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Jordan dejó el papel.

– Lo hizo adrede -anunció.

– ¿Quién hizo qué? -preguntó Noah.

– El rey. Envió a los soldados a sabiendas que los aliados de los MacKenna se volverían en contra del terrateniente. También sabía que se enterarían del pacto. Los clanes sabrían que los MacKenna habían unido sus fuerzas con las del rey. Por un montón de plata. Toda una traición.

– Y acabarían matándose entre sí.

– Sí -afirmó Jordan-. Que es exactamente lo que quería el rey. ¿Cómo pudo creer el terrateniente MacKenna que el rey de Inglaterra cumpliría su palabra?

– La codicia lo había cegado. ¿Recibió el tesoro? -preguntó.

Jordan volvió a tomar el papel.

– La victoria fue de los Buchanan.

– Yo estaba de su lado -aseguró Noah-. Eran los débiles. Además, estoy en la cama con una Buchanan. Tenía que ser leal.

Jordan no comentó nada. Siguió leyendo y, entonces, se detuvo.

– Oh, no. No voy a leer estas descripciones del combate. Basta con decir que había partes cercenadas de muchos cuerpos y cabezas desaparecidas. Los pocos soldados ingleses que sobrevivieron volvieron a Inglaterra. Ojalá supiera qué rey era -comentó.

– ¿Qué le ocurrió al terrateniente MacKenna?

Jordan leyó por encima otra página antes de responder.

– Ah, aquí está. «El terrateniente MacKenna perdió su tesoro y la promesa de un título que le hizo el rey.»

– ¿Qué título concretamente?

– No lo sé. Pero lo perdió. Vivió el resto de sus días en la ignominia. Y no te lo pierdas: su clan culpó a los Buchanan. Estoy segura de que el profesor MacKenna encontró una forma de tergiversarlo todo para poder culpar también a los Buchanan.

– ¿De qué?

– Supongo que de todo. De los soldados ingleses, del tesoro…

– El terrateniente debió de tener que reinterpretar los hechos para lograr que su clan le creyera.

– La leyenda lo contiene todo -Jordan estuvo de acuerdo-. Codicia, traición, reuniones secretas, asesinatos, y sin duda, infidelidad. Había infidelidad en la historia, pero me salté esa parte.

– Las cosas no han cambiado mucho a lo largo de los siglos. ¿Sabes la lista de los chantajes de J.D. que Street imprimió? Es la misma historia. Infidelidad, codicia, traición. En la lista hay de todo.

– Espero que estés exagerando un poco -dijo Jordan-. Sé que Charlene engañaba a su prometido, pero siempre hay alguien que no se comporta. ¿Podría ver la lista?

Noah empezó a salir de la cama, pero Jordan lo detuvo.

– Déjalo. No tengo que verla. Dímelo tú. ¿Está Amelia Ann en la lista?

– Sí. Pero no es por nada ilegal. La trataron de una enfermedad venérea, y J.D. lo sabía. Le pagó cien dólares para que no se lo contara a su hija.

– Es probable que le costara mucho reunir cien dólares. No querría defraudar a su hija. Podría ser peor.

– Es peor. ¿Recuerdas los videos que Street encontró en casa de J.D.?

– Sí.

– Sus víctimas no eran las únicas personas a las que grabó. Era evidente que le gustaba ver también alguna de sus aventuras sexuales. Y una de las cintas llevaba una etiqueta que decía «Amelia Ann».

– ¿Hablas en serio? -exclamó Jordan, que se había quedado boquiabierta-. ¿Amelia Ann y J.D.? -Esperó un momento para asimilar la información y, acto seguido, sugirió-: Eso significa que J.D. podría haberle contagiado la enfermedad de transmisión sexual, ¿no?

– Es posible -concedió Noah.

– Espero que Candy no se entere nunca. ¿Qué le pasa a la gente de este pueblo? ¿No han oído nunca hablar de la televisión por cable?

– El sexo supera a la televisión por cable a cualquier hora del día o de la noche, cariño.

– Eso no está bien -dijo Jordan a la vez que negaba con la cabeza-. No está nada bien.

Ya había oído bastante sobre las escabrosas vidas secretas de los habitantes del pueblo. Recogió los papeles, los metió en el maletín y volvió a la cama.

Noah tenía los ojos cerrados.

– ¿Noah?

– ¿Sí?

– ¿Te gustan las mujeres con pantalones muy cortos y zapatos con tacón de aguja?

– ¿A qué viene esa pregunta? -Se había apoyado en un codo para mirarla-. ¿Quién lleva pantalones muy cortos y zapatos con tacón de aguja? -preguntó.

– Amelia Ann.

– ¿Ah, sí?

– Oh, por favor. No me digas que no te has fijado, Noah.

– No es mi tipo -dijo él.

Jordan sonrió y se recostó sobre el pecho de Noah al alargar la mano para apagar la luz.

– Buena respuesta -comentó.

Capítulo 33

– No puedo creer que admita esto delante de ti, pero voy a echar de menos Serenity.

Cuando Jordan hizo ese comentario, Noah y ella estaban pasando por delante del Jaffee's Bistro. Una tenue luz matinal iluminaba el cielo, y un suave resplandor dorado los envolvía. El interior del restaurante estaba a oscuras. Jaffee no lo abriría hasta pasadas unas cuantas horas.

– ¿Qué vas a echar de menos exactamente? -preguntó Noah.

– He tenido una experiencia que ha cambiado mi vida.

– ¿Tan bueno ha sido el sexo? -Noah no pudo resistirse.

Jordan, exasperada, sacudió la cabeza.

– No estaba hablando de eso. Pero ya que lo mencionas…

– Estuvo bien ayer por la noche, ¿verdad? Me dejaste agotado.

Jordan pensó que no sólo había estado bien. Había sido asombroso, increíble y maravilloso, pero si se lo decía, no habría quien aguantase su engreimiento.

– Deja de intentar avergonzarme. No lo lograrás -le advirtió.

Noah no la contradijo. Pero se equivocaba. Lo había logrado: se había ruborizado.

– ¿Cuál es esa experiencia que ha cambiado tu vida? -preguntó Noah.

– Supongo que más bien es una decisión que ha cambiado mi vida. Me he dado cuenta de que era una esclava de la tecnología, y eso va a cambiar. La vida no es sólo diseñar ordenadores para que tengan más capacidad y sean mejores y más rápidos… -Soltó un largo suspiro-. Quiero más de la vida.

– Es bueno saberlo -dijo Noah con una sonrisa.

– Lo primero que voy a hacer cuando llegue a casa es una lista de todas las cosas que quiero hacer. Cocinar es la primera -indicó, y asintió-. Me apuntaré a unas clases de cocina. Se acabó lo de comer platos preparados.

– Una lista, ¿eh?

– Sí.

El trayecto al aeropuerto de Austin era largo y tuvieron tiempo para hablar de varias cosas. Una de ellas fue lo distinta que había sido su educación. Noah era hijo único, mientras que Jordan tenía un montón de hermanos. Noah no se había dado cuenta de lo importante que era gozar de su propio espacio porque siempre lo había tenido. Jordan le explicó lo mucho que ansiaba disponer de algo de intimidad. Pero su mayor queja era que sus hermanos no dejaban de fastidiarle. Noah soltó una carcajada cuando le contó algunas de las bromas que les habían gastado a su hermana y a ella cuando eran pequeñas. Noah pensó que crecer en una familia tan numerosa debía de ser una bendición: una fiesta continua.

De vez en cuando hubo pausas en la conversación, pero Jordan se sentía tan cómoda con él que no necesitaba llenar los silencios con comentarios banales. Habían pasado un par de horas en el coche antes de que tuviera por fin el valor de pedirle que le explicara un comentario que había hecho la noche anterior y que la había inquietado.

– ¿Recuerdas haberme dicho que me tenías calada? ¿Qué quisiste decir con eso?

Noah le dirigió una mirada rápida.

– ¿Estás segura de que quieres saberlo? -preguntó.

– Sí -respondió Jordan, que creyó que no podía ser nada demasiado malo.

– Hace mucho que te conozco, y sé cómo piensas, sobre todo en lo que a hombres se refiere. Te gusta tener el control. Te gusta controlarlo todo y a todos.