba con él, Noah se volvió y vio que la señora Scott señalaba con un dedo acusador a Jordan. Así que se le acercó para decirle que tenían que irse.

– ¿Nos vamos de aquí o de Serenity? -quiso saber Jordan después de despedirse de los vecinos.

La verdad era que Noah no lo sabía. Aunque tenía muchas ganas de sacarla del pueblo y embarcarla en un avión rumbo a Boston, Jordan estaba en medio de aquella locura, y hasta que supiese por qué el asesino estaba empeñado en involucrarla y en retenerla en Serenity, no iba a dejarla sola ni un segundo.

Se le ocurrió que no quería separarse nunca de ella.

Sacudió la cabeza para intentar aclararse las ideas.

– ¿Sabes cómo se ha dirigido a mí la señora Scott? -le comentó Jordan.

– ¿Cómo? -Noah redujo la marcha.

– «Oye, tú.»

– ¿Y? -sonrió Noah.

– Lo ha dicho justo antes de preguntarme por qué había venido a Serenity.

– ¿Y qué le has contestado?

– Para hacer estragos -dijo Jordan.

– Buena respuesta.

– Asegura que Serenity antes era un sitio tranquilo.

– Hasta que llegaste tú -completó Noah.

– También quería saber cuándo me iba a ir. Creo que planea encerrarse en casa con llave hasta que yo me haya largado.

– Pronto -prometió Noah tras soltar una carcajada-. En un par de horas estaremos en la carretera. Joe me ha pedido que esperase a que lleguen Chaddick y Street. Está nervioso. Es un caso importante, y no quiere meter la pata. Sé que estás lista para marcharte…

– Tengo sentimientos encontrados -soltó ella, algo vacilante.