Levantó la página para mostrársela.
– ¿Lo ves? En el margen. El profesor volvió a escribir el año 1284. Lo he visto en el margen de otras dos páginas. ¿Y qué es eso? ¿Una corona? ¿Un castillo? El 1284 tiene que ser el año en que él creía que surgió la enemistad. ¿No te parece?
– Puede -concedió Noah-. Los números están muy marcados, como si los hubiera repasado una y otra vez para no olvidarse.
– No. No necesitaría escribir la fecha más de una vez. Si lo que me contó sobre su memoria era cierto, no tenía que anotar nada. Lo recordaría. Creo que debió de garabatearlo distraídamente mientras pensaba en otra cosa.
– Espera. ¿Qué te contó sobre su memoria?
– Alardeó de ella -explicó Jordan-. Dijo que tenía una memoria extraordinaria. Jamás olvidaba una cara o un nombre por más tiempo que hubiera transcurrido. Escribía estos relatos para organizarlos para que algún día otras personas pudieran leerlos, pero recordaba todos los detalles de memoria. Afirmaba que era un lector insaciable. Que leía en Internet los periódicos que no conseguía en papel. -Noah recordó todos los periódicos esparcidos por el suelo del salón del profesor-. Repasa el resto de las páginas -sugirió Jordan-. Mira si hizo algún otro bosquejo o anotó cualquier otra fecha.
No encontró nada en su montón, pero sí había un par en la mitad inferior del que tenía Noah.
– ¿Qué te parece esto? -Noah le señalaba algo dibujado en el margen superior de la página.
– Puede que sea un perro o un gato… Con esa melena, tiene que ser un león. Diría que es un león.
El último dibujo que encontró era más reconocible. Otra corona. Un dibujo muy malo de una corona torcida.
– ¿Sabes qué creo? -dijo Noah-. Que el profesor MacKenna estaba loco.
– Admito que era raro, y que estaba obsesionado con su trabajo.
– Creo que se lo inventó todo.
– Yo no -negó Jordan con la cabeza-. Puede que la loca sea yo, pero creo que realmente hay un tesoro escondido.
Noah siguió ojeando las páginas.
– Algunas de estas historias no tienen fecha.
– Puede que haya que deducirla. Tal vez se mencione el nombre de un rey… o una nueva arma, como una ballesta -señaló Jordan-. Eso nos proporcionaría un período de tiempo aproximado, pero lo demás son sólo suposiciones.
– Lee ésta.
Noah le pasó los papeles y se recostó en la cama. Como si fuera lo más normal del mundo, la acercó hacia él y le rodeó el cuerpo con un brazo.
Jordan empezó a leer en voz baja y clara.
Nuestro querido rey está muerto, y en este momento de terrible aflicción, los clanes se han enzarzado en una batalla tras otra para adquirir poder y control sobre los demás. Tenemos un pretendiente al trono que lucha por gobernar, y existe una constante agitación política.
La codicia ha arraigado en los corazones de nuestros líderes. Desconocemos cómo terminará todo, y tememos por nuestros hijos. No existe suelo por el que caminar que no esté cubierto de sangre, ni cueva en la que encontrar refugio para nuestros ancianos y nuestros pequeños. El camino está desolado. Hemos sido testigos del asesinato y de la infidelidad. Y ahora de la traición.
Los MacDonald combaten contra los MacDougal, y la costa occidental es su campo de batalla. En el sur, los Campbell luchan contra los Ferguson, y los MacKey y los Sinclair vierten su sangre en el este. No hay ningún lugar donde guarecerse.
Pero lo que más tememos ahora es la traición en el norte. Los MacKenna cuentan con nuevos aliados del otro extremo del mundo para ayudarles a destruir a sus enemigos, los Buchanan.
El terrateniente MacKenna no muestra el menor interés en robar las tierras de los Buchanan ni en imponerse a los guerreros bajo su dominio, aunque sabemos que jamás podría conseguirlo. No, tal vez antes fuera ésa la intención de los MacKenna, pero ya no. Quiere destruirlos a todos, a todo hombre, a toda mujer, a todo niño. Su ira es temible.
Aunque no debemos hablar nunca abiertamente de ello, ni siquiera en voz baja, creemos que el terrateniente MacKenna ha hecho un pacto diabólico con el rey de Inglaterra. El rey envió a su emisario, un joven príncipe que llegó a la corte desde unos dominios remotos que en la actualidad gobierna el rey. Un testigo presenció esa reunión secreta, uno de los nuestros, y creemos que sus palabras son ciertas, porque es un hombre de Dios.
El rey quiere hacerse fuerte en el norte, y tiene los ojos puestos en las tierras de los Buchanan debido a su situación en las Highlands. Cuando haya conquistado esas tierras, sus soldados avanzarán hacia el sur y hacia el este. Conquistará Escocia, de clan en clan, y cuando estén bajo su poder, reunirá un ejército numeroso para dirigirse al norte hacia la tierra de los gigantes.
El príncipe le dijo al terrateniente que el rey ha oído hablar de la animosidad existente entre los Buchanan y los MacKenna, y aunque cree que destruir a los Buchanan con su ayuda debería ser recompensa suficiente, hará más atractivo el pacto concediendo al terrateniente un título y un tesoro de plata. El tesoro elevaría al terrateniente por encima de los demás clanes, porque posee un poder místico. Sí, con ese tesoro, el terrateniente se volvería invencible. Tendría el poder que deseaba, y se vengaría de los Buchanan.
La codicia se apoderó del terrateniente, y no pudo negarse a ese pacto diabólico. Llamó a sus aliados, pero no les habló de esa reunión con el emisario ni del pacto que había hecho. Se inventó una historia de infidelidad y de asesinato, y exigió que lo siguieran a la guerra.
Nosotros también tememos la cólera de los Buchanan, pero no podemos permitir esta matanza, y hemos decidido que uno de nosotros irá a ver a su terrateniente para ponerlo al corriente de este complot. No creemos que el rey de Inglaterra deba ostentar el poder en nuestro país. Puede que el terrateniente MacKenna quiera vender su el alma, pero nosotros, no.
Con gran temor, nuestro valiente amigo Harold fue solo a hablar con el terrateniente Buchanan. Cuando no volvió, creímos que los Buchanan lo habían matado. Pero Harold no había sufrido ningún daño. Regresó a nosotros, y su cuerpo estaba bien, pero el terror se había apoderado de su mente, porque, según nos informó, lo había visto. Harold había visto al fantasma. Había visto al león en la niebla.
– ¿Qué dices que vio? -la interrumpió Noah.
– Harold había visto al fantasma. Había visto al león en la niebla -repitió Jordan.
– ¿Un león en Escocia? -sonrió Noah.
– Quizá sea un león metafórico -sugirió ella-. Al fin y al cabo, estaba Ricardo Corazón de León.
– Sigue leyendo -pidió Noah.
– ¿Ha reunido el terrateniente Buchanan a sus aliados? -preguntamos.
– No -respondió-. Envió mensajeros al norte para llamar a un guerrero. Nada más.
– Entonces, todos morirán.
– Sí, morirán -dijo otro-. El rey inglés está tan seguro de la victoria que ha enviado una legión de soldados…
– ¿Una legión? -volvió a interrumpirla Noah-. Venga ya. ¿Sabes cuántos hombres serían?
– Noah, he leído que había un fantasma y un león en la niebla. ¿Qué importancia tiene una legión?
– Tienes razón -rio Noah.
– ¿Quieres que siga o no?
– Adelante -dijo-. Te prometo que no te interrumpiré más.
– ¿Dónde estaba? Ah, sí, la legión. -Encontró el sitio y empezó a leer de nuevo.
– El rey inglés está tan seguro de la victoria que ha enviado una legión de soldados con el tesoro al terrateniente MacKenna. También ha ordenado a estos soldados que se unan a los MacKenna en su lucha contra los Buchanan. El terrateniente MacKenna acaba de conocer esa noticia. No puede detener el avance, y sabe que sus aliados se volverán en su contra cuando descubran que tiene un pacto con el rey. No combatirán al lado de un soldado inglés.