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– ¿Quieres mirarlo? -dijo Noah, riendo.

– Hazlo tú.

Noah se arrimó a la acera, paró el coche y repasó rápidamente la lista. Vio el nombre de Amelia Ann y se preguntó cómo reaccionaría Jordan si lo supiera.

– No sale Jaffee -aseguró.

– Menos mal -suspiró Jordan.

Noah pensó en el largo día al que la había sometido.

– Aguantas muy bien las situaciones adversas, ¿lo sabías? -La miró un largo instante y, a continuación, alargó la mano para tomarla por la nuca y acercarla hacia él.

– ¿Qué…? -empezó a decir Jordan.

Noah le había puesto los labios con firmeza sobre los suyos. Jordan no se lo esperaba, pero abrió instintivamente la boca, y él lo aprovechó para introducirle la lengua y aumentar la intensidad del beso. Noah no hacía las cosas a medias. El beso no duró mucho, pero fue apasionado. Cuando por fin la soltó, a Jordan le latía con fuerza el corazón. Se recostó de nuevo en su asiento e intentó recobrar el aliento.

Noah no parecía tener dificultades para recobrar el aliento. Arrancó el coche y prosiguió la marcha.

– Me apetece pescado -comentó-. Y una cerveza fría.

Ninguna mención al beso, nada de gracias, ni siquiera un comentario del tipo: «ha estado bien, ¿no?».

– ¿Pasa algo? -preguntó Noah a pesar de que sabía muy bien que sí pasaba. Jordan lo fulminó con la mirada-. Te noto un poco irritada.

– ¿Tú crees? No, no pasa nada.

– De acuerdo.

– Sólo me preguntaba cómo puedes ser tan frío, tan indiferente, ya me entiendes -dijo Jordan.

– Frío e indiferente son dos cosas distintas.

– Pues tú eres ambas cosas, Noah. Acabas de besarme. -Ya estaba, lo había soltado, y ahora podrían discutirlo.

– Ya lo creo -respondió él.

– ¿Es eso todo? ¿Ya lo creo?

Parecía tan furiosa que Noah no pudo evitar sonreír. Jordan estaba extraordinaria cuando se alteraba.

– ¿Qué querías que dijese?

No estaría hablando en serio. Sabía muy bien qué quería que dijera. Que ese beso significaba algo. Que era importante. Pero, al parecer, no lo era. Había besado a muchas mujeres. ¿Qué era para éclass="underline" más de lo mismo?

Pensó en recordarle los buenos ratos que habían pasado la noche anterior. También podría comentarle que por la mañana se había comportado como si no hubiese sucedido nada fuera de lo normal. Sabía que si Noah le replicaba preguntándole qué quería que hubiese dicho, podría darle un puñetazo al estilo de J.D. y dejarlo sin sentido.

Seguro que eso sí lo recordaría.

Pero, a pesar de que en aquel momento la idea parecía estupenda, la violencia no era nunca la respuesta.

– ¿En qué estás pensando, cariño? -soltó Noah cuando se pararon en un semáforo en rojo, y tras echarle un vistazo, añadió-: Pareces perpleja.

– En la violencia -contestó ella de inmediato-. Estaba pensando en la violencia.

– ¿En qué sentido? -preguntó Noah, que nunca sabía con qué le saldría.

– En que jamás es la respuesta. Es lo que mis padres nos enseñaron a Sidney y a mí.

– ¿Y a tus hermanos?

– Se pasaban el rato intentando pelearse entre ellos. Creo que por eso se les daban tan bien los deportes. Podían enfrentarse con otros equipos.

– ¿Cómo te librabas entonces de tus tendencias agresivas? -preguntó Noah con auténtica curiosidad.

– Desmontaba cosas.

– ¿De veras?

– No era un acto vandálico -explicó-. Desmontaba cosas para poder volver a montarlas. Era un… aprendizaje.

– Volverías locos a tus padres, Jordan.

– Es probable -ella estuvo de acuerdo-. Pero tenían paciencia conmigo, y pasado cierto tiempo, se acostumbraron.

– ¿Qué clase de cosas desmontabas?

– Recuerda que era una niña, así que empecé con cosas pequeñas. Una tostadora, un ventilador viejo, una segadora de césped…

– ¿Una segadora? -Noah se sorprendió.

– A mi padre todavía le duele recordarlo -sonrío ella-. Una tarde llegó temprano a casa del trabajo y se encontró todas las piezas de la segadora, hasta las tuercas y los tornillos, esparcidas por el camino de entrada. No le hizo ninguna gracia.

A Noah le costaba imaginársela con la cara y las manos llenas de grasa atornillando cosas. Jordan era ahora tan femenina. No conseguía verla así.

– ¿Volviste a montar la cortadora de césped?

– Con la ayuda de mis hermanos. Una ayuda que, por cierto, no necesitaba. La semana siguiente, mi padre trajo a casa un viejo ordenador averiado. Me dijo que podía quedármelo, pero tuve que prometer que no tocaría ningún otro aparato, segadora o coche.

– ¿Coche?

– Jamás toqué ninguno -afirmó Jordan-. No me interesaban. Y en cuanto tuve un ordenador…

– Descubriste tu vocación.

– Supongo que sí. ¿Y tú? ¿Cómo eras de niño? ¿Llevabas pistola entonces?

– Era irascible -contestó Noah-. Supongo que me peleé lo mío, pero vivíamos en Tejas -le recordó-, y eso significaba jugar a fútbol americano en secundaria. Lo hice, y terminé consiguiendo una beca de deporte para ir a la universidad. Siempre fui un estudiante modelo. -No pudo mantenerse totalmente serio al soltar esa mentira-. Entonces no me gustaban las normas.

– Y ahora sí te gustan.

– Supongo que no.

– Eres rebelde -sentenció Jordan.

– Así es como me llama el doctor Morganstern.

– ¿Puedo preguntarte algo?

Noah detuvo el coche en el estacionamiento del patio trasero del motel Home Away From Home.

– Claro -respondió-. ¿Qué quieres saber?

– ¿Has tenido alguna relación que durara más de una o dos semanas? ¿Te has comprometido realmente con una mujer, aunque sólo fuera por poco tiempo?

– No. -No había tardado ni un segundo en contestar.

Si creía que hablar con tanta brusquedad y en un tono tan enérgico haría que Jordan se olvidase del tema, estaba muy equivocado.

– Dios mío. Eres la sensibilidad en persona.

– No tengo un solo hueso sensible en el cuerpo, cariño -comentó Noah a la vez que abría la puerta.

No era verdad, pero ella no iba a discutírselo.

– ¿Y tú? -preguntó Noah entonces-. ¿Has tenido alguna relación larga?

Antes de que pudiera responder, rodeó el coche para abrirle la puerta. Le tomó la mano y se dirigió hacia la calle. Había una farola en el extremo opuesto que iluminaba tenuemente el estacionamiento, y el único sonido era el de la noche que los envolvía.

Noah se detuvo un momento y la miró fijamente a los ojos.

– Te tengo calada, Jordan Buchanan.

– ¿Quieres explicarme eso?

– No.

Y el tema quedó zanjado.

Capítulo 30

– Te lo advierto, si el restaurante de Jaffee está lleno, voy a entrar por la puerta trasera para comer en la cocina.

– ¿Por qué? -Noah hizo la pregunta obvia.

Jordan lo miró como si la respuesta fuera igual de evidente.

– No quiero someterme a otro interrogatorio. Y, desde luego, no quiero que la gente me fulmine con la mirada mientras como. No es bueno para la digestión.

– La gente es curiosa, nada más -razonó Noah-. Admítelo, cariño. Eres noticia.

– Oh, ya sé que soy noticia -dijo Jordan-. Desde que llegué al pueblo han muerto tres personas. Si tienes en cuenta la cantidad de veces que he estado aquí, la cantidad de habitantes que tiene el pueblo y la cantidad de muertes inesperadas que ha habido, y tienes en cuenta la posibilidad de una anomalía estadística…

– Lo que supongo que eres tú.

– Exacto. Yo soy la desviación en mis cálculos.

– Claro que sí -dijo Noah con ironía.

– Sólo se puede sacar una conclusión.

– ¿Cuál, Jordan?

– He iniciado una epidemia.

– Ésa es mi chica -exclamó Noah tras rodearla con un brazo y atraerla hacia él.