– ¿Ah, sí? ¿Y eso?
– Quiero irme, pero también quiero averiguar quién, qué y por qué. Y tengo la extraña sensación de que la respuesta está delante de mis narices.
– Podrás leer toda la historia en los periódicos cuando este asunto se termine -apuntó Noah.
Lo de leer la trajo algo a la memoria a Jordan, pero era tan vago que no consiguió descifrar qué era.
– ¿Volverás al pueblo después de dejarme en el aeropuerto?
– No voy a dejarte en ninguna parte, cariño.
Cuando la llevó hacia el coche, Jordan volvió la cabeza y vio a Joe en mitad de la calle, hablando con un bombero.
– ¿Cuál es el plan entonces? -quiso saber.
– Voy a acompañarte hasta Boston, así que no, por mucho que me gustaría ayudar, no voy a volver al pueblo. De todas formas, ésta no es mi zona. Chaddick es quien está al cargo ahora, o lo estará en cuanto me devuelva la llamada, y sabe muy bien lo que hace. Lleva tiempo en ello y tiene mucha experiencia.
Cuando llegaron al vehículo, le dio las llaves.
– ¿Por qué no pones el motor en marcha y conectas el aire acondicionado? Enseguida vuelvo.
Jordan se sentó al volante, giró la llave en el contacto, y ajustó el aire acondicionado. Observó a Noah por el espejo retrovisor. Él y Joe hablaban entonces con el bombero. Joe sacó el móvil e hizo una llamada mientras Noah regresaba al coche. Sacudía la cabeza con aspecto frustrado. Se dirigió al asiento del copiloto, pero Jordan se deslizó hacia ese lado y le hizo señas para que condujera él. Como vio que el sudor le resbalaba cuello abajo, movió la rejilla de salida del aire acondicionado para que le soplara directamente a él.
– ¿Por qué no quieres conducir? -preguntó.
– Por el tráfico -respondió Jordan-. No soporto conducir cuando hay tráfico.
Tardó un segundo en darse cuenta de lo que había dicho.
– ¿Qué tráfico hay en Serenity? -rio Noah-. ¿Tres o cuatro coches delante del tuyo?
– De acuerdo, no soporto conducir. -Y, antes de que Noah pudiese comentar nada, le preguntó-: ¿Qué ha pasado con Joe?
– Va a conseguir una orden para registrar la casa de J.D. Ahora mismo está hablando con un juez de Bourbon.
– Voy allí contigo -soltó Jordan-. Porque me apuesto algo a que encontraré mi portátil. Y si lo encuentro…
– ¿Qué? ¿Qué harás?
– Algo -aseguró-. Contiene todos mis archivos, todas mis cuentas…
– ¿Te preocupa que alguien obtenga información privada?
– No. Está codificada, Noah. Nadie podría acceder a mis archivos.
– Entonces, ¿por qué te preocupa tanto?
– Sé que con toda la información y todos los datos adecuados puedo resolver este asunto.
Noah estaba mirando por la ventanilla.
– Me gustaría saber cuánto tardará Joe en meterse en el coche y dirigirse a casa de J.D.
– Diría que unos cinco segundos. -Lo dedujo a partir del hecho de que Joe corría hacia ellos.
– Ya la ha firmado -le gritó a Noah-. Pero podríamos haber entrado de todos modos. Acaba de llamar un vecino. La puerta principal de la casa J.D. está abierta de par en par.
Un momento después, iban de camino.
– ¿No debería llamar alguien al sheriff Randy?
– Eso se lo dejo a Joe -respondió Noah a la vez que se encogía de hombros.
– El sheriff ha cambiado totalmente de actitud. -Jordan se movió incómoda en su asiento-. En la comisaría de policía fue casi… humilde. Pero recuerdo que cuando llegó al estacionamiento con su hermano y vio cómo J.D. me pegaba, fue bastante odioso.
– Hace lo que puede para evitar que su hermano se meta en problemas. Sabe que…
– ¿Qué sabe?
– Que J.D. es una causa perdida. Pero comprendo su lealtad. Es su hermano.
– ¿Tiene J.D. esa clase de lealtad? Me apuesto lo que quieras a que no. Al sheriff Randy le irían mejor las cosas si su hermano estuviera en la cárcel. -Jordan se frotó los brazos como si de repente hubiese tenido un escalofrío-. Si J.D. está en su casa, ve con cuidado. Había cierta locura en su mirada. No sé cómo explicarlo. Era odioso… y espeluznante.
– Me muero de ganas de conocerlo. Yo también puedo resultar de lo más odioso.
– Recuerda que es inocente hasta que se demuestre lo contrario -indicó ella.
– Te golpeó. Eso es lo que recuerdo.
Joe detuvo su coche en el camino de entrada de la casa de J.D., y Noah estacionó el suyo detrás.
– Espera aquí. Cierra las puertas con el seguro -le indicó a Jordan.
Se movió deprisa. Se sacó el arma de la pistolera, se la llevó a un costado y se reunió con Joe en la puerta principal.
– Adelante, tú primero. Yo te sigo.
A Jordan le dio un vuelco el corazón al ver cómo Noah entraba en la casa con el arma en la mano. Se dijo que todo iría bien. Era un agente federal, entrenado para protegerse. Había oído historias sobre algunas de las situaciones terribles en las que había estado, y tenía las cicatrices que las corroboraban. Sabía lo que estaba haciendo. Sabría cuidarse. Asintió para dar énfasis a la idea. Aun así, había accidentes, y a veces, sorpresas inesperadas… algunas de ellas, malas.
Como diría su madre, se estaba poniendo nerviosa ella sola. Y, en aquel momento, Noah salió y todo se acabó. La casa de J.D. era tan pequeña que sólo les había llevado unos minutos cerciorarse de que no había nadie en ella.
Jordan quitó el seguro de la puerta del conductor.
– Parece que J.D. se fue a toda prisa y no cerró bien -le informó Noah tras abrir la puerta-. Espera a ver…
– ¡Han encontrado a J.D.! -lo interrumpió Joe, que salió corriendo de la casa hacia ellos.
Capítulo 28
Y ya eran tres.
J.D. Dickey apareció entre las cenizas. Los bomberos encontraron lo que quedaba de él bajo un montón de escombros que aún ardían cerca de lo que había sido la puerta trasera de la casa del profesor MacKenna. Detectaron sus restos cuando estaban empapando los últimos rescoldos del incendio. Supieron con certeza que se trataba de J.D. gracias a la llamativa hebilla de su cinturón. Tenía los bordes fundidos y ennegrecidos, pero todavía podían leerse las iniciales talladas.
Jordan estaba sentada en el coche delante del humeante edificio en ruinas contemplando a Noah, que hablaba con el agente Chaddick y con Joe en el jardín delantero, mientras esperaban a que llegaran los agentes de la científica del FBI. De vez en cuando, Noah la miraba para asegurarse de que estaba bien.
Tres cadáveres en una semana. El profesor MacKenna. Lloyd. Y ahora, J.D. Dickey. La teoría de que Serenity era un lugar seguro y tranquilo donde vivir se había ido al carajo. Y el pueblo culpaba de ello a Jordan Buchanan. Después de todo, ella era la única relación entre los asesinatos y el incendio. No le sorprendería nada que los vecinos se presentasen en su habitación del motel con horcas y antorchas para echarla del pueblo.
Todavía podía oír las acusaciones de la vieja señora Scott. No había habido ningún asesinato antes de que ella llegara al pueblo… no había habido nunca ningún incendio como el que había consumido la casa del profesor MacKenna. Oh, y no habían tenido nunca maleteros llenos de cadáveres… antes de que Jordan hiciera presencia en el lugar.
Las estadísticas no engañan. No era una simple racha de mala suerte. Era una maldición de proporciones bíblicas. Hasta ella misma quería huir de la evidencia. Jordan sabía que esa superstición carecía de lógica, pero su situación actual no tenía nada de lógico. Sólo había una cosa segura: desde que había conocido al profesor, se había convertido en una plaga humana.
Era imposible predecir qué iba a pasar a continuación, pero mientras esperaba a Noah, intentó hacerlo. Era frustrante, porque no disponía de datos suficientes, y las espantosas imágenes de los últimos días no dejaban de acudirle a la cabeza. Para volver a pensar con claridad, tenía que borrarlas de su mente. Alargó la mano hacia el asiento trasero para tomar una carpeta de la investigación del profesor MacKenna y empezó a leer.