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Ya no faltaría mucho. En el asiento del copiloto, estaba la pistola, preparada para disparar.

Se había pasado el día esperando. Había estado la mayor parte de la tarde aparcado frente a la casa de Jordan. Había localizado antes su coche, delante del edificio, de modo que sabía que estaba dentro. Su plan era esperar a que se alejara de allí para entrar en su casa y llevarse lo que necesitaba. No le importaba el tiempo que tardara en lograrlo. Podía esperar una o doce horas. Le daba lo mismo.

Había elaborado cuidadosamente su estrategia. Cuando hubiera entrado en casa de Jordan, se llevaría todas las fotocopias de los documentos de MacKenna que la joven se había enviado a sí misma por correo desde Serenity. Tenía un montón de cajas de cartón preparadas con ese propósito. Cuando tuviese todos los documentos, se largaría, y todas las pruebas que implicaban a Paul Pruitt habrían desaparecido.

Había pensado dejar el piso revuelto para que pareciera un simple robo con allanamiento de morada, pero se había percatado de lo estúpido que era ese plan. ¿Por qué iba a robar un ladrón los documentos de una investigación?

Daba igual que Jordan se preguntase por qué se los habían llevado. Sin las fotocopias, no lo sabría nunca. Y Pruitt podría conservar su nueva y bonita vida.

Por desgracia, su plan se había complicado un poco una vez que estuvo dentro del piso de Jordan. Estaba en el salón cuando había sonado el teléfono. Enseguida había saltado el contestador automático. El padre de Jordan la llamaba para decirle que se encontraría con ella en el hospital St. James, y para recordarle que la habitación de Laurant era la 538.

Le había complacido saber que Jordan iba de camino al hospital St. James. No sabía quién era la tal Laurant ni le importaba. Planeaba estar muy lejos cuando Jordan regresase a casa y descubriese el robo.

Había sido una suerte que Pruitt se hubiese fijado en el bloc de notas en la mesa de centro. Al ver lo que había escrito en él, se había parado en seco. Ahí, en mitad de la página, llamando la atención como un faro, estaba escrito el número 1284. Y a su alrededor, había un puñado de interrogantes.

Jordan se había acercado demasiado. Arrancó la hoja del bloc y se la quedó mirando mientras le daba vueltas a la cabeza. Una vez más, todo había cambiado. Pero de nuevo, sabía lo que tenía que hacer.

Su padre… Sí, su padre, el juez Buchanan estaba en el hospital. Una oportunidad perfecta. Paul había investigado lo suficiente a Jordan Buchanan como para saber quién era su padre, y había reconocido inmediatamente el nombre cuando lo había oído hacía poco en las noticias. Habría sido imposible que se le escapara. Los medios de comunicación estaban inundando las ondas con informes sobre el veredicto del importante juicio y del juez que lo había presidido. Las noticias mencionaban asimismo las amenazas de muerte que este último había recibido. De modo que si lo montaba bien, podría conseguir que pareciera que el objetivo era el juez Buchanan y no su hija Jordan.

Y ahí estaba, sentado en el coche estacionado con una buena vista de las puertas del hospital. Si tenía suerte, el juez cruzaría esas puertas en cualquier momento acompañado de su hija.

De repente, Paul se enderezó. ¿Era ella? Sí, Jordan Buchanan salía del hospital.

Pruitt tomó la pistola para esperar el momento adecuado.

Al salir de urgencias para dirigirse al estacionamiento, Jordan cogió el móvil y llamó a información para pedir el número de Jaffee. Tras consultar el reloj y restar una hora, había deducido que Jaffee estaría en el restaurante.

Sabía que la operadora le conectaría la llamada, pero quería anotar el número por si tenía que volver a llamar a Jaffee. Buscó en el bolso un pedazo de papel y un bolígrafo y, con el teléfono sujeto entre el hombro y la oreja, esperó con el bolígrafo preparado para cuando le dieran el número. Había dos bancos, uno a cada lado de una columna de hormigón. Los dos estaban vacíos. Empezó a caminar hacia el que quedaba más lejos de la entrada. Los fluorescentes brillantes situados sobre las puertas correderas de cristal le molestaban a los ojos, y uno de los tubos parpadeaba y zumbaba de modo fastidioso.

Mientras la operadora recitaba el número de Jaffee, salieron dos celadores hablando en voz alta con un conductor de ambulancia, por lo que Jordan tuvo que pedirle a la operadora que le repitiera el número. Lo anotó deprisa.

Se sentó en el banco mientras esperaba a que le contestaran.

– ¿Diga? -Era Angela. Jordan se tapó la oreja con la otra mano para aislarse del ruido de fondo.

– Hola, Angela.

– ¿Jordan? ¡Hola, Jordan! ¿Cómo estás? Jaffee estará muy contento de tener noticias tuyas. Está realmente preocupado por Dora.

– ¿Tenéis mucho trabajo ahora en el restaurante? ¿Tal vez sería mejor que llamara en otro momento?

– Lo tenemos cerrado. Hoy hemos hecho horario reducido. Jaffee ha preparado una tarta de chocolate enorme y la ha llevado a casa de Trumbo en Bourbon. Su mujer, Suzanne, celebra su velada mensual de bridge.

– Siento no haber encontrado a Jaffee. Por favor, dile que le llamaré mañana.

– Oh, no -dijo Angela-. No esperes hasta mañana. Puedes encontrarlo en casa de Trumbo. La mujer de Jaffee es una de las jugadoras de bridge, de modo que Jaffee la acompaña con el coche a Bourbon y espera allí para traerla de vuelta a casa. Cada mes hace lo mismo. Lleva una tarta de chocolate enorme a Suzanne para que la sirva y una botella de whisky irlandés Bailey's a Dave, para que lo añada al café. Como tiene que conducir al regresar a casa, se asegura de que él se bebe el café solo. Sin whisky. Estará sentado en la cocina de Dave Trumbo, así que puedes llamarlo al teléfono fijo de la casa de Trumbo. Sé que le sabrá mal que no lo llames hoy. -Jordan prometió que llamaría a Jaffee enseguida. Trató de colgar, pero Angela no estaba dispuesta a despedirse aún de ella-. ¿Ya te has enterado? Dicen que J.D. Dickey fue asesinado.

– Sí, ya lo sé -respondió Jordan.

– No puedo decir que lo lamente. Pero la gente está actuando de una forma muy extraña desde que se supo la noticia. Normalmente, cuando en el pueblo ocurre algo así de importante, el restaurante está abarrotado. Todo el mundo quiere venir para comentar el asunto… como pasó cuando tú encontraste a ese profesor y a Lloyd, ¿te acuerdas? Entonces vino muchísima gente al restaurante. Pero nadie ha venido a hablar sobre J.D. Es como si todos estuvieran escondidos en su casa.

– Seguro que están asustados. Hasta que detengan a alguien…

– Sé qué quieres decir -señaló Angela-. Hasta entonces, hay un asesino suelto en el pueblo y, por supuesto, todo el mundo está muerto de miedo. Pero, hay algo más.

– No sé muy bien a qué te refieres.

– De repente, nadie me mira a los ojos. Es como si les diera vergüenza o algo. Estaba en el supermercado comprando algunas cosas para el restaurante y vi a Charlene. Me acerqué a saludarla y sé que me vio. ¿Pero sabes qué hizo ella? Dejó el carrito lleno de cosas en medio del pasillo y se marchó a toda velocidad de la tienda. Y se puso coloradísima, además. Luego, hablé con la señora Scott, y a ella le pasó algo parecido en la ferretería, sólo que en su caso fue Kyle Heffermint quien no la miró a los ojos y salió pitando de la tienda. Me gustaría saber qué está pasando -suspiró Angela.

Jordan sabía que todo se debía a las cintas. Era evidente que Charlene y los demás de la lista todavía no sabían si alguien más del pueblo conocía sus pecados. Oh, no había duda de que estaban asustados.

– Es muy extraño -dijo Jordan.

– A mí también me lo parece -corroboró Angela-. Bueno, cuelga y llama a Jaffee… Oh, pero antes me gustaría saber algo.

– ¿Sí?

– Estaba pensando en ti y en Noah, y en la buena pareja que hacéis, y quería saber si habías decidido quedarte con él.