– No es verdad.
– Te gusta, especialmente, controlar a los hombres con los que sales -prosiguió, sin prestarle atención cuando Jordan lo negó-. He conocido a algunos, cariño, y sé de lo que estoy hablando. Te decides por los débiles. Pero, apenas compruebas que puedes pisotearlos, ya no los quieres. Me apuesto lo que quieras a que no te has acostado con ninguno de ellos. Puede que sea la razón de que elijas ese tipo de hombre, que lo hagas para no tener una relación seria con ellos. ¿A que tengo razón?
– No, te equivocas -insistió Jordan-. Me gustan los hombres sensibles.
– Pero te has acostado conmigo. Y estoy seguro de que no soy nada sensible.
– Haces que yo parezca terrible -comentó Jordan.
– No eres terrible, eres un cielo. Un cielo mandón -comentó él con una sonrisa burlona.
– Yo no quiero controlar a nadie -aseguró Jordan con vehemencia.
– Eso no me preocupa. Nunca me controlarás.
– ¿Por qué crees que iba a querer hacerlo? -Cruzó los brazos-. Y no te atrevas a decirme que no puedo evitarlo.
– Te estás alterando, cariño.
Bah.
– Y en cuanto al sexo… -empezó a decir Jordan.
– ¿Qué?
– ¿Conoces la expresión «Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas»?
– Sí -respondió Noah.
– Muy bien. Te propongo que lo que ha pasado entre nosotros en Serenity se quede en Serenity. Vamos a coincidir en algún momento en Nathan's Bay. Tú irás a pescar con uno de mis hermanos y yo habré ido a visitar a mi familia, y no quiero que estés incómodo… -Se detuvo al darse cuenta de lo que estaba diciendo-. De acuerdo, tú jamás estarías incómodo, pero no quiero que te preocupes porque yo esté incómoda -aseguró, pero vio que se estaba liando-. ¿Comprendes lo que estoy intentando decir?
– Sí -contestó-. ¿Por qué te preocupa que…?
– Me preocupa -lo interrumpió-. La pregunta es: ¿estamos de acuerdo?
– Si eso te hace feliz…
– ¿Estamos de acuerdo?
– Sí.
A Jordan le pareció que sería demasiado sugerir que se dieran la mano, pero estaba contenta de haberlo dejado resuelto. No debería ser demasiado difícil fingir que no había ocurrido nada extraordinario. Se le daba muy bien fingir. Hasta podía fingir que no se había enamorado de él… ¿No?
Capítulo 34
Jordan llegó a casa de madrugada. Noah le subió las bolsas al piso que ocupaba en un edificio de piedra caliza, echó un vistazo a cada habitación para asegurarse de que todo estaba como debía estar, le dio un beso de despedida y se marchó sin volver la vista atrás.
«Ya ha pasado página», pensó Jordan, y decidió que ella también tenía que hacerlo.
Cuando se metió en la cama, al instante se quedó profundamente dormida. Por la mañana, abrió los ojos y buscó instintivamente a Noah, pero no estaba. Medio dormida y desorientada, apartó las sábanas, se puso su bata favorita, y se dirigió hacia la cocina. Pulsó la tecla «play» del contestador automático al pasar, y escuchó sus mensajes mientras se preparaba una taza de té caliente. Los cuarenta y nueve mensajes.
Tres de ellos eran de Jaffee. Quería saber si era muy grave pulsar la tecla «borrar» porque lo había hecho sin querer cuando estaba intentando guardar todas sus recetas y las había perdido. Esperaba poder recuperarlas. ¿Podría enviarle un e-mail para decirle qué hacer, si es que podía hacer algo?
– El correo electrónico me va bien -explicaba-. No me lo he cargado, así que recibiré tu respuesta. Ya te he dejado dos mensajes telefónicos, y éste es el tercero, por lo que supongo que todavía no estás en casa. Por favor, comprueba los mensajes en el ordenador cuando llegues.
¿Si era muy grave pulsar la tecla «borrar»? Jordan sonrió. Suponía que realmente había personas que necesitaban mucha formación informática elemental. Jaffee era una de ellas. Más tarde lo llamaría. Después de escuchar y borrar los demás mensajes, se llevó la taza de té al salón, se acurrucó en la butaca y miró por la ventana que daba al río Charles sin fijarse en nada en concreto.
El amor no era tan maravilloso como lo pintaban. ¿Cuánto tiempo estaría deprimida? Como jamás había amado a nadie como amaba a Noah, no tenía ni idea. Esperaba que la primera fase para superarlo fuera sentir lástima de sí misma, porque en aquel momento se estaba revolcando en la autocompasión.
Sin prisa por vestirse, se quedó en pijama hasta media tarde. Hacia las tres se vio reflejada en el espejo y le dio tanta vergüenza que se duchó y se vistió.
Nick la llamó justo después de que se hubiera puesto las lentillas.
– Ahora mismo iba a llamarte -le dijo a su hermano-. ¿Cómo está Laurant? No llamo al hospital porque no quiero molestarla si está durmiendo. ¿Puede recibir visitas?
– Está bien -explicó Nick-. El médico quiere tenerla ingresada otro día por lo menos, y le estoy reduciendo las visitas al mínimo para que descanse.
– No iré hoy entonces -comentó Jordan-. Dale un beso de mi parte y dile que mañana iré a verla.
– Prepárate para contestar muchas preguntas -le advirtió Nick.
Dios mío, ¿qué sabía Laurant?
– ¿Por qué? -exclamó, nerviosa-. ¿Qué preguntas? ¿Por qué querría Laurant hacerme preguntas?
Se dio cuenta de que no podía parecer más culpable. ¿Se habría dado cuenta Nick?
– ¿Qué te pasa, Jordan?
Claro que se había dado cuenta.
– ¿Que qué me pasa? -dijo-. No me pasa nada. Sólo me preguntaba por qué tu mujer querría hacerme preguntas.
– Oh, no sé. Quizá quiera saber cosas sobre esos cadáveres que encontraste -comentó sarcástico.
– Oh, sí. Los cadáveres. Los cadáveres que encontré. -No podía creerse que se hubiera olvidado de ellos-. De acuerdo. Contestaré sus preguntas.
– ¿Estás enfadada conmigo? ¿Es por eso que estás tan susceptible?
Qué buenas dotes deductivas, las de su hermano.
– Ummm… Pues sí.
– ¿Por qué?
– Ya lo sabes -respondió para ganar tiempo.
– Es porque te dejé en Serenity, ¿verdad? Con Noah estabas en buenas manos, pero soy tu hermano y debería haberme quedado. ¿Tengo razón? Estás enfadada por eso.
Iba a ir al purgatorio por esa mentira:
– Sí, es por eso.
– El doctor Morganstern me ordenó que regresara a Boston, y no me siento culpable por hacer mi trabajo, Jordan. Además, fue cuando Laurant empezó a tener contracciones. Tenía que estar aquí.
– Entiendo. Bueno, te perdono.
– Qué rápido -apuntó Nick.
– Hiciste lo que tenías que hacer -soltó-. Tengo que dejarte. Llaman a la puerta. Adiós.
Era verdad que llamaban a la puerta. El cartero le llevaba las cajas de la investigación del profesor que había enviado por correo aéreo urgente. Después de meterlas y dejarlas amontonadas en el recibidor, junto al armario de los abrigos, se sentó delante del ordenador y lo puso en marcha. Quería repasar los e-mails antes de enviar un mensaje a todas las direcciones de su agenda para explicar que iba a tener cerrado el ordenador durante cierto tiempo. No diría cuánto.
Leer todos los mensajes electrónicos le ocupó todo lo que quedaba de tarde y parte de la noche. Todavía no había llamado de vuelta a Jaffee, y tomó nota mentalmente para hacerlo a primera hora de la mañana.
Cenó una bolsa de palomitas de maíz preparadas en el microondas. Se echó en el sofá e hizo zapping mientras intentaba no pensar en Noah. Pero no dejaba de venirle a la cabeza. ¿Qué habría hecho ese día? ¿Qué estaría haciendo entonces?
«¡Oh, esto tiene que parar!»
Decidida a pensar en algo que no fuera Noah, repasó otros aspectos de su azaroso desplazamiento a Tejas. Un inocente viaje se había convertido en un cataclismo que había dejado tres muertos y un pueblo aturdido. Si le hubieran dicho de antemano lo que iba a encontrarse, no se lo habría creído. Todavía había muchas preguntas sin respuesta, y esperaba que los agentes Chaddick y Street pudieran llegar al fondo del asunto y terminar pronto la investigación. Tanta intriga y tantos engaños marcarían a cualquiera, así que se concentró en analizarlo todo, empezando por el profesor MacKenna.